¿CRIMEN O CASTIGO?

“Velad y orad, para que no entréis en tentación;

el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”

Mateo 26:41, Biblia Reina-Valera 1960

Sentado confortablemente en el asiento trasero de su coche oficial el ministro atendía despreocupado a las reacciones suscitadas por su último tweet, no accidentalmente controvertido. Sus detractores, aparentemente tenía muchos, podían irse al carajo, de su puesto no lo iban a quitar tan fácilmente, algunos ya lo habían intentado sin conseguirlo. Su único interés en leer las réplicas desencadenadas era encontrar la victima adecuada para interponer una nueva demanda, por difamación o amenazas le daba exactamente igual, lo realmente importante era infundir temor entre los opositores a su gestión. El elegido se iba a enterar hasta donde llegaba su poder; el resto, cada vez menos, se lo pensaría dos veces antes de enfrentarse de nuevo a él. La política del miedo siempre funcionaba a largo plazo; durante su amplia trayectoria se había percatado de su eficacia confirmándola en multitud de ocasiones.

Un nuevo pinchazo en el costado le hizo recordar que llegaba con retraso a la cita que había concertado. Recriminó a su chófer por la tardanza y lo conminó de mal talante a pisar el acelerador a pesar de que la demora en la sesión de la comisión de investigación se debía exclusivamente a su vehemencia, a esas alturas no iba a permitir que cuestionaran sus actos una pandilla de advenedizos. Liberal convencido de las bondades de la iniciativa privada y conservador practicante, llevaba tanto tiempo en política que no recordaba haberse dedicado a otra actividad desde que se licenciara en económicas y comenzase a asesorar a diversos cargos electos del partido. Desde entonces había ascendido hasta el ministerio, gradualmente y por méritos propios. El siguiente paso, tal vez presidente. La mejor época los comienzos, sin duda alguna; soltero, de misa diaria para que se notase la ideología, y putero ocasional siempre y cuando la celebración de su último éxito lo mereciese, se lo había merecido frecuentemente. En la actualidad ya no se metía en esos fregados aunque en la comisión de investigación algunos mamarrachos se empeñasen en relacionarlo con antiguas, presuntas, recepciones de dinero negro a cambio de adjudicaciones de obra pública y financiación ilegal del partido; en cualquier caso, de ser cierto, todo ya prescrito y sin posibilidad alguna de atribuirle nada a su persona.

La polémica actual, la que mantenía exasperadas a las redes y él alimentaba, nada tenía que ver con su pasado. Días atrás, en un descanso parlamentario mientras conversaba distendidamente con un diputado neófito de su bancada, un micrófono hábilmente dirigido por un periodista carroñero había interceptado unos comentarios un tanto controvertidos. Se jactaba en el audio de ser el principal responsable de los recortes presupuestarios destinados a investigación y ciencia. La escusa oficial argumentada por el gobierno se ceñía a la situación económica reinante, la manida crisis, y a la necesidad de destinar más recursos para estabilizar la ansiada recuperación financiera del país. Sin embargo, durante su perorata argumentaba que “los científicos, en especial de universidades y organismos públicos, son una pandilla de chiquillos vagos, malcriados y sobrepagados, jugando a ser Dios con el dinero del contribuyente: estarían mejor asfaltando carreteras o poniendo ladrillos como peones de albañil”. Tras emitir una risotada apostilló: “Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre”. Obviamente la opinión no había gustado ni a los aludidos ni a los representantes de la oposición siempre ojo avizor para dar caña al gobierno. Todos ellos saltaron sobre él pidiendo su dimisión. No les iba a dar el gusto; maquillando levemente sus comentarios adujo que se habían producido en una conversación privada y fueron sacados de contexto. En definitiva, una nueva manipulación mediática. Ahora solamente esperaba que alguien metiera la pata en un comentario documentable en público para que lidiara con todo su equipo legal.

El vehículo atravesaba la verja de entrada a la clínica cuando un nuevo pinchazo lo sacó de su concentración en la lectura. Ya detenido ante la puerta de entrada salió sin esperar la asistencia de su conductor dirigiéndose raudo a la consulta. Llevaba una temporada larga con esporádicos dolores abdominales pero desde hacía unos meses éstos eran más frecuentes y dolorosos. Tras varios escáneres, análisis bioquímicos e incluso genéticos, y descartado lo obvio, en la presente sesión le informarían del veredicto final.

No le hicieron esperar, solo faltaría teniendo en cuenta de quién se trataba y cuánto costaba el servicio asistencial en la clínica privada. Tras los saludos de rigor el médico entró en materia sin preámbulos, “creo que hoy no estamos para perder el tiempo”, fueron sus palabras exactas. Fue dictaminado culpable, al menos así lo entendió; el margen de ejecución de sentencia seis meses aproximadamente, en ningún caso superior al año, probablemente menos… incluso contando con la asistencia de quimioterapia intensiva. “Totalmente inaceptable”, pensó, apelaría. Después de todos los intentos de quitarlo de en medio por vía judicial una enfermedad no iba a eliminarlo sin más, lucharía costase lo que costase. Preguntó por el mejor tratamiento independientemente de su precio o dónde se administrase.

La sorpresa fue mayúscula. El mejor tratamiento aprobado era la quimioterapia mencionada. No obstante existía otra posibilidad, eficiente, experimental, gratuita y en un hospital público de la misma ciudad, no todo podía ser perfecto. Los ensayos preclínicos y clínicos de fase uno eran altamente prometedores, solamente tenía que ser aceptado en el ensayo clínico de fase dos que estaba en marcha. Una llamada al responsable informándole de la importancia del paciente lo resolvería sin más preámbulos. La cita se fijó para el día siguiente.

En la nueva consulta, menos glamurosa que anterior en la clínica privada, le sorprendió la aparente juventud del oncólogo. Le saludó efusivamente presentándose con su cargo institucional por delante. El facultativo le devolvió el saludo comentándole que ya estaba enterado de su caso, había estudiado su historial, su afiliación no era importante para el asunto que tenían entre manos. Le aseguró que podría estar tranquilo sobre la absoluta confidencialidad de todo lo relativo a sus datos y dolencia. A continuación le informó someramente sobre el tratamiento experimental.

Se trataba de una terapia combinada con un agente citotóxico carente de efectos secundarios, de reciente descubrimiento, acompañando a un virus oncolítico. El primero atacaría a las células neoplásicas y el segundo induciría la respuesta inmune. Juntos arremeterían contra el tumor primario y los metastásicos; según las pruebas iniciales en otros pacientes ya tratados, después de seis u ocho meses se vería completamente libre de la enfermedad y podría hacer vida normal… siempre y cuando recibiera el tratamiento experimental y no el habitual usado como control.

Un rictus de perplejidad asomó al rostro del ministro. Sin darle importancia, el oncólogo continuó su explicación: “tal como mi colega le habrá informado este tratamiento es un ensayo clínico en fase dos lo que implica comparar la eficacia de la nueva terapia frente al mejor tratamiento disponible aprobado para la dolencia. Por otro lado este ensayo es enmascarado, de triple ciego. Ni el terapeuta (o sea yo), ni el paciente, ni el comité de seguimiento conocen hasta el final que tratamiento se aplica a cada individuo”. Era evidente que el ministro iba a explotar de un momento a otro, no se podía creer tamaña desfachatez, “este tipo no sabe con quién está tratando”, pensó. Antes de que la sangre llegase al río el galeno reaccionó exhibiendo una sonrisa: “obviamente, como usted puede imaginarse, existen modos para pasar por encima de la normativa y hacer que un paciente determinado sea asignado a una terapia particular; no tenga la más mínima duda de que recibirá el tratamiento que se merece, me encargaré personalmente de ello. Todo se tramitará de forma escrupulosamente confidencial para evitar sospechas de trato de favor. A partir de este momento seguiré personalmente la evolución de su caso”.

En cuanto el paciente firmó el consentimiento informado para ingresar en el estudio clínico abandonó el despacho, entonces se iniciaron sin demora los trámites de admisión. El facultativo preparó la ficha de ingreso de un nuevo paciente al ensayo. Acto seguido accedió al sistema usando una clave administrativa anónima para comprobar el tratamiento que el algoritmo de adjudicación aleatoria había asignado al nuevo sujeto experimental. Introdujo la clave del paciente y se cercioró de la asignación. El ensayo constaba de treinta y siete individuos recibiendo la terapia convencional y cuarenta y cinco adscritos a la experimental. No fue necesario realizar cambios, lo que constituiría una grave falta de ética, que alterasen las proporciones establecidas automáticamente; afortunadamente el ministro recibiría el tratamiento adecuado a su caso.

La dolencia fue evolucionando tal como se esperaba con una mejora manifiesta en los parámetros físicos durante los primeros meses de tratamiento, incluso a pesar de los trastornos puntuales ocasionados por cada una de las sesiones de medicación. El empeoramiento se produjo a los seis meses. La salud del ministro se deterioró en pocas semanas y tuvo que ser ingresado por fallos multiorgánicos. Pasada la crisis inicial, débil, fuertemente sedado pero consciente y estable, recibió la visita del oncólogo. Éste se sentó a su vera y le pidió que no se agotara, “es mi deber informarle de la evolución de su dolencia”.

Le quedaba poco tiempo de vida, días, en el mejor de los casos un par de semanas. El yacente preguntó con un hilo de voz el por qué de la ineficacia del tratamiento. El médico negó con un vaivén de cabeza.

– La quimioterapia le ha mantenido con vida seis meses, tal como le pronosticaron tras el diagnóstico inicial…-el ministro lo interrumpió alterado.

– Usted me garantizó una curación completa con la nueva terapia -el facultativo asintió.

– Efectivamente, pero usted ha recibido el tratamiento habitual, el mejor en uso, el que el sistema le adjudicó aleatoriamente. Hubiese sido moralmente inaceptable por mi parte alterar el ensayo clínico, pondría en cuestión la totalidad de los resultados obtenidos en el estudio.

Levantándose se acercó a la ventana y continuó.

– Si hubiese hecho lo que me pedía el cuerpo le habría administrado agua azucarada, al fin y al cabo a usted el avance científico le ha traído al pairo durante toda su andadura política… ¡De dónde cree que salen los medicamentos!… No obstante me debó al Juramento Hipocrático, ha recibido el mejor tratamiento disponible.

Después de una breve pausa habló de nuevo.

– ¿Sabía usted que el medicamento fue patentado por un grupo de la Universidad que se ve desde esta ventana? Tardaron años en identificarlo, estudiar sus efectos y producirlo. ¿Conocía que mi equipo en esa misma Universidad realizó los ensayos preclínicos y patentó la terapia combinada con el adenovirus? Paramos el desarrollo clínico por falta de fondos, las patentes fueron adquiridas a precio de saldo por una farmacéutica alemana. Esa misma empresa nos concedió el estudio clínico por nuestra experiencia previa y por el prestigio de este hospital, público por si se le ha olvidado. También, por qué no decirlo, para evitar que si algo saliera mal fuese en un hospital alemán. De cualquier modo el ensayo está siendo un éxito sin paliativos.

El ministro se encontraba manifiestamente irritado, la frecuencia cardiaca y la presión arterial se elevaban peligrosamente. El médico aumentó ligeramente la dosis de calmantes para evitar un infarto. Mientras se dirigía a la puerta se despidió.

– Muchas gracias por participar en el ensayo clínico. Incluso a su pesar salvará la vida a multitud de pacientes en el futuro.

Tres días después fallecería en un hospital público, tan prestigioso como maltratado, el ministro más denostado de los últimos tiempos. Todo ello se olvidó de la noche a la mañana, los rotativos glosaron su trayectoria alabando virtudes y aminorando defectos o actuaciones polémicas. Los servicios prestados al país le granjearon alabanzas de gobierno y oposición, todos los servicios menos uno, el más importante.

 

Texto: © Carlos Olano, 2019.

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