Crímenes de archivo por Héctor Vico, (Parte 2)

2 –

Daniel Quinn ya no tuvo paz. Tenía en su haber los años de experiencia suficiente como para saber que una corazonada, por más que estuviera bien fundada, no lo habilitaba a  emprenderla contra un ciudadano al cual sus colegas habían desestimado como posible culpable de los aberrantes crímenes que él revisaba. También sabía que actuaba de oficio y que sus superiores hacían la vista gorda en honor a los importantes servicios que, a lo largo de su carrera, brindó a la Fuerza. No se engañaba. Se trataba de “casos cerrados” y para abrirlos iba a necesitar elementos contundentes y aun así, algún burócrata aburguesado, temeroso que echara a perder su tranquilidad, podría frustrar su empeño por impartir justicia.

Este tipo de pensamientos le llegaban cada vez que sentía que estaba frente a la solución de un asesinato olvidado en el tiempo. Su parte lógica del cerebro le decía que era inútil continuar, que había miles de razones para desistir y que sí, era muy probable que lo llamaran al orden y lo obligaran a dedicarse a otro asunto o que volviera a patrullar las calles. No obstante, su otra mitad, la de los buenos sentimientos y que se rebelaba con las injusticias, le aconsejaba mandar a todos a la mierda y continuar. Generalmente esta era la parte que triunfaba en esa discusión sobre deber y justicia.

Desde aquel momento comenzó a pasar más tiempo en el archivo y, a pesar de su aversión por la informática, empezó a valerse de esta nueva herramienta, para él, con el objetivo de encontrar un tercer caso, con las similitudes de los hallados hasta el momento. Dos cosas le preocupaban, una era la mencionada: encontrar un caso más, la otra, descifrar las sangrientas inscripciones. Por último era imprescindible demostrar que el sospechoso tenía un motivo para cometer esos aberrantes hechos.

Sabía que había una estrecha relación entre números y círculos, pero no daba con la clave. Entendía que era un mensaje críptico y que en su enajenación, este tipo de criminales, inconscientemente deseaba, en primer lugar notoriedad y muy en el fondo, también deseaba ser atrapado, aunque no lo supiera. A lo largo de su carrera se había topado con estas patologías y tenía la seguridad que este era un caso más. Necesitaba de manera urgente encontrar la punta del ovillo y el secreto estaba en esos símbolos estampados en los muros de las escenas de los crímenes.

Pasó revista a su nutrida biblioteca. Como al descuido revisó un par de novelas de género negro, miró uno que otro volumen de textos de criminalísticas y por último se detuvo en la biblia. Leyó parte de algunos evangelios, prestó atención al Libro de los Números del Antiguo Testamento pero no quedó conforme. No le daba ningún indicio, más no cejó en su búsqueda. Recordó que contaba con un ejemplar de la Torah. Un libro que consultó muy pocas veces. Estaba en impecables condiciones a pesar de los años que llevaba en su biblioteca. Lo había comprado siguiendo un impulso y nunca supo la verdadera razón por la que lo había. Tal vez ­―pensó―, necesitaba tenerlo para esta oportunidad. Conocía la predisposición del pueblo hebreo por el significado de los números y quizás el asesino tenía la misma inclinación.

Buscó con cierta premura, el significado del número 2 y del número 8, las cifras que aparecían en los mensajes sangrientos. Para el 2, si bien su significado era extenso, el que más se ajustó a uno de los casos fue lo siguiente: “Mientras que el número uno afirma que no hay otro, el dos indica que sí lo hay”. ¿Podría aplicarse al caso de Molly? ―dijo en voz alta―, posiblemente ―se respondió.

Para el 8, forzando el significado y atendiendo a la profesión de abogada de la Srta. Jorovich se inclinó por aceptar como indicio lo siguiente: el origen de este número sugiere en hebreo la idea de superabundancia. Viene de una raíz que significa “engordar”, “sobreabundar”. Conociendo a los hombres de leyes, ¿era posible que le hubieran hecho pagar algún pecado de avaricia?

―Todo es posible ―volvió a decir para sí.

Se quedó meditando sobre sus hallazgos. Convenía en que eran meramente casuales y solo le daban indicios pero de ninguna manera eran concluyentes. Debía seguir investigando. Todavía le quedaba por develar el mensaje de los círculos. Decidió que lo dejaría para otro día, estaba agotado y ahora lo que necesitaba era una cerveza y distracción. Cerró la Torah y la devolvió a su estante.

3 –

El tiempo fue pasando, la primavera estaba llegando a su fin. Quinn alternaba períodos de total quietud, producto de la mayor actividad en el Precinto, con otros en los cuales su obsesión investigativa tomaba nuevos bríos, no obstante, interiormente le ganaba una sensación de  estar estancado hasta que por fin leyó el siguiente informe:

Cuerpo de Detectives del Departamento de Policía de Nueva York, con la colaboración del Precinto 43 Inspector George W. Pine. Julio 20 de 2015 Expediente N° 184 – 79330/15 Hipótesis: Muerte por arma blanca. Víctima: Lowe, Ethan III. Hipótesis: Asesinato. Estado: No resuelto.

 1 – El cuerpo fue encontrado por su ama de llaves, la Sra. Rodríguez, Asunción, mexicana, con diez años al servicio del Sr. Lowe, la cual cuenta con sus propias llaves de acceso a la vivienda. En la mañana del 21 de julio ingresó a la casa y se encontró con una escena siniestra. El cuerpo del Sr. Lowe, de cincuenta y cinco años de edad, de profesión periodista y conductor de televisión, yacía en medio de la sala principal de la residencia en medio de su propia sangre. Su lengua salía desde su garganta, en un corte denominado “corbata colombiana”. Sobre la mesita del living se encontraron dos copas de whisky. Solo una tenía las huellas del Sr. Lowe.

2 – Al momento de su deceso, Ethan Lowe III estaba cubriendo noticias vinculadas con escándalos sexuales en la preparatoria Fordham y que involucra a varios profesores de los cursos superiores.

3 – julio 25: Colegas del fallecido: Amanda, Smith; Robert, O’Brian y Celia; García; comentaron que desde hacía dos meses el Sr. Lowe recibía notas y llamadas telefónicas intimidatorias aconsejándole olvidarse del escándalo del colegio pues de lo contrario lo lamentaría.

4 – julio 31: una inspección más profunda de la vivienda permitió encontrar algunas de las notas mencionadas.

5 – La oficina del Forense informa que Lowe presentaba un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo pero que su muerte fue producto del corte en la garganta y la extracción de la lengua.

6 – agosto 4: Se revisan los videos de las notas producidas por el periodista. En los mismos Lowe denuncia claramente la realización de fiestas sexuales entre alumnas menores de edad y algunos de los profesores del cuerpo docente. Estos encuentros se llevaban a cabo en la residencia veraniega del Sr. Cooper, profesor de Historia Surgen también los nombres de: Rosenthal, Allan (Economía), Yusufián, Eugenio (Derecho); Duncan, David (Literatura Clásica); Schulteis, Gregory (Vicerrector); Conors, Lisa (Danzas).

7 – agosto 14: todos fueron interrogados. No registran antecedentes. Tienen coartadas sólidas. No fue posible establecer ninguna vinculación previa con el Sr. Lowe. Lo único que tienen en común es que todos se negaron a acceder a las entrevistas propuestas por el periodista.

8 – Con los recaudos que la ley exige, dado que son alumnas menores de edad, se procedió a interrogarlas. Todas negaron la versión difundida por el periodista muerto. Lo tildaron de “charlatán y mentiroso”

Nota 1: El corte en la garganta del Sr. Lowe, llamada en la jerga del hampa como “corbata Colombia” se aplica en el ambiente “narco” a la persona que habla de más o delata a sus compañeros.

Nota 2: En la pared principal de la sala del Sr. Lowe, con su sangre, estaban pintado un círculo irregular y dos números en romano: VIII y IX

Nota 3: La Preparatoria Fordham presionó con sus abogados para desestimar la posible acusación de los miembros de su staff docente.

Allí estaban otra vez, el círculo y los números, pero… existía otra cosa, además de la consabida hipocresía de quienes se erigen en guardianes de la moral y las buenas costumbres. Mientras leía y releía, comenzó a experimentar una extraña sensación. Sentía como si una voz interior le estuviera ordenando ponerse de pie y dirigirse a la biblioteca. Le parecía estar en un sueño en el cual estuviera frente a algo evidente pero que sus ojos se negaban a ver. Lo intuía pero no lo notaba. En un impulso, abandonó su silla y se dirigió directamente a la biblioteca. Buscó con ahínco hasta dar con el volumen que tenía en mente. Lo abrió, era un ejemplar de la traducción al inglés de la Divina Comedia realizada por Henry Wadsworth Longfellow en la década de 1860. Fue directamente al índice: Primera Parte: Infierno. Estuvo toda la noche leyendo. Devoró los 34 Cantos de aquella rima endecasílaba repleta de figuras metafóricas y de nombres totalmente desconocidos para él. A pesar de todo comprendió cabalmente el mensaje del inmenso poeta florentino. Dante Alighieri supo ubicar a cada quien en el Infierno y, lo más importante, supo también que castigo aplicarle.

Cuando el sol de la mañana trazaba estrías en la penumbra, colándose por las celosías de las persianas, ya  tenía develado los crípticos mensajes  de las muertes de Molly, Jorovich y Lowe. Faltaba descubrir las razones de las mismas aunque las inscripciones sangrientas eran elocuentes, solo restaba confirmarlas.

Decidió que lo más atinado sería recurrir al Jefe de Inspectores, su amigo Mathius Elroy.

Lo llamó por teléfono.

 

©Relato: Héctor D. Vico,  2020.

 

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