«Extrañas en un tren», sección creada por Pilar García: Recuerdos – Beatriz Gómez Lorenzo


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«La verdadera descripción de un autor se encuentra entre sus líneas» Beatriz Gómez

Entre las líneas de este relato vamos a encontrar a una joven y gran escritora que hoy comparte con nosotros ‘Recuerdos’,

y que ha querido subirse a Extrañas en un tren.

Gracias Beatriz.


Sintió su mano deslizarse a través de la garganta dejando el eco del desgarro entre aquellas paredes. Cerró los ojos e intentó fotografiar mentalmente el momento aunque era consciente de que no lo retendría en su memoria. Sin dejar de presionar al hombre que tenía frente a él alcanzó el bolsillo de su chaqueta y sacó el teléfono móvil. Lo colocó con su mano izquierda frente al rostro desencajado que tenía delante y presionó el botón para realizar la instantánea.

Dejó caer al suelo el aparato y el cuerpo inerte que sujetaba con firmeza. y un rastro de sangre llegó hasta sus pies. Observó el pecho del hombre donde permanecía visible la empuñadura del cuchillo y sonrió.

Un leve mareo le cruzó la sien al tiempo que su pecho comenzaba a sentir la agonía de su mente. Era consciente de que no recordaría ese momento, algunos meses atrás se había descubierto evocando sus acciones y sintiendo el desamparo. Podía recordar el rostro y el nombre de la persona a la que había quitado la vida pero el instante en sí desaparecía en la nebulosa. No recordaba las sensaciones que experimentaba ni el deseo que le había llevado a hacerlo.

Se sentó sobre sus propias piernas y recogió el teléfono móvil, fue deslizando por la pantalla hasta encontrarse con sus miradas, el terror se había grabado en las pupilas de sus víctimas y podía verse reflejado en él.

Las lágrimas se desplomaron hasta el suelo y comenzó a golpearse a sí mismo, la rabia le llenaba cada rincón de sus pulmones al tiempo que necesitó dar grandes bocanadas de aire para no perder la consciencia. Se tumbó boca arriba y cerró los ojos. Palpó a su alrededor hasta encontrarse con la viscosidad de la sangre y empapó sus dedos en ella. Intentó recordar, volver a experimentar el instante de su mano apretando el puñal y los lamentos y súplicas que sabía había recibido.

– Vamos – se gritó

El negro le invadió de nuevo y sus evocaciones apenas respondieron. Las manos se le agarrotaron y el tic que le hacía cerrar el ojo de manera involuntaria se le agudizó.

Quiso gritar pero su garganta no respondió y se limitó a dejarse envolver por la tristeza.

Se incorporó levemente y lloró de forma espasmódica hasta vaciar su agonía.

– De este modo nada tiene sentido – susurró

Se puso en pie y alcanzó de nuevo el móvil. Preparó la última fotografía en un correo electrónico y pulsó enviar.

Sabía la cólera que crearía en su receptor pero no le importó. Arrojó de nuevo el aparato al suelo y estrelló con furia su pie contra él. El sonido de la pantalla resquebrándose le provocó un intenso dolor de cabeza y tuvo que sujetarse con firmeza la sien mientras caminaba en dirección a la puerta del viejo almacén donde había permanecido las últimas dos horas. Al llegar a ella se giró hacia el hombre que permanecía exánime en el fondo de la estancia y comprobó que no sentía nada.

El teléfono emitió un breve pitido y Ana Alondra comprobó ansiosa su procedencia.

– ¡Hijo de puta! – chilló al tiempo que derramaba el café sobre su mesa.

– ¿Todo bien?

Apenas escuchó a su compañero, sentía el peso de la imagen en sus dedos mientras intentaba retener en su cuerpo el dolor que le producía el momento.

– Inspectora, ¿qué ocurre?

La mujer le pasó el teléfono móvil y este no alcanzó nada más que a balbucear algunas palabras inconexas.

– Uno más, y van siete. Juega conmigo.

– ¿Por qué se las envía?

Alondra no pudo darle una respuesta. Se incorporó de un salto y buscó en la mesa contigua el expediente que había marcado con una equis en negro. No le hacía falta ver los rostros que contenía, los tenía grabados en su mente así que le pasó la carpeta a Rubén al tiempo que su recuerdo la envolvía en una furia desmedida.

– Inspectora, ¿no podemos rastrear el envío del correo electrónico?

La comisura de sus labios emitieron una ligera sonrisa.

– Ya lo intenté, lo remite desde un teléfono móvil y siempre lo rompe tras enviarlo.

Lo único que nos da es la posición del cuerpo. Allí encontraremos el cadáver junto al aparato.

Rubén musitó algo entre dientes.

– Llama a Fiscalía y que autoricen la búsqueda del dispositivo.

El joven se abalanzó sobre el teléfono mientras Ana intentaba concentrarse en algún punto de su mente que le permitiese desprenderse de la tensión del momento.

El sonido de la puerta al golpear la madera los sobresaltó.

– Pase – inquirió Alondra

– Disculpe que la interrumpa inspectora pero alguien quiere hablar con usted.

– Ahora no es un buen momento.

– Quizás es el mejor de ellos – escuchó tras la chica que había llamado a su puerta.

La voz procedía de un hombre encogido sobre sí mismo, corpachón y sobre los cincuenta años que a Ana le pareció que necesitaba dormir un poco.

– Soy yo – dijo contundente al tiempo que levantaba la mirada para encontrarse con la de Ana.

Alondra tragó en seco, la dureza de sus ojos no correspondían con la imagen de debilidad física del hombre.

– ¿Cómo dice? – acertó a decir.

– Soy yo – repitió sin pestañear.

Se levantó de un respingo, como si un estertor le cruzara todo el cuerpo y apuntó con su arma a la sien del hombre.

– ¿Por qué está aquí?

El hombre lanzó un suspiro que le apuñaló los oídos y le vio poner sus manos sobre la mesa.

– No se mueva – le chilló.

– Verás Ana, he comprendido que no me merece la pena continuar. Puedo matar y experimentar el placer de hacerlo pero no puedo revivirlo en mi soledad. Si no paro tendré que sumar muchos cuerpos para saciar mi mente y eso es un gasto de energía considerable.

– ¿De energía? – volvió a chillarle

La carcajada retumbó sobre las paredes.

– ¿Por qué yo? – dijo Alondra casi en un susurro.

– ¿En serio Ana? Pensé que a estas alturas ya sabrías esa respuesta.

La inspectora escudriño los ojos e intentó bucear en sus recuerdos pero no recordaba el rostro de ese hombre en ningún otro capítulo de su vida. En ese instante su mente giró y un escalofrío le recorrió la espalda mientras sus labios comenzaban a temblar.

– ¿Doctor? – dijo sumida en la duda

– Te salvé la vida Ana después de tu accidente, me debes acabar con la mía. No quiero seguir viviendo sin la posibilidad del recuerdo. Dispara.

Ana cogió con ambas manos el arma y enclavó con firmeza sus pies al suelo. Apretó la mandíbula y hasta ella llegaron las fotografías que le había estado enviando. Los ojos inertes de esas personas le encendieron el pecho hasta convulsionarlo por la rabia.

Rubén intentó llegar hasta ella pero un gesto de Ana indicándolo la salida le hizo deslizarse hasta la puerta.

– Vamos, ya estamos solos. Dispara.

– ¿Por qué? – gritó al aire mientras se situaba al lado del hombre. Se agachó levemente para ponerse a su altura y le cogió la mano.

Sintió su aliento en el cuello mientras el hombre le daba un gesto de desidia porrespuesta y apretó los dientes intentando contener el deseo de patearlo hasta la extenuación.

– ¡Pon el dedo en el gatillo! – le ordenó.

El hombre deslizó una mirada de satisfacción hacia la inspectora y puso su mano sobre el arma al lado de la de Ana.

Ambos mantenían sujeta la pistola y la llevaron sobre la sien del hombre.

– Hazlo tú – le dijo sintiendo como la vena de su cuello se inflamaba producto de la ira.

– Hagamos un trato…-le dijo alargando la sílaba final- si eres capaz de enumerar sus nombres seré yo mismo quién me dispare.

Estuvo a punto de perder la contención que le permitía no estallar contra él.

– ¿Un juego nuevo?

– No – dijo riendo – vamos Ana, estoy convencido que los recuerdas con exactitud.

Tragó en seco y a escasos centímetros de su boca fue recitando los primeros seis nombres. En ese instante pudo ver el brillo en su mirada y comprendió que lo que pretendía era marcar a fuego en su memoria el recuerdo de aquellas víctimas.

– No me diste tiempo a conocer el nombre del séptimo – le susurró al tiempo que el sonido del disparo estalló contundente en sus oídos – y no tendrás la opción de indicármelo.

El caos se apoderó de la estancia, podía ver las figuras de sus compañeros acercándose a ella pero no le llegaban los ecos de sus palabras. Arrodillada junto al cadáver lo único que alcanzaba a comprender era que esa vez el asesino le había vencido.

© Beatriz Gómez. Todos los derechos reservados.

© Solo Novela Negra. Todos los derechos reservados.

 

Nació en Toledo.

Es licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, continuó su formación en el mundo de la edición realizando el master en Edición Profesional, completándolo con seminarios de edición independiente y publicaciones en internet, ha formado en escritura creativa y ha desarrollado diferentes cursos de novela, literatura y experiencia literaria en el Instituto Cervantes.

Compaginó la escritura con el mundo de la empresa desarrollando su carrera profesional en la edición jurídica. Gestionó la cartera y fidelización de grandes cuentas y se encargó de la gestión de ponencias y encuentros parlamentarios.

Decidió dedicarse en exclusiva al mundo de la escritura tras la publicación de su primera novela, ‘Continuará’, en 2015, publicada por Ediciones Oblicuas y  reeditada en 2016 por Chiado Editorial.

Antes, colaboró en la obra de teatro ‘La Máquina’ con el monólogo Fuerza, relato conductor de la obra que se representó en el II Encuentro Internacional de Mujeres de San Cristóbal de las Casa, México, y en el Festival Internacional de Teatro Experimental de Quito en el año 2010.

En estos momentos es además colaboradora del Espacio Cultural de la Revista Literaria “La Casilla Ahumada”. Espacio gestionado por el escritor mejicano Zaid Carreño.

Es una apasionada de la psique humana y del análisis de su comportamiento, lo que se resalta en las líneas definitorias de sus personajes.

Su segunda novela pretende continuar esta línea de aprendizaje y cuestionamiento de la psicología de los individuos.

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