Muro de contención

Ángel Gerpe nos presenta ‘Muro de contención’, un relato que profundiza en los claroscuros de la mente humana

 MURO DE CONTENCIÓN

Oponiéndose a unas gélidas ráfagas de viento, a un paso demasiado apremiante para tratarse de un paseo, vagaba un hombre sin rumbo. Sus rápidos andares y su vestuario de invierno lo protegían hasta cierto punto del frío. Sin embargo, su rostro expuesto totalmente a la intemperie se encontraba helado. Pero esto no le incomodaba, todo lo contrario, el frío en su cara lo despertaba, lo hacía sentirse vivo, durante un instante al menos. Caminaba con auriculares en las orejas, pero la atención que prestaba a su propia música era tal que sería incapaz de decir cuáles eran las tres últimas canciones que habían saltado aleatoriamente en su móvil.

Dicho sujeto caminaba por una calle empedrada, portando un largo y oscuro abrigo en una noche sin luna, lo que a priori debería concederle un aspecto bastante tenebroso. No obstante, su paso torpe a la vez que rápido, sus movimientos poco fluidos, y su cara de embobado, descalificarían al pobre desdichado para protagonizar cualquier escena de terror. Esto no impedía que la impresión que el hombre daba en primera instancia a algunos transeúntes fuese de un fugaz temor.

Esta era una más de sus caminatas nocturnas, su forma predilecta de evasión del mundo. Callejeaba casi con obsesión, sin prestar atención a sus alrededores. Durante casi una hora seguiría andando, con su mente escondida en su propio mundo, su vista y sus piernas en piloto automático. Y como contraste a un ritual que busca aislamiento, el final que mantendría su hábito sería también el mismo de siempre, una cerveza en cualquier antro.

En esta ocasión el bar elegido estaba totalmente abarrotado, esto era lo único que varía en su rutina. La gente no hace lo mismo un sábado que un lunes, aunque nuestro hombre no es muy consciente de estas tonterías. Podría parecer contradictorio que un amante de la soledad decidiera introducirse en semejante tumulto de personas, pero lo cierto es que es la mejor manera de ocultarse.

Dado el camuflaje que le proporciona la máscara de gentío, y que nuestro hombre no supera por mucho la edad de los jóvenes del local, pasa casi desapercibido. Casi…

Sujeta con fuerza la botella de cerveza mientras barre con su mirada el local. Sus ojos se detienen en una de las chicas más atractivas del garito. Al rato la mirada de la muchacha se cruza con la suya, el hombre mira al suelo, avergonzado. No se puede decir que el aspecto de ese rostro huidizo fuese desagradable, al contrario, sería más razonable calificarlo de guapo que de feo. Pero su carácter huraño, retraído, tímido y cuantos adjetivos más se puedan utilizar como obstáculo en estas situaciones, hacía muy difícil la comunicación con el sexo opuesto. Eso por no hablar de que, dentro de sus momentos de odio generalizado al mundo, la misoginia ocupaba un lugar importante.

Apuró lo que quedaba de la bebida, empezaba a sentir miradas clavadas en él, era el momento de marcharse. Para su frustración, el camarero tenía demasiada gente a quien atender, y tardó innumerables minutos en prestarle atención, empezaba a encenderse su ira. Podía gritar para llamar la atención del empleado tras la barra, o podría marcharse sin pagar, nadie se daría cuenta. Pero no, él no era esa clase de personas, la amabilidad y la decencia por delante, y cuando te pisen, pon la otra mejilla. Así que como era costumbre, esperó más que nadie a que lo atendieran.   

Al poco de salir del bar vio pasar un coche patrulla de la policía, en lo que sería su ronda de costumbre. Se detuvo sin ser consciente de ello, pensativo. Por un momento una gran cantidad de planes urdidos al abrigo de sus sábanas le pasaron por la mente. Si lo hiciera… no lo cogerían, todos lo subestimaban, pero él no es tonto, pensó. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo, agarro el cuchillo imaginario, le daba demasiado miedo llevar un acero auténtico.

Y volvió a casa, como siempre. Porque el hombre era una buena persona, cuando amaneciera vería a sus amigos, a su familia. Esas ideas absurdas se difuminarían con las primeras luces del amanecer. ¡Claro que no es por miedo! es porque él no es malo. Pero podría hacerlo…  

Y cuando volviese a oscurecer, una serie de horripilantes pensamientos volverían a poblar su mente a paso rápido. Unas ideas tan monstruosas que su sola mención podría hacer dudar a su propia madre del corazón de su pequeño. Un mar de intenciones repulsivas contenidas por un dique de…. ¿De qué? ¿Falta de atrevimiento o en el fondo hay una personalidad en la luz capaz de rechazarlo?

No, no pasará nada, el hombre es una buena persona. Pero esta noche, cuando la mano en su bolsillo se cierra agarrando el cuchillo, no es aire lo que sujeta.  

 Texto: © Ángel Gerpe Limeres, 2019.

 

   

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