Relato: EL VIAJE DE NOVIOS por Manuel del Pino

Isabel Crysler recibió en su suntuosa mansión a Lito y a Lota.

—Mi hija Samara se va a Sudáfrica con ese merluzo de Íñigo Nieve. No la perdáis de vista… ni sus joyas. Si la protegéis, os pagaré muy bien a la vuelta. Si no…

Para impresionarles, les mostró un estuche con un deslumbrante collar de anillos en rojo, blanco y negro. Lota abrió mucho los ojos, señaló a la ventana y dijo:

—¡Cuidado! ¡Un paparazzi haciendo fotos!

Isabel Crysler miró a la ventana. Lota aprovechó para echar mano al collar… Pero notó que se movía en su mano. Se retorcía y le soltó un gran picotazo.

—¡Ayyy! Maldita. Era una serpiente de coral.

Lota tuvo que abrirse la herida con una navaja, chupar la sangre envenenada, escupir la sangre, curarse la herida hinchada y vendarla como pudo. Crysler reía con maldad.

Lito vio que la Crysler llevaba al cuello otro fino collar de anillos rojos, amarillos y negros. Le arrancó el collar, lo tiró al suelo y lo pisoteó cien veces.

—Otra serpiente de coral. Otra trampa. Pero a mí no me engañas.

—Mi precioso collar de gemas hecho polvo —dijo Crysler—. ¡Yo te mato!

Agarró a Lito por el cuello y se lo estrujó hasta volverle el rostro morado. “¡GLGLGL! ¡Suelte, que me ahogaaa!”. Crysler le aseguró que le descontaría el fabuloso costo del collar de su paga hasta el último céntimo. La misión no empezaba muy bien.

El vuelo de Madrid a Johannesburgo duraba 15 horas. Se hizo de noche en el avión. Sobrevolaban África. Samara Faltó le dijo a Lota, en el asiento de al lado:

—Tengo súper hambre, y esas azafatas son mega-incompetentes, no me sirven la cena. Anda, porfi, acércate y trae la bandeja, antes de que mi estómago súper explote.

Lota se levantó hecha una furia, entró en la cabina cafetería y les pidió una bandeja a las azafatas, en nombre de la gran Samara Faltó. Era cena asiática: rollitos de primavera, salsa de soja, brochetas de gambas, fideos chinos con verduras.

Se acercó por el pasillo con la bandeja y, justo al llegar a sus jefes, tropezó, sin querer o queriendo. Les derramó todo encima. Puso perdidos de salsa de soja, rollitos de primavera, gambas y fideos chinos con verduras, a Samara Faltó, a Íñigo Nieve y también a Lito.

Les cabreó de veras, pero Lota, con el ímpetu, siguió disparada hasta el final del pasillo, donde estampó la cabeza en la bandeja y se quedó allí atrancada.

Samara Faltó lloraba desesperada, le demandó a Lito:

—¡Ahhh! Estoy mega sucia. Corre a la cabina de mandos y ordena al comandante que aterrice ahora mismo. Tengo que darme una súper ducha en un nano segundo.

Lito anduvo de mala gana a la cabina, arrepentido de haber aceptado esa misión. Juraba que les robaría todas las joyas a Samara y a Íñigo en cuanto aterrizaran en África.

—¿Qué hace? Largo de aquí —le dijo el comandante.

Lito resbaló con la comida que Lota derramó en el suelo, cual pista de patinaje. No podía frenar, se precipitó contra los controles de relojitos, el juego de pedales del acelerador dio con la cabeza en el volante de cuernos. Gran confusión en la cabina. El pobre Lito acabó con un chichón, nervios de infarto. El avión perdió altura y se estrelló en Sudáfrica.

Cada cual aterrizó como pudo. Samara cayó sobre una iglesia y se hinchó a rezar.

Íñigo Nieve dio en tierra sobre una discoteca, donde bebió, bailó, rio y ligó.

Lota se desplomó en la silla de un bar, así que aprovechó para comer y beber.

El pobre Lito se dio de bruces en la selva sobre un rinoceronte, que le corrió a cornadas por toda la jungla, lanzándole por los aires. POM, POM, POM, POM. “¡Aaaaay!”.

Allí les esperaba Lebrón el Ladrón, acechando para robar las joyas y el dinero a los ricos novios. Vestía de explorador. Les propuso hacer un safari en su jeep. Así que fueron los cinco por la sabana subidos al Jeep. Lebrón conducía mirándolos de reojo.

—Mira, mega leones —dijo Samara.

Lebrón se acercó mucho a los leones. Si cundía el pánico, aprovecharía para robar el equipaje de los novios. Un enorme macho se aproximó despacio al jeep.

—Ay, qué súper león más guapo —dijo Samara.

Sacó la mano para acariciar la melena del león, que al parecer estaba demasiado acostumbrado a los turistas. Samara creía que era un oso de peluche.

Lebrón dio un volantazo. Con los nervios, en lugar de aplicar marcha atrás, aceleró. El enorme león le soltó un zarpazo, que le dejó toda la ropa hecha jirones y desnudo.

Presa del terror, Lebrón corrió por la sabana, para que el león no le matase. Dejó a sus invitados tirados en el Jeep. Tanto aceleró Lebrón, que adelantó a un guepardo, cuando éste cazaba una gacela a 100 km/h. Ni siquiera se detuvo Lebrón cuando se topó con una jirafa. Subió por su cuerpo, como si fuese una escalera, ascendió todo su larguísimo cuello, y terminó en la copa de una acacia, donde los monos le atizaron entre todos chillando.

Lota condujo el Jeep de vuelta al campamento. Allí le preparó una trampa a Íñigo, llamándole a su tienda de campaña, mientras Samara se aseaba en la suya. La hermosa Lota se insinuó a Íñigo, mientras Lito grababa con el móvil, escondido tras el baúl. Luego enviarían las imágenes como prueba a Isabel Crysler, como acordaron, para arruinar el matrimonio.

A Íñigo le faltó tiempo para abrazar, besar y sobar a la carnosa Lota, hasta que ella se hartó y le empujó fuera de la tienda. Luego le dijo a Lito, quien salió de tras el baúl:

—A ver las imágenes, déjame el móvil.

Lito le pasó el móvil, pero no se veía nada de nada.

—Torpe, tenías que darle a “grabar” y luego a “guardar”.

Le arrojó el duro móvil a la cabeza, haciéndole al pobre Lito un chichón.

Así que Lota llamó de nuevo a su tienda a Íñigo, quien se consideró afortunado de poder darse el lote con la atractiva Lota dos veces ese día: de hecho, Íñigo soñaba con ello. Volvió a besarla, abrazarla y magrearla. Lota le soltaba sopapos, pero Íñigo aguantó.

Lito grababa con su móvil tras el baúl. Soltó un gran alarido:

—¡Uahhh! Una araña, me sube por la espalda.

Corrió hacia Lota e Íñigo. Tenía una negra tarántula enorme agarrada a su camisa. Lota la anuló de una patada, que mandó de paso a Lito contra el suelo. Íñigo dijo:

—¿Qué pasa aquí? No quiero tríos, y menos con ese esmirriado.

Íñigo Nieve huyó de la tienda. Lota le preguntó a Lito si había grabado esta vez las imágenes. Lito le contestó ufano que sí, le enseñó el móvil. En esto entró un chimpancé en la tienda, atraído por el brillante teléfono móvil, y se lo llevó corriendo.

Por orden de Íñigo, para vengarse de la trampa, Lito entró en la tienda de Samara, mientras ésta se cambiaba de ropa tras el biombo. Lito se le acercó mucho, en pantalón corto y camiseta de tirantes. Tamara agarró su gran crucifijo y se lo mostró.

—¡Ahhh! Súper vade retro, mega Satanás.

—Yo no soy un vampiro. Eso no me hará nada.

Pero Samara agarró su enorme Biblia y le aporreó con ella en el coco. ¡PLOMM! Lito daba vueltas a punto de desmayarse, a duras penas pudo salir de la tienda. Samara se dijo:

—Llamaré a la policía en un nano segundo.

Cuando Lito volvió a entrar en la tienda, para intentarlo con Samara otra vez, ella estaba escondida tras el biombo, junto a un guardia de Sudáfrica. Lito le dijo:

—Ven aquí, te haré lo que nunca te han hecho.

Le agarró por el cuello y tiró de él con fuerza. Al ver a ese policía corpulento, con uniforme y mostacho, Lito dio un brinco, la boca y los ojos muy abiertos.

—¡Ahhh! Señor guardia, yo no sabía, no era mi intención.

Por abusón, lo esposó y se lo llevó detenido. Lito dijo:

—No, por favor. No me meta en un coche policial.

—Qué coche ni qué coche —dijo el guardia—. ¡Entra, Sigericooo!

El elefante de la policía, que estaba esperando fuera, al oír su nombre, irrumpió en la tienda. “¡PWEEEET!”. Al ver a Lito esposado como un delincuente delante de su amo, el fiel elefante le soltó una trompada, que clavó a Lito en el suelo. Y, por si cabía duda, luego el tremendo elefante se sentó encima del pobre Lito que se asfixiaba.

—Hala, yo me súper voy a mi mega casa —dijo Samara.

Volvieron en barco para evitar accidentes aéreos, aunque necesitaron quince días de viaje. Samara e Íñigo gozaban siempre en su camarote. Lota le dijo a Lito que era su última oportunidad de birlarles joyas y dinero. Lito observó el ojo de buey del camarote y dijo:

—Tranquila, yo me encargo, déjame a mí.

Se lanzó sobre el ojo de buey de cabeza. ¡PLOOOC! El golpazo le frenó en seco, quedó sentado en el suelo, brazos y piernas separados, lengua fuera y un gran chichón.

—¡Inútil! —le dijo Lota—. El ojo de buey de vidrio macizo estaba cerrado.

Lota se dispuso a entrar por la puerta del camarote, el mejor del crucero: Tenía una puerta metálica que cerraba en vertical, aún bajada a media altura, como medida de seguridad. Íñigo y Samara se preguntaban dentro qué era ese ruido. Íñigo dijo:

—Es nuestra asistenta. Adelante, Carlota. Cuidado con la puerta metáli…

¡PLOMMM! Lota se dio un golpazo en la cara y cayó de espaldas al suelo. Íñigo y Sarama acudieron a socorrerla. La sacaron a cubierta, para que le diera el aire.

En esto se acercaron unas orcas enormes a jugar con el costado del barco. A Íñigo le dio por fardar delante de Samara. Cogió una toalla, se acercó a cubierta, la volteó y dijo:

—¡Toro! Venid aquí. ¡Eh, toro! ¿A que no os atrevéis?

¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! Las orcas atacaron el costado del barco, fuera jugando o no. Abrieron una brecha. El crucero mediano se hundía despacio. Por suerte se acercaban ya a Hispania. Tuvieron que nadar los últimos quilómetros hasta llegar a la bahía de Cádiz.

Menos Lito, a quien persiguió un tiburón y le tuvo siete horas dando vueltas.

 

©Relato: Manuel del Pino, 2023.

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