Cuando Álvaro miró hacia arriba

Cuando Álvaro miró hacia arriba, pude verle bien, es un hombre de mediana edad, mal afeitado y con las mangas de la camisa dobladas hasta el codo. La luz aún era escasa a esas horas de la mañana, pero suficiente para poder apreciar el color azul sucio de sus ojos. En realidad Álvaro se parece bastante a ti, él también comprueba con prisas  si ha desenchufado la plancha, también observa descaradamente al conductor del coche de al lado en los semáforos, y al igual que tú, le brilla la mirada cuando recuerda los veranos de su infancia.

Creo que no te he dicho nunca que Álvaro es policía, trabaja buscando a personas desaparecidas, es muy bueno en lo que hace. Y además es el protagonista de esta historia. Duerme poco y abusa del café, igual que yo, pero eso no tiene importancia porque yo no salgo en esta historia, simplemente te la cuento. Pero en el caso de Álvaro sí es un detalle importante, él duerme poco y toma demasiada cafeína porque el trabajo absorbe su tiempo como un agujero negro y las horas del día se le esfuman volando, pero no te quiero dar una impresión equivocada, él adora su trabajo tanto como le obsesiona.

En alguna parte había un niño de nueve años que tenía mucho miedo, una banda de secuestradores lo tenía encerrado en una habitación oscura. El chaval no paraba de desear que el tiempo diera marcha atrás y que otra vez fuera ayer por la mañana, si eso ocurriera prometía no volver a hacerlo, jamás se escaparía de nuevo, ya no sentía curiosidad por salir de la urbanización privada en la que vivía y le daba igual lo que hubiera detrás de la colina que veía desde su ventana. No quería más aventuras, solo quería estar en su casa y que le abrazara su madre. Pero seguía allí encerrado, le pasaban la comida y el agua por un espacio que había bajo la puerta y nadie hablaba nunca con él. Calculó que llevaba dos días secuestrado cuando algo cambió, tres hombres entraron en el cuarto, él suplicó que le dejaran ir, pero esos hombres con pasamontañas no le escucharon, apenas le miraron. Lo que sí hicieron fue ponerle una inyección.

Álvaro respiró hondo cuando la madre lo abofeteó, estaba acostumbrado, las madres son impredecibles, y más fuertes de lo que parecen, de hecho, esa mujer desesperada de no más de cincuenta kilos y que se encontraba en un estado físico deplorable, acababa de darle un guantazo que casi lo tumba a él  y a sus noventa kilos de peso. No importa cuánto avance la investigación, para los padres, cada minuto que pasan sin su hijo es un paso más hacia un desenlace fatal. Su compañero intentó tranquilizar a la mujer. Álvaro recogió el teléfono del suelo y pulsó el botón de colgar, los secuestradores podrían volver a llamar. Y quizá tuvieran más suerte.

La foto del niño estaba sobre la mesa, el policía no necesitaba mirarla: se la sabía de memoria, en ella el pequeño miraba fijamente al objetivo, aunque su pose era seria,  tenía una sonrisa pícara, como si escondiera algo en el bolsillo del pantalón en el que tenía metida la mano derecha. Es rubio y tiene el pelo liso y largo, el flequillo le oculta las cejas, parece Zipi, o Zape, no estoy segura, porque nunca me acuerdo de quién es quién, y Álvaro nunca lo ha sabido, pero también piensa lo mismo que yo, el niño de la foto con su chaqueta del colegio color granate  y su traviesa sonrisa parece salido de un tebeo.

Aunque la casa se encuentra en una buena zona de la ciudad, solo es una fachada vacía, los padres han vendido o empeñado casi todos los muebles, no tienen dinero, las notificaciones de los acreedores se acumulan sobre la encimera de la cocina, la mayoría son sobres sin abrir. Los secuestradores han pinchado en hueso, la familia es pobre, no pobres contundentes, no de los que viven en los suburbios entre el burdel clandestino y el camello de la esquina, ésos al menos tienen libertad, en cambio ellos viven en un patético intento de aparentar, como un noble del siglo XVIII venido a menos, empolvando su peluca con el estómago vacío. Ridículo. Al fin y al cabo “es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre”.

Otra cosa que debes saber de Álvaro es que tiene unas pesadillas horrorosas, pensarás que es normal dado su oficio, pero la verdad es que las pesadillas las tiene desde antes de hacerse policía, en ellas se encuentra atrapado, a veces está atado de pies y manos, otras veces encadenado con un grillete al cuello, en algunas pesadillas se ve como un niño, y de repente, el miedo a la oscuridad, a la soledad y a los monstruos ya no son cosas del pasado. Seguramente tú también recuerdas esos temores infantiles con recelo, todos los hemos sufrido alguna vez y son algo imposible de olvidar.

El niño despierta sin saber cuánto tiempo lleva dormido, no se encuentra nada bien, le duele la cabeza y tiene el brazo entumecido. A medida que sus ojos se acostumbran a la oscuridad, va reconociendo las formas del cuartucho que es su prisión. Alguien le ha vendado la mano pero… ¿por qué? Los ojos del niño se vuelven extremadamente redondos en la penumbra, a su mano izquierda le falta el dedo meñique. A no demasiados kilómetros de allí, su madre abre un paquete a la luz del día en el porche de la soleada casa, impaciente, no espera a la policía, sus dedos se enredan con el lazo que envuelve la cajita. Finalmente, un grito desgarrador atraviesa la mañana y rompe la calma de los habitantes de tan placentero lugar.

Cuando Álvaro miró hacia arriba, pude verle bien, pero no solo a él, también vi un cadáver a sus pies. Esta vez no lo había conseguido, normalmente devolvía a las personas a sus casas, pero el niño que yacía muerto en el lindero de una carretera de montaña era la prueba irrefutable de que esta vez  había fracasado. Todo salió mal, los tres secuestradores eran aficionados, amordazaron al niño y lo ocultaron en el maletero de un coche donde murió. Al descubrirlo muerto, lo abandonaron y huyeron sin planificación alguna. La policía detuvo a los asesinos en la estación de peaje de una autopista próxima.

El protagonista de nuestra historia se inclinó sobre el pequeño cuerpo sin vida, sus cabellos rubios estaban sucios de barro y agujas de pino, un extremo del pañuelo que los chapuceros secuestradores le habían metido en la boca le asomaba por la nariz, había muerto de asfixia. Supongo que puedes imaginar la expresión de Álvaro, estaba desolado, las lágrimas dibujaban surcos en su cara y se pasaba una y otra vez las manos por el pelo, unas manos que sentía impotentes, que no podían hacer nada más que mostrar su inutilidad, una mano derecha que se llevaba a la boca para ahogar el grito que le hubiera gustado soltar y una mano izquierda que apoyaba en la tierra blanda del arcén y a la que le faltaba el dedo meñique.

El niño se sobresaltó con el ruido de la puerta al abrirse, la última vez que alguien había traspasado su umbral, él había perdido un dedo. Así que empezó a gritar, y a patalear, era la primera vez que se defendía, pero era justo cuando no necesitaba hacerlo, lo que pasa es que eso no lo sabía el protagonista de nuestra historia, solo al oír lo que le decía el hombre que intentaba sujetarlo se calmó, y lo que oyó fue: tranquilo Álvaro, soy policía y he venido a sacarte de aquí.

Espero que no te moleste la forma que he elegido para contarte la historia de Álvaro, solo quería que entendieras lo que lleva en su corazón.

  Texto:© Inma Palma, 2018

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6 thoughts on “Cuando Álvaro miró hacia arriba

  1. Genial el modo en que profundizas en Álvaro en tan pocas líneas y que te quede tan “completo” y lo pongo entre comillas porque entra curiosidad por saber algo más de esa historia

  2. Se me queda corto, pero el final lo puedo ver y sentir lo que creo que siente Alvaro, sabes que siempre las obras policiacas a la gente le aburre pues a mi lo contrario y me gustan que aveces no tengan un final feliz, ya que casi nunca acaba en la realidad bien, pero es asi… me a gustado de verdad, pero haz otro relato mas de Alvaro y que tenga un medio final bueno y fatal. Por fa! Mas escribe mas de ese personaje.

    1. Muchas gracias por tus palabras David, no estoy acostumbrada a recibir este tipo de elogios. Así que me llegan al corazón. Respecto a escribir más de Álvaro…todo se andará.

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