“Dos cadáveres sueltos y un asesino muerto”

Marisa Arias nos deja su relato esencial “Dos cadáveres sueltos y un asesino muerto”

                    “Dos cadáveres sueltos y un asesino muerto”

Martín se tomaría, sin adivinarlo, su último café en el bar de la esquina.

Le pagaban bien en su trabajo. Además el tema era siempre igual. Muchos años haciendo lo mismo y ganar una pasta gansa gracias a los mismos dueños del Marbella´s Centre para los que solía trabajar. Políticos, empresarios, banqueros… ¿Para qué complicarse la vida?

‘Uno, dos, tres… o quizás alguna bala más, y después a retozar con RosaDalía para rematar la faena’, pensaba con deseos y fantasías carnales.

El caso era fácil y rápido, se dijo, mientras se atusaba el ‘Freddie Mercury de bigote’ que tenía y escupía la colilla apagada y reducida sin sabor, de la comisura de su boca.

Martín nació con un cigarro en la boca. Y era de esos que lo encienden antes, después e incluso durante, en cualquier acto. Ya sea, para comer, disfrutar del sexo, o matar.  

En frente de ese mismo bar donde Martín estaba tomando café, dos amigos charlaban sentados  en un banco. Uno bastante delgado y con gafas de aumento, parecía estar leyendo el periódico; aunque, curiosamente, del revés. El otro, un ex-boxeador venido a menos, alto y fuerte con kilos de más,  inclinado hacia abajo, miraba con cierto cabreo sus propios zapatos.

-¿Qué le pasa a tus zapatos? Le preguntó su amigo Mario, extrañado de verlo cabreado desde hace rato.

Ná tío! Me iba atá el zapato! ¡Éto cordone zon una mierda! ¡Zon un poco córto! Un día me caigo redondo ar zuelo en er peor momento, dijo Juan.

-Pues quítaselos al zapato o hazles un nudo doble, tío. ¡No se te ocurre nada, joder!

Juan no le prestó atención a los comentarios de su amigo y dirigió de repente su mirada a la derecha debido al ruido del cierre de un local cercano.

-¡Mira,mira! Éte tío etá cerrando ya- exclamó Juan-. Y ahora echa la perziana. Uno, do, tre y cerrando..Mira, ¡¿vé?! ¡No falla! La die meno die. Ahora echará háta la mitad lá perziana mecánica y ze pondrá a barré y fregalo tó. ¡Qué pringao!

-¡Espera, si! Y después le tocará fregar. Siempre lo mismo. Ya te cuento yo: seis, siete, ocho y… ya está cogiendo el mocho! Jeje! Si es que tiene que fregarlo todo antes de irse. Como mi paisana haciendo de sábado en casa.

-Ten claro  lo que tienes que hacer Juan. Sal pitando con la pasta en cuanto le rajes, siguió diciendo Mario.

Pue claro, tío! Como ziempre! Allí me voy a a quedar a ver zi abre un ojo, el cabrón ja ja .

-Bueno ya sabes dónde te espero. Ayer llevé al taller  ‘La Gaga’ y tiene que correr más que antes, le dijo a Juan.

‘La Gaga’ de Mario era una Guzzi roja de 49 cc vieja de los ochenta y de segunda mano.

Juan se dirigió con tranquilidad al local y pegó fuertemente con los nudillos de su mano derecha, en el cierre metálico.

El empleado sin dudarlo ante el ruido intenso, salió del interior a mirar. Abrió la puerta de cristal desde dentro con cierta curiosidad y después le dio al botón para subir el cierre. Cuando  tuvo a Juan a unos 20 centímetros de su cara le dijo el empleado en voz alta y algo cabreado:

-¡Está cerrado, oiga!

Ya ya. É que creo , me he dejado la cartera dentro -le contestó Juan.

El empleado mirando al instante hacia atrás y hacia el mostrador, no pareció ver nada a simple vista.

-Aquí no hay nada. Vuelva maña..

Juan no lo dejó terminar la frase y le propinó un gran puñetazo directo al centro de  la cara con lo cual cayó al suelo dejándolo KO inmediatamente. Sacó de uno de sus bolsillos una navaja y la abrió. Con la amplia cuchilla de unos 10 centímetros  le cortó el cuello sin miramientos al empleado que tendía en el suelo inconsciente.

El pobre empleado empezó a sangrar en medio de la entrada de la administración de loterías sin que nadie pusiera remedio, como un cerdo antes de una matanza. Pronto se formó un generoso charco de sangre, donde los cordones de los zapatos de Juan se pringaban más y más, mientras  él andaba a su alrededor, hurgando en su chaqueta buscando una cartera, como si fuera una miserable rata merodeando un apetitoso cadáver. Dado que no encontró nada, se fue para la caja en busca del dinero.

Martín llevaba estratégicamente unos veinte minutos enfrente de este local para poder ver con claridad todo lo que iba sucediendo. El suceso en la puerta y de Juan robando dentro, lo ponía en aviso para su trabajo.

Juan se dirigió  a la caja registradora. Había que coger toda la pasta y salir por patas con rapidez. A Mario no le iba esperar demasiado.

-¡Toma, pringao! -Le dijo Juan al empleado mientras salía y le daba una gran patada en el estómago del inerte empleado. Estaba ya más muerto que una sardina en lata.

Juan miró al frente y vio a su amigo Mario puntual con la moto, que la tenía aparcada a unos metros y se acercaba a la entrada donde él estaba. Un robo de dos. Juan  corrió para montarse con él en la parte trasera, y escapar. Pero hubo algo que se lo impidió. De repente al subir a ‘La Gaga’ pisó los cordones de su zapato derecho y tropezó cayéndose al suelo, de boca. La bolsa con todo el dinero sustraído hace un instante, se abrió y se derramó gran parte.

En ese preciso instante empezaba la misión de Martín. Intentó avanzar y ponerse cara a cara con  Juan. Le miró sin mediar palabra, y le extendió una mano para levantarse. O al menos eso creyó él. La otra mano la introdujo en el  interior del bolsillo izquierdo de su chaqueta con disimulo. Sacó su bonita Smith 38 y le dio un tiro en el estómago.

Mario, al ver todo lo ocurrido,  pensó que él también correría la misma suerte. Quiso arrancar la moto en segunda  y escapar del lugar pero en esas, se le caló e igualmente y fue alcanzado por un tiro directo por la espalda sin dilación por parte de Martín. Mario cayó al suelo y la moto encima de su pierna izquierda, irremediablemente.

El trabajo estaba terminado.

Martín iba relajado alejándose a pie del  lugar poco a poco unos metros, mientras encendía un cigarro, que tenía en el bolsillo interior de  su chaqueta y pensaba en RosaDalía.

A los cinco minutos estaba llamando al que le contrató.

-¿Ya está hecho, Martín? -Le preguntaron directamente del otro lado del teléfono.

-Afirmativo -contestó Martín.

-No me engañe, lo estoy viendo. Ja ja. Esta noche, para su sorpresa, estoy  muy cerca de usted y de mi local para ver claramente lo que está pasando.

-Le digo que acabo de matar a los dos ladrones de turno. Un trabajo limpio y sin resistencia. Dos tiros. Lo que se requería.

-Mal hecho. Debería haberse asegurado antes y no haberse puesto a fumar. Aunque el fumar no es lo que le va a matar esta vez. Yo diría que no están muy muertos. Solo un poco. Dese la vuelta . Se están escapando en la moto al final. ¡Mire, mire! ¿Lo ve?

Martín giró la cabeza y miró hacia atrás con incredulidad ante el ruido notable  de arranque de la moto. Era verdad, los dos ladrones se daban a la fuga. Vio con asombro y perplejo, mientras abría la mano y dejaba caer al suelo el cigarro recién encendido y su mechero, cómo los dos se las apañaron para montarse juntos y escapar con la bolsa del dinero, aunque llevaran ambos  agujeros de bala.

Solo unos minutos le bastaron para recomponerse, como a los gatos. Se daban al piro manchados de sangre pero más vivos que dos mosquitos picando.  

-¡Joder! -exclamó Martín- ¡¡¡Me cago en sus muertos…!!! ¡No me lo puedo creer!

-¿Me escucha bien, Martín? No puedo pagarle. No le voy a a pagar. Lo entiende, ¡¿verdad?!. El trabajo está sin terminar -Le dijo la voz del dueño de la administración de loterías que lo contrató.

«¡Estoy muy harto de estos cabrones en paro que no tienen nada que hacer, que venir a robarme varias veces al año!. ¡Le contraté como algo definitivo y mire que me encuentro! ¡Mil pavos que le adelanté por el trabajo! ¿¡Y para qué!? ¡Para nada! Encima se llevan mi dinero. ¡Menos mal que esta vez pasaba por aquí para inspeccionar el dichoso trabajito!. ¡Mala follá te den, Martín! Ahora tengo yo que arreglar este desaguisado».

Martín murió siendo víctima de un tiro certero en la cabeza por una escopeta recortada de mano, disparado desde el mismo banco que esperaban Juan y Mario.

La vida del sicario Martín se segó en cuestión de décimas de segundos, cayendo desplomado su cuerpo, junto a la calada de su último cigarro.

Al final, al dueño de la historia le desplumaron en dos minutos:

Dos cadáveres sueltos y un asesino muerto’.

Texto: © Marisa Arias, 2018.

 

 

 

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