OCHO AÑOS DE ESPERA por Jóse Luis Chaparro – IV Antología Solo Novela Negra

El Canijo me miraba aterrorizado. Me conocía bien. Sabía que nunca hablaba en broma. Después de soltar una sarta de explicaciones sin sentido llegaron las súplicas. Apoyé en su frente el cañón de mi revólver y disparé. Era el segundo.

Todo comenzó cuando faltaba un solo detalle para que mi plan pudiera llevarse a cabo y ese detalle dependía exclusivamente de mí. El resto de la banda lo sabía.

Me presenté ante ella en el banco en el que trabajaba, como correspondía a la ocasión: un tipo elegante, simpático y seguro, aunque también sensible y algo despistado. Después de indicarle que deseaba hacer un reintegro, me mostré sorprendido.

—Lo siento, pero creo que he olvidado la cartera —dije simulando sentirme avergonzado, mientras palpaba mis bolsillos.

—Pues sin su identificación no puedo entregarle el dinero, señor —respondió.

—¿Está segura?

Acto seguido, apunté a su frente con mi dedo índice y exclamé:

—¡Esto es un atraco!

Ella soltó una carcajada. Guardé en mi bolsillo aquella pistola imaginaria y salí de allí. De reojo comprobé que me seguía con la mirada y sonreía.

 Volví al banco justo antes de la hora del cierre y le pedí por favor que me atendiera, a lo que accedió. Me reconoció y comenzó a sonreír de nuevo. Hice la operación y esperé en la calle.

Pensaréis que lo que me disponía a hacer era una operación demasiado arriesgada, pero estáis equivocados. Llevaba un mes siguiendo a esa chica del banco. Había averiguado que se llamaba Pilar, que era algo tímida y muy reservada, que no tenía novio, que cuidaba de su anciana madre con la que vivía y que apenas salía de casa. Me pareció la chica perfecta para ser manipulada con facilidad, hasta el punto de que no pudiera negarme nada de cuanto le pidiera. Cuando salió de la sucursal me acerqué hasta ella, como por casualidad, y me apresuré en presentarme para agradecerle el detalle.

—Me llamo Enrique… pero tú ya conoces mi nombre —dije tuteándola, mientras  extendía mi brazo a modo de saludo.

—Pilar —respondió estrechando mi mano.

Insistí en que aceptara mi invitación a tomar algo en una cafetería cercana hasta que, a regañadientes, aceptó. Esa fue la primera vez que estuvimos juntos a solas.

Durante un par de semanas le dediqué toda clase de atenciones: le enviaba flores, la recogía en su trabajo para llevarla de vuelta a casa, prestaba atención a todas sus confidencias… me comporté como un auténtico enamorado hasta que conseguí formar parte de su vida. Había llegado el momento de hacerle creer que sentía por ella algo especial y que deseaba cambiar, pero que no podría lograrlo sin su ayuda.

—Debo hacerte una confesión. Tienes que saber que me dedico a atracar bancos —solté de repente—. La policía me persigue. En realidad, cuando fui al banco donde trabajas, planeaba atracarlo. Pero ahora que te he conocido…

Pilar permaneció en silencio sin disimular su asombro.

—Quiero dejarlo. Me gustaría cambiar de vida —continué— pero necesito la ayuda de alguien como tú. Alguien por quien merezca la pena dejar lo único que sé hacer.

            —Yo puedo ayudarte, Enrique, si quieres —respondió mostrándose comprensiva.

Para ganarme su confianza, la presenté a mis compañeros como mi novia y, ante ellos, volví a reafirmarme en el falso deseo de dejar la banda para formar una familia. Ellos sabían que solo hacía teatro.

—No vamos a atracar el banco de Pilar. Está decidido.

Los otros nos miraban simulado desconfianza.

—No os preocupéis. Pilar es nuestra amiga y no nos delatará.

Contrariamente a lo que pensé en un primer momento, Pilar no encontró inconveniente para congeniar con ellos, que terminaron por aceptarla casi como una integrante más de la banda.

La última parte del plan consistía en que Pilar creyera que ella y yo nos marcharíamos juntos a otro país donde no necesitáramos escondernos de la policía, pero que para ello resultaba imprescindible conseguir una buena cantidad de dinero.

—Con tu ayuda todo podría salir bien y sería nuestro último golpe, Pilar.

—Prometiste dejarlo, Enrique. Lo prometiste.

—Es cierto, pero tendríamos el dinero suficiente para marcharnos juntos, como teníamos pensado. A América. Donde nadie me conozca. Tal vez a Brasil.

A pesar de mostrarse decepcionada, Pilar no cejó en su empeño de intentar hacerme cambiar de opinión.

—No te ayudaré, Enrique. No quiero que lo hagáis.

—Está bien. Si es lo que quieres…

Yo continué mi relación con Pilar, pero a su espalda ultimaba los preparativos del atraco con el resto de la banda.

Un mes más tarde, a primera hora del día previsto, nos presentamos en el banco. Pilar no dijo nada, pero me pareció que su cara mostraba una gran decepción y en su mirada advertí un profundo reproche por mi engaño.

Mientras el Canijo permanecía al volante del vehículo en marcha, el Johnny amenazaba a los empleados apuntándoles con su arma. El Loco y yo dirigimos a Pilar hasta la cámara acorazada para que la abriera y nos apresuramos a recoger el dinero.

—A esta… —grité al otro empleado señalando a Pilar— nos la llevamos como rehén. Ni se te ocurra avisar a la policía o ella morirá.

Entré en la cámara para recoger la última bolsa. Me encontraba en el interior cuando un golpe en la nuca me hizo perder el sentido.  Cuando desperté, la puerta de la cámara estaba cerrada. Volvió a abrirse y varios policías me apuntaban con sus armas. Después supe, por los comunicados de la policía, que el resto de la banda había conseguido huir con el dinero y que llevaban como rehén a una empleada del banco llamada Pilar.

Fui condenado a ocho años. Ninguno de los otros apareció. Pensé que estarían muy ocupados gastando mi dinero. En esos ocho años de espera, no dejé ni un solo día de planear mi venganza para cuando saliera.

Al Johnny lo localicé pronto. Fue el primero. Trabajaba en un bar. Aunque me pareció muy extraño que no hubiera utilizado el dinero para convertirse en su propietario, esperé en el callejón hasta la hora del cierre y me presenté ante él. El terror lo dejó paralizado. Me fue fácil hacer blanco en el centro de su frente.

El Canijo se confió al pensar que el tiempo había conseguido que olvidara lo que hicieron. Me trató como un antiguo amigo hasta que supo que venía a matarlo. Se deshizo en explicaciones poco convincentes y aunque me rogó que no lo hiciera, sus sesos terminaron desparramados por la pared.

Con el Loco, el último, no fue muy diferente. Siempre pensé que era un soplón. Antes de morir habló:

—Pilar fue la última que entró en la cámara y al salir nos dijo que tú habías ordenado que debíamos esperar fuera. Huimos cuando comenzaron a sonar las sirenas de la policía. Pilar recibió una llamada. Dijo que eras tú, que conseguiste salir a tiempo y que debía volver para recogerte. Se marchó después de dejarnos junto al otro coche. En el maletero estaba todo el dinero. Fue la última vez que la vimos.

—Está bien. Te creo —dije—. Metí el cañón de mi revólver en su boca y disparé.

En la casa de Pilar encontré a una vieja a la que me presenté como un antiguo amigo que deseaba hablar con su hija.

—Usted está confundido —dijo la vieja—. La chica que vivía aquí no se llamaba Pilar, sino Andrea y no es mi hija. Solo vivió aquí un par de meses en una habitación de alquiler. El mismo día del atraco al banco en el que trabajaba, recogió sus cosas a toda prisa y se marchó al extranjero. Ni siquiera me dejó su nueva dirección para poder enviarle un libro que olvidó —dijo mientras abría un cajón— ni siquiera sé por qué lo conservo. Es suyo. Leía solo novela negra.

Me entregó el libro. Algo hizo que buscara entre sus páginas, hasta encontrar una nota. Lo que comencé a leer en ella me dejó estupefacto:

De nuevo me sigue. Supongo que intentará contactar conmigo en algún momento. No soy su tipo ni él es el mío, por lo que debe tratarse de algo relacionado con el banco. Mi nombre será Pilar y debo mostrarme algo tímida y muy reservada. No tengo novio, vivo con mi madre y apenas salgo de casa. Debo parecer la chica perfecta para ser manipulada con facilidad, hasta el punto de que llegue a pensar que no podría negarle nada de cuanto pudiera llegar a pedirme.

 

La ira me consumía por dentro. Cerré la agenda.

—Y ¿dice usted que se marchó al extranjero?

—Creo que a América.

—¿A América? ¿A Brasil?—pregunté temiendo la respuesta.

—Es posible —respondió titubeando—. Tal vez a Brasil.

 

©Relato: Jóse Luis Chaparro, 2020.

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