NADIE TE ESCUCHA por Esmeralda Egea
Abrió los ojos de golpe, se encontraba completamente desorientada, el dolor de cabeza era tan fuerte, que le daban ganas de chillar.
Gritó, o creyó gritar, pero nadie fue en su busca.
Se oía un sonido, era parecido al eco, lo sentía dentro de sus oídos, que zumbaban como si tuviera un nido de avispas dentro de la oreja.
Se tocó la cabeza, soltó un aullido, le daba vueltas, intentó levantarse, pero un golpe seco, hizo que volviera a quedarse tumbada.
Lo intentó de nuevo, pero el espacio donde se encontraba era tan minúsculo, que ni siquiera podía sentarse.
Todo estaba oscuro, sentía frío, pero a la vez notaba, que el aire que respiraba llevaba su aliento, cargado de un olor fétido.
Escuchó un ruido encima de ella, no podía explicarse que podía ser, de hecho no se explicaba que estaba pasando, intentó hacer memoria, cerró los ojos, y de repente las imágenes, iban pasando una a una, deprisa, si pausa, como si el carrete de una cámara se hubiera estropeado, y no hubiera manera de hacerlo parar.
Abrió los ojos de nuevo, no quería que esas imágenes volvieran a su mente, pero una vez que volvieron, incluso con los ojos abiertos ya no las podía dejar de ver.
Ahora lo que escuchaba eran unas voces, se oían lejanas, no entendía nada, ni reconoció ninguna voz, intentó de nuevo levantarse, ese golpe en la cabeza, le hizo rebotar hasta el suelo, haciéndole un daño infernal.
Levantó los brazos hacia arriba, y notó que había techo, luego un brazo a la izquierda, otro a la derecha, tocaba ambos lados.
Cerró los ojos, y las imágenes se sucedían con fuerza, las voces lejanas ahora se convirtieron en lloros, los golpes que notaba lejanos estaban más cerca, casi le tocaban la cabeza, haciendo que su cuerpo retumbara contra el suelo.
Gritó, y gritó, y siguió gritando, o eso creía ella, porque cuando ese coche se la llevó por delante, el impacto, al caer al suelo,hizo que se mordiera la lengua, haciendo que esta, cayera a un charco y fuera devorada por una rata.
Empezó a notar que su cuerpo caía, el golpe fue tan brusco, que su cabeza impactó contra el techo, se tocó la frente, se llevó la mano a la boca, sabía a sangre.
Gritó, pero nadie la oía, porque realmente no podía gritar, mientras tanto, una familia de conejos mordisqueaba las flores que adornaban su tumba.
Relato: © Esmeralda Egea, 2019.
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