El almacén- Relato corto

Hoy contamos con la colaboración de Álvaro Valderas, que nos presenta un relato genuinamente noir titulado ‘El almacén’.

El almacén

            Por fin abrí los ojos, un techo altísimo, quizá el de una nave industrial. Me incorporé como pude y me fui apoyando en las cajas entre las que había caído, me enderecé, aún no podía hablar. Confusamente me venían los recuerdos del asalto a aquel enorme almacén de frutas sobre el que nos habían dado el soplo de que albergaba un par de toneladas de cocaína lista para repartirse por Europa, la vieja dama que había permitido los opiáceos mientras su comercio lo dominaba Inglaterra —no sé por qué de pronto me vino esta imagen histórica— y que ahora, si no pagaban impuestos a través de una de las grandes empresas farmacéuticas, eran motivo de persecución a muerte, como los suéteres de la selección de fútbol falsificados, grandes delitos: matar, hacer vivir con miedo e impedir el acceso a los servicios básicos (agua, salud, educación, trabajo, progreso) eran simple relleno al lado de defender los derechos económicos de las grandes compañías.

Yo había sido policía durante veintitrés años y ahora un accidente, una incomodidad, me movía ligeramente la venda de los ojos, ¿a quién había defendido, en el fondo? Había echado gente de sus casas por no poder pagarlas y detenido a rateros, llevado al calabozo a gente que discutía por diversos motivos o que trataba de beberse la vida de la mejor forma posible y había hecho guardia delante de empresas y de las casas de los ricos cuando ellos, de pronto, habían decidido prescindir de aquellos que habían trabajado para conseguirles sus millones. La tierra es de unos pocos. La propiedad privada y la moralidad cristiana son los dos bienes que deben prevalecer sobre los demás.

Conseguí no vomitar por el cambio de postura y me lancé hacia adelante, a través de un paso estrecho entre palés amontonados. Llegué como pude hasta Santiago, que estaba tan ensimismado contemplando al pistolero al que acababa de matar que ni se enteró de que yo le tiraba de la manga y le gritaba: estaba en shock, aislado en su mundo. Respeté eso, sé lo que se siente.

Fui pasando por varios compañeros, tan llenos de adrenalina y ajenos como Santi a mi petición de que me acompañaran hasta el rincón del que venía, donde había alguien tendido, hasta que escuché unos gritos, por fin lo habían descubierto. Corrí junto a los demás y, al llegar, me abrí paso hasta el cuerpo, mi cadáver, tumbado boca abajo, con un boquete del 9 milímetros reglamentario casi exactamente en la nuca.

Lo vi casi a la vez que el subcomisionado Flores, que habló en alto, «fuego amigo», instintivamente varias cabezas voltearon hacia el mulato Zanches, el único a mi espalda. Él hizo, movió, gesticuló, fue rodeado, olieron su arma, suavemente se la quitaron, palmaditas en el hombro, condolencia, menos Zambrano, que, cuando nadie miraba, le hizo un gesto de asentimiento, ¿Zambrano?, ¡maldita rata!, el jueves le juré que o ponía en claro sus asuntos o le diría a Flores que faltaban cientos de kilos de cocaína decomisada a su cargo, y que eso era solo el principio porque lo que le iba a llover eran denuncias y… pero me noto pesado, me llaman en otra parte, tiran de mí, ¡maldita sea!, no, no, no, no, no, no, ¡me cago en la leche, dejadme que resuelva esta mierda!

Texto: © Álvaro Valderas.

 

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