Homicidio fantástico- Relato

El escritor cartagenero Antonio Menchón nos lleva al país de la Fantasía con su «Homicidio fantástico».

Hay mucha sangre. Decenas de cristales diminutos permanecen esparcidos junto al cadáver, que yace en el suelo con un tacón de cristal clavado en la sien izquierda. La sangre, ya espesa, ha brotado de la incisión formando un charco negruzco y gelatinoso sobre el que descansa el cráneo del príncipe. Un crimen cruento y despiadado ha tenido lugar en el país de Fantasía.

—¿Quién habrá sido? —pregunta la luna, vestida de blanco para la ocasión, a sus compañeras las estrellas, que examinan precavidamente la escena del crimen intentando recopilar pistas.

No muy lejos de allí, oculta en la oquedad que sirve de guarida durante el día al Lobo Feroz, una joven llora desconsolada ante la mirada indiscreta de Pepito Grillo —confidente de los bajos fondos de la comisaria Luna—, que observa a hurtadillas desde un recoveco oscuro.

—¿Por qué? —se pregunta la Cenicienta, golpeando a la vez la pared con la base del puño—, ¿por qué demonios intentó comprar mi amor con dinero?

Pepito sale presuroso del tenebroso escondrijo y se cruza en el bosque con el Hada Madrina, que casualmente patrullaba por la zona. El grillo comunica lo que acaba de ver y oír y el hada acude a la cueva, donde arresta a la angustiada muchacha.

En comisaría los Siete Enanitos se encargan del interrogatorio. Uno tras otro, presionan psicológicamente a la chica hasta que reconoce ser la autora del macabro homicidio.

Al cabo de varias horas la acusada es trasladada al juzgado, ubicado cerca de la casa de los Tres Cerditos, donde espera impaciente la madrastra, jueza de guardia. Tras la confesión del crimen se dicta una sentencia concisa y clara: deberá permanecer encerrada en la torre del castillo, junto a la reina malvada, durante cien años, no debiendo aceptar beso de príncipe azul alguno y estando obligada a permanecer en el olvido, desapareciendo su nombre de todos los cuentos infantiles hasta que se cumpla la condena establecida.

Texto: ©Antonio Menchón.

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