Navidad…Navidad…dulce Navidad

ANXO DO REGO|La Zubia

Navidad..Navidad…dulce Navidad

No debí volver —le escuché decir una y otra vez al pasar junto a él—sin embargo allí estaba, sentado frente a su mesa de trabajo, muy cerca del despacho del Inspector Jefe. En la Brigada de Homicidios todos conocíamos lo poco que le gustaban esas fechas al subinspector Rafael Hervás.

Desde hacía más de seis años, era responsable de la investigación, que todos conocíamos como “Navidad, Navidad, puta Navidad” porque cada día 24 por la noche, se cometía un asesinato cruel y despiadado en el distrito norte de la ciudad.

No debí volver —repetía tal si fuera una oración—Deberías haberte quedado en Estupefacientes —le solté nada más escucharle—. Le escuché, Lo se Jacinto, pero el dinero lo es todo, en la Brigada se gana más, por eso he vuelto.

Cada año le correspondía intentar atrapar al malnacido que cada noche del 24 de Diciembre, entre las 10 y las 11 de la noche, mataba cruelmente, con saña y desprecio a un ser humano, sin importarle su vida ni su historia. Todos deseábamos, y él más que nadie, cerrar el expediente, queríamos eliminar la fórmula que suelen pronunciar los judíos al final de su Hagadá, “…el año que viene en Jerusalén” por “el año que viene seguro que le atrapas”.

Rafael es un buen compañero, concienzudo, pertinaz, insistente, amable, sincero, trabajador y solitario. Alguno hemos comentado que nació policía y lo hizo para investigar y obtener resultados óptimos, exceptuando el presente. Lástima que en sus cuarenta años, no haya tenido la suerte de encontrar a una compañera para romper su vida de ermitaño.

Quince días antes del 24, desaparecía de la Brigada para enfrascarse, como las veces anteriores, en la revisión del expediente completo de los asesinatos. No se habían detectado huellas, ni rastros importantes. Los asesinados no tenían ningún factor común, llamaba la atención que no violentaba la entrada. Los seis abrieron las puertas de sus domicilios y dejaron pasar al asesino.

El distrito norte de la ciudad, era tranquilo con apenas actos delictivos. Los hogares que rompió con sus canallas acciones, no tenían nada de especial, los habitaban familias de clase media, aunque lo extraño, era que ese día solo hubiera una persona.

Me permitieron añadir mi propia idea sobre el caso. Se lo debía a mis compañeros. Recorrí el barrio, solo encontré gente común, abundaban los sintecho cercanos a una iglesia católica, sin duda a la sombra y piedad de las fechas. Su número aumentaba en horario de almuerzo y cena para acceder al comedor social.

La tarde del 22 observé a un hombre con barba, pantalones rotos, en sandalias, cabeza cubierta con un gorro de lana y cabizbajo. Le seguí hasta el comedor social. Salió media hora después y entró en la iglesia. El ritual se repitió el 23.

El 24 el mismo sospechoso salió de la iglesia y comenzó a caminar, le seguí a distancia. En un momento sacó un papel, lo miró y se dirigió al edificio que hacía el número 32. Pulsó uno de los botones situados en el lado derecho y se abrió el portal. Entré antes de que se cerrara. Oí subir las escaleras hasta el segundo piso y abrirse una puerta. Esperé. Poco después un grito desesperado me obligó a traspasar la puerta que permanecía entreabierta. Entré. El hombre de barba trataba de estrangular a una mujer de edad. No esperé, simplemente grité ¡No se mueva, policía!. Continuó en su intento e hice un disparo sobre la pierna derecha del hombre, que se revolvió mirándome con estupor.

La mujer se alejó. Mientras el hombre de la barba dijo con voz entrecortada, tenías que ser tu Jacinto, maldita sea, te odio. Comenzó a quitarse la barba, el gorro de lana y entonces supe que Rafael Hervás no volvería a matar un 24 de Diciembre. Odio este día y también la recomendación “invite a un pobre a su mesa por Navidad”

Texto © Anxo do Rego- Todos los derechos reservados

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