CENA TIBIA por Jon Aramendía – IV Antología Solo Novela Negra

― ¡Les he llamado en cuanto me han dejado de temblar las manos! – la jovencita farfulla fumando con la avidez que sigue a un momento de pánico.
― ¿Y usted es? ― pregunta extrañado el agente que acaba de bajar del coche patrulla.
― Soy vecina, bueno, mi madre. Yo me iba a mi casa y entonces oí los gritos… ¡casi me muero del susto!
― Su nombre señorita.
― Sara, perdone.
― No se preocupe, soy el agente Carlos Benedetti ¿Me puede decir qué ha visto?
― No, yo ver, no he visto nada. Como le digo, mi madre vive aquí al lado, y yo, yo no me puedo ir hasta que se duerme, es muy mayor y además iba con prisa para que no se me enfríe la cena… ― hace un ademán con la bolsa de papel grueso, mientras agita nerviosa el cigarrillo, trazando líneas incandescentes en la oscuridad.
― ¡Vale, vale, de acuerdo! ― El detective está cansado y no tiene ganas de marear la perdiz, pero la joven es una belleza y atenúa su tono desabrido ― por favor, tranquilícese y descríbame lo sucedido.
― Yo acababa de salir y escuché unos gritos en el callejón, como si alguien pelease, y me volví corriendo al portal. ¡Todavía tengo el corazón a mil!
― Tranquila señorita, no tiene ya de qué preocuparse. Dígame que más oyó.
― ¡Un grito horrible! ahogado, ya sabe, como cuando le clavan a uno un cuchillo en las tripas.
― ¡Se diría que ha visto muchos asesinatos! ― A Benedetti le hace gracia la chica. Siempre le hacen gracia las chicas guapas de ojos grandes, además, si se demora lo suficiente puede que su compañero haga el trabajo sucio en el callejón.
― ¡No, claro! ― la joven se avergüenza y sumerge sus pupilas en una grieta del asfalto ― es por las novelas que le leo a mi madre.
― No sé si es la temática más adecuada para una señora mayor – El detective pone su mejor sonrisa y se enciende un cigarrillo con estilo ― ¿No sería  mejor que le leyese algo de Corín Tellado?
― ¡Por favor, no! ― Se le escapa una sonrisa deliciosa que muestra parcialmente su dentadura perfecta ― A ella le gusta solo la novela negra ― asegura negando con un mohín que forma dos hoyitos en sus mejillas.
― De acuerdo― el detective corrige su actitud distendida al sentirse observado por una pareja de la patrulla local ― ¡Martín, acordona la zona, llama al juez y a los de la científica! ― ordena a su compañero como si fuese un superior, y este le sigue el juego volviéndose hacia la oscuridad del callejón para ocultar su sonrisa guasona ― O sea que escuchó una pelea ¿Cuántas personas diría que había?
― No lo sé, déjeme pensar ― Sara da una calada haciendo un giro reflexivo con su rostro perfilado de amazona y le mira de frente con un brillo especial  ― yo diría que había tres, ¡si tres!
«Está claro que flirtea» ― Piensa Benedetti sin apenas recordar cuál era el propósito de su pregunta.
― ¡Carlos! ― Hay suficiente urgencia en la voz que sale desde el callejón como para sacarle de sus ensoñaciones ― ¡otro como el de Vicálvaro!
― ¡No me jodas! Espéreme aquí un momento Sara― se toma la confianza con su voz más grave. Se dirige con paso firme hacia Martín y se acuclilla junto al cadáver
― ¿Estás seguro?
― Míralo tú mismo, se los han cortado de raíz.
El desafortunado tiene los pantalones en los tobillos y se intuye una ausencia total de atributos en su entrepierna.
― ¡Joder! Hace falta estómago para cortarle los huevos a este gordo cabrón. ¿Cuántos van?
― Si contamos al primero que atacaron, al que se los dejaron medio colgando, cuatro.
― ¿Qué atacaron?
― ¿No pensarás que esto lo ha hecho un tío solo? Además, tu novia dice que había tres ¿no? ― le guiña el ojo haciéndoles saber que no se le pasa nada.
― ¿Tiene la cartera? ― Carlos ignora la chanza, aunque la paladea.
― Si, no parece un robo.
― Tienen que tener algo en común. Nadie va por ahí arrancando las pelotas a la gente sin un buen motivo. Llama a la central, a ver si tiene ficha o cualquier relación con los otros eunucos. Yo voy a ver si la señorita está mejor ― Carlos se incorpora planchándose los pantalones y le devuelve el guiño a su compañero. Regresa con la joven a la que ahora consuela otra agente de la policía municipal ― Yo me encargo, gracias ― se deshace de ella con autoridad ― ¿Se encuentra mejor?
― Si, gracias agente Benedetti.
― Carlos, por favor. Puede irse ya si lo desea ― le dice cordial ― Tome mi tarjeta por si recuerda algo más, llámeme a cualquier hora.
Ella tiene la bolsa de papel en una mano, el cigarrillo en la otra y no sabe cómo hacer para cogerla.
– Permítame por favor – Benedetti le sujeta la cena con galantería. Ella corresponde, coge la tarjeta levantando el meñique y la guarda en el interior de su chaqueta tres cuartos ―  me temo que su cena ya está tibia ― le devuelve el paquete Carlos y sus miradas se encuentran.
― Muchísimas gracias Carlos ― ahora es ella la que se toma la confianza con voz grave ― Voy a ver si mi madre sigue dormida, ¡con todo este jaleo de sirenas! ― sonríe con la comisura del carmín y se aleja con un caminar sinuoso e hipnótico que a Benedetti le parece una invitación al cielo.

―¡Carlos! ― Martín se acerca con gesto resolutivo ― Dicen en la central que el gordo, y por lo menos dos de los otros estuvieron acusados de una violación grupal en el dos mil cuatro, pero no constaban porque la víctima retiró la denuncia. Este tenía otro cargo pendiente del estilo y ha salido el asunto.
Carlos sin dejar de mirar su ausencia, asiente todavía embelesado con el perfume que ha dejado la joven tras de sí, obviando la importancia del dato que ha revelado Martín. «Al fin y al cabo, ¡Qué más da! el gordo no va a salir corriendo y quien se lo ha cargado estará ya muy lejos».
― ¡Espabila Carlos! ― Martín se mofa negando incrédulo ― ¿Cuándo vas a dejar de pensar con la polla?
― ¡La tengo a punto y vive aquí al lado! ― coge un cigarrillo entre índice y corazón y cuando va a encenderlo su sonrisa de triunfo se congela por el horror.
― ¡En ese bloque no vive nadie desde el incendio del año pasado! ― asegura Martín  confirmando lo que él ya ha deducido un instante antes al ver sus dedos empapados en sangre.

 

©Relato: Jon Aramendía, 2020.

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