La triste muerte sin glamour de Yvonne Gagner por Héctor Vico

La vida de Travis Moore está cambiando. Ya no es el oscuro detective que almuerza o cena en modestos y mugrosos restaurantes, escabulléndose de sus acreedores. Ahora frecuenta locales de calidad y bebe Crown Royal a diario, no como antes que lo hacía si acertaba alguna apuesta. Las céntricas calles de Manhattan ven ahora, a un individuo seguro de sí mismo, que camina erguido y que, en su interior, siente que todo es mejor con las cuentas domésticas al día.

En esa actitud estaba, acompañado de su infaltable whisky en una confitería de la 5ta. Avenida, cuando una señora de algo más de sesenta años se le acercó tímidamente.

—Disculpe—dijo—, ¿Es usted el detective Travis Moore?

—Sí, ¿Qué se le ofrece señora?—respondió poniéndose de pie.

—¿Me permite tomar asiento?

—Por supuesto, cuénteme ¿qué necesita y… cómo me encontró?

—Le explicaré. Me llamo Odette Favré. Soy amiga del Dr. Evans y de su esposa Lola. Ellos me acompañaron. Sabían que usted frecuenta este local y me trajeron hasta aquí. Le mandan saludos. No quisieron entorpecer nuestra charla, saben de mi urgencia.

—Gracias por los buenos recuerdos de los Evans. Dígame señora, ¿qué es eso tan urgente que la trajo hasta aquí?

—¿Escuchó alguna vez el nombre, Yvonne Gagnier?

—Conozco las joyerías.

—Efectivamente, ella es la dueña… perdón, debo decir, era la dueña.

—¿Ya no lo es?

—Acaba de morir. Mejor dicho, acaban de asesinarla.

—Espere, no prosiga—dijo Travis, haciéndole una seña al camarero para que le cobrara—. Vamos a mi oficina y hablamos tranquilos. Estamos muy cerca.

Cuando entraron al ahora remozado reducto del detective, Peggy estaba mecanografiando un informe para un cliente en la nueva IBM eléctrica. Dejó de hacerlo e inmediatamente acompaño a la señora a la oficina de Travis, mientras él pasaba por el baño.

Al quedar a solas, Travis, mirando a la mujer desde el otro lado del escritorio, pudo apreciar las marcadas ojeras que se destacaban en un rostro que, en apariencia, no delataban el paso del tiempo. <Indicio de una buena vida—pensó, Travis>. En efecto, la dama tenía un porte distinguido. Buena ropa y modales educados. Parecía muy tímida y, algo que no podía disimular, muy acongojada. El detective no quiso demorarla más y la alentó a que comience el relato:

—Ahora sí. Explíqueme por favor.

La mujer tomó aliento. Bien sentada en su butaca, adoptó una posición más erguida, juntó sus rodillas y puso ambas manos sobre su regazo, mientras nerviosamente estrujaba la correa de su cartera. Mirando a su interlocutor a los ojos, dijo en un tono de voz que denotaba absoluta seguridad:

—Mi amiga, Yvonne Gagnier, fue asesinada anoche, en su mansión,  frente a un nutrido grupo de personas.

—Entonces sabe quién fue. ¿Le dispararon? ¿La apuñalaron?

—No, no se sabe quién fue. No hubo violencia. La envenenaron. Se desplomó frente a todos, luego de convulsionar y tener vómitos. Fue horrible—dijo reprimiendo un sollozo—.

—¿Por qué está tan segura? Bien pudo haberse intoxicado con la cena o, tal vez, alguna vieja afección de salud.

—Nada de eso. No habíamos cenado aún y tenía excelente estado físico. Sólo bebió un vaso de agua con hielo. De la misma agua que bebimos todos los que asistimos a la velada. Estaba hablando sobre su tema preferido: el diseño de joyas. En ese instante se desplomó.

—¿Tenía enemigos?

—De ninguna manera. Quienes la conocen acostumbran decir que, Yvonne Gagnier, es la encarnación de un ángel en la tierra. Es…era  de esas personas que derrochaba amor y bondad por donde fuera. Dueña de una sonrisa maravillosa, trasuntaba paz y tranquilidad. Hablar con ella se asemejaba a sumergirse en un manantial de aguas milagrosas del cual uno emergía reconciliado con la vida. Tenía alegría por vivir y su mayor pasión era hacer el bien. No conocía el rencor ni la envidia y nunca se supo que hubiera alguien que no la apreciara.

—Recomencemos—interrumpió Moore, algo impaciente por el extenso panegírico de la señora Favré—. ¿A qué se debía la reunión?

—Ella acostumbraba a convocar en su mansión a los descendientes de franceses de su círculo íntimo. Esto incluía familiares, amigos y sus principales clientes. Festejábamos así la toma de la Bastilla, cada 14 de julio.

—¡Eso fue anoche!

—Exacto. Anoche mismo la asesinaron.

—¿Supongo que estuvo la policía?

—Sí. Los llamamos de inmediato. En el momento fue asistida por el Dr. Dugés, presente también en la reunión. En principio consideraron el hecho como una muerte dudosa. El médico estuvo de acuerdo. Dijo que se necesitarían más exámenes para determinar la causa de la muerte. Deben estar realizando la autopsia en este momento.

—Eso significa que, hasta ahora, lo del envenenamiento son sus suposiciones.

—Es verdad, pero no creo equivocarme.

—Bien, ya veremos. Por favor, dígame los nombres de los invitados más allegados—dijo, Travis, mientras tomaba su block de notas y un bolígrafo—.

—Pues bien—respondió la señora llevando los ojos hacia arriba y a la derecha en gesto inequívoco de estar pensando—, estábamos mi esposo y yo, su sobrino Paul Chavanel, un par de clientes de aquí mismo de Manhattan de los cuales puedo enviarle los nombres, su secretaria Tracy O’Brian, miembros de la Escuela de Arte de Nueva York y algunos colegas.

—Necesitaré la lista completa de quienes asistieron anoche a la reunión. ¿Podría encargarse de ello?

—Con todo gusto. ¿En qué más puedo ayudar?

—Con eso será suficiente. Déjeme su número telefónico y su dirección, para poder contactarla. ¿Alguien más sabe que me contactó?

—Solamente mi esposo.

—Bien, manténgalo en resera. Creo que por ahora es todo, me pondré a trabajar.

—Disculpe, señor Moore, no hablamos de sus honorarios.

—Sobre eso, ahora que salga, la haré hablar con Peggy, mi secretaria, ella se encargará de informarle. Gracias por preguntar.

Travis se quedó solo en su oficina, aguardó pacientemente a que la señora terminara de hablar con Peggy, mientras ordenaba sus ideas. Era un caso extraño, pero antes de hacer cualquier cosa, necesitaría recabar más información sobre la muerta y su familia. Una vez que estuvo seguro que Odette Favré había abandonado la oficina, llamó a su secretaria y le encargo una tarea.

—Peggy, hermosa, necesito un favor.

—Detrás de ese encanto seguramente vendrá un encargo que me llevará toda la noche—respondió la joven con una luminosa sonrisa y algo de sarcasmo.

—No seas cruel, es sólo trabajo. Es lo que paga las cuentas. Lo sabes.

—Por eso lo hago. ¿Qué necesita, Jefe?—replicó, poniendo énfasis en la palabra jefe—.

—Averigua por favor, todo lo que puedas de la, ahora difunta señor Yvonne Gagnier y su familia.

—¿Los de la joyería?

—¿Los conoces?

—Solamente la joyería. Siempre pensé que algún día, mi jefe me obsequiaría algo de esa marca.

—Ni lo sueñes, encanto.

—Despreocúpate, Travis, a veces tengo esas ideas pero se me pasan rápido. Bien, veré qué puedo averiguar.

El detective miró la hora. Aún estaba a tiempo. Tomó el teléfono y llamó a su amigo el sargento Allen. Cuando logró comunicarse, luego de escuchar los reproches de siempre que, a modo de pulla, Allen le hacía respecto de aprovecharse de su amistad para hacer su trabajo, Travis fue muy concreto y no le siguió la corriente, le dijo:

—Escúchame, anoche mataron a la dueña de las joyerías Gagnier. Se sospecha envenenamiento. Deben estar haciendo la autopsia  por estas horas. Te llamo mañana para saber el resultado. Es importante. Luego te mando un reloj de regalo. Cortó inmediatamente para no oír los insultos que seguramente provendrían del otro extremo de la línea.

Estaba anocheciendo. Tomó su chaqueta nueva, pasó a la oficina de Peggy le hizo un último encargo:

—Mañana necesito entrevistarme con la secretaria de la señora Gagnier y con su sobrino. Yo me retiro. Cierra todo y que tengas una buena noche. Mañana nos espera un día intenso.

—Hasta mañana, Travis. Que descanses.

Ya en la calle, caminando hacia su departamento, el detective miraba los rostros de las personas con las que se cruzaba. Jóvenes, viejos, hombres, mujeres, altos, bajos, cansados, alegres, tristes. Con futuro, sin futuro, esperanzados, desencantados, solteros, casados todos, pensaba, tienen un plan;  todos pueden querer matar a alguien, pero en el fondo, los motivos son siempre los mismos: amor, venganza o dinero. Lo de la Gagnier, se jugaba la cabeza, olía a dinero.

**********

Como siempre le ocurría en el desayuno, el Washington Post o el New York Times, lo ponían en antecedentes de algún caso sonado que tenía entre manos. Esta vez fue el Times. En primera plana contenía una reseña de la vida de Yvonne Gagnier. La crónica, además de dar la noticia de su muerte en circunstancias poco clara, contaba los orígenes de la fortuna de la familia Gagnier, iniciadas por su abuelo en el siglo XIX, a partir de un modesto taller de reparación de relojes y grabados. Actualmente aquel modesto comercio se había convertido en una cadena de joyerías con filiales en los principales países del hemisferio norte y la señora Yvonne era la tercera generación al frente de la empresa. Ella, destacaba la nota, dedicó su vida a dirigir los destinos del conglomerado hasta el punto de permanecer soltera. Tenía una  hermana, llamada Claudete, fallecida junto a su esposo en un trágico accidente automovilístico en el cual sobrevivió su único hijo, Paul Chavanel, de manera que de la noche a la mañana se vio en la obligación de presidir la sociedad y hacerse cargo de su sobrino. Si bien siempre se la consideró como la única propietaria del paquete accionario, en realidad, decía el cronista, existe un fideicomiso a nombre de Paul, quién accederá a la plena propiedad  de su cincuenta por ciento de las acciones, cuando cumpla treinta años. Actualmente tiene veinticinco. También contaba la nota que dos años atrás Yvonne había rechazado una oferta de compra de parte de un grupo empresario japonés que aspiraba a quedarse con la cadena de las exitosas joyerías.  El periódico subrayaba la tarea filantrópica que realizaba la señora y citaba una de sus declaraciones más conocidas. Ella solía decir que, “el dinero no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para brindar ayuda”.

Luego de destacar los aspectos más salientes de la personalidad de la fallecida, el periodista especulaba con las distintas hipótesis de su muerte, yendo desde el posible asesinato por medio de algún veneno hasta un quebranto repentino de su salud, dejando abierto el tema para el debate y las sospechas.

Travis miró por unos instantes la fotografía que acompañaba a la noticia y concluyó que, a pesar de la edad, se notaba que en su juventud había sido una bella mujer.

**********

Antes de salir para su oficina, llamó al sargento Allen para enterarse del resultado de la autopsia:

—¿Qué me puedes decir?—preguntó a boca de jarro apenas identifico que Allen estaba en el otro extremo de la línea.

—Confirmado—respondió el sargento—. Envenenamiento y por cianuro.

—¿Analizaron el agua de la copa de la cual bebió?

—La copa está desaparecida. El resto del agua analizada estaba normal. Alguien muy meticuloso está detrás de esto.

—Coincido contigo, amigo. Gracias.

—De nada, cuídate.

**********

Rubia, de ojos celestes casi transparentes y dueña de una figura impactante, Tracy O’Brian ocupaba el centro de la escena apenas aparecía. Modales elegantes, sonrisa seductora y un desenfado envidiable, que ponía en evidencia su costumbre de desenvolverse en ámbitos glamorosos.

<Un espécimen de cuidado>, pensó Travis.

—Señor Moore, disculpe mi demora. Usted comprenderá que con todo este disgusto estamos trabajando denodadamente en los aspectos legales de la compañía. Paul…quiero decir el señor Paul Chavanel, como  único heredero, está tratando de ponerse al corriente de todo. Así que tenemos unos días engorrosos.

—No se preocupe, estoy acostumbrado a largas esperas. Comprendo la situación. Descuide.

—Acompáñeme, vamos a mi oficina.

Travis siguió el contoneo de las caderas de la rubia hasta que esta lo sentó en un sillón frente a una mesa ratona que se encontraba dentro de un coqueto despacho. La decoración y los muebles eran sumamente lujosos. Es lo que corresponde—pensó, Travis—, están acostumbrados a trabajar con la pompa y la vanidad.

—¿Qué necesita saber?—la blonda dama rompió el fuego.

—Usted estuvo en la reunión en la mansión de la señora Yvonne, ¿verdad?

—Sí, estuve allí pero… por favor llámeme Tracy.

—Bien, Tracy, notó algo raro. Vio a alguien que no debería haber estado. Me refiero a cualquier detalle que hubiera llamado su atención.

—Para nada, señor Moore…

—Travis—interrumpió el detective.

—Las personas presentes eran las habituales para ese tipo de reuniones. A Yvonne le gustaba todos los años realizarlas y aprovechaba el evento para dar una charla sobre las tendencias y las modas que se avecinaban en el mundo de la joyería y las piedras preciosas. Era, a estas alturas de la compañía, algo de rutina.

—Yvonne comió algo antes de  su charla. Hubo bocadillos de bienvenida que ella pudiera haber comido.

—Le aseguro que no. Yvonne era muy determinada en cuanto a eso. Sostenía que de servir algún entremés, la gente su concentraría en la comida y no prestaría atención  a su charla. Lo importante para ella era el futuro de la empresa, el resto era escenografía. Lo único que ingirió fue agua. Yo misma le llevé al estrado improvisado en el salón del evento, una botella de agua Perrier y me serví una copa desde la misma botella y ya ve, estoy aquí.

—Sí, lo he notado, se la ve muy saludable—dijo Travis con una sonrisa de picardía.

La rubia sonrió: —Gracias, Travis.

—Bien, Tracy, por ahora es todo. ¿Dime, el joven Paul, estará desocupado?

—Lo llamo al instante, me pidió que le avisara en cuanto usted quisiera hablar con él. Aguarda unos minutos aquí que ya lo traigo.

—Gracias, encanto.

**********

El joven Paul, morocho, desgarbado, elegantemente vestido, tenía más aspecto de estudiante que presidente de una empresa multinacional. Travis le envidió el corte de pelo, que lucía impecable.

La rubia lo había traído como si el muchacho no supiera el camino. Los presentó y, antes de despedirse, apuntó sus ojos transparentes sobre el muchacho y le dijo: —Cuándo te desocupes, llámame, tenemos que hablar.

Después se marchó.

Luego de las presentaciones, ya a solas, el detective fue al grano:

—¿Paul, tu tía tenía algún rasgo en su personalidad, que no haya salido a la luz y que pudiera haberle granjeado alguna enemistad? Estoy especulando—puntualizó—.

—¡¡¡No!!! Todo lo contrario. Desde que murieron mis padres, hace ya diecisiete años, no hizo más que cuidarme y darme amor. Era así con todos. Es imposible que tuviera enemigos.

—¿Tú cómo estás?

—Nervioso, casi desesperado. Todo de golpe me abruma. Gracias a Dios que Tracy me da una mano importante, no sé qué haría sin su apoyo—se sinceró el muchacho—.

Travis casi tuvo piedad de él, aunque el último comentario encendió una luz de alerta en su mente. No pensó que la rubia tuviera tanta ascendencia sobre Paul.

—Por ahora nada más. Quería conocerte y saber tu opinión sobre la personalidad de tu tía. Veo que todos coinciden en que era una excelente persona. ¿Hay algo que me quieras decir?

El chico titubeó, bajó la mirada y respondió:

—No, no. No tengo nada que agregar.

—Bien, de mi parte también esto es todo.

**********

Travis Moore, mentalmente, había trazado dos líneas de investigación. Una era la que estaba llevando a cabo con las entrevistas a las personas más allegadas a Yvonne. La otra, para averiguar qué clase de compañía había querido comprar las joyerías. Para ellos había recurrido a Samuel Beltzer, acreditado abogado de Wall Street. Le había llegado un informe acerca de la empresa japonesa. En el mismo se descartaba cualquier vinculación con el bajo mundo y el Yakuza, la mafia del Japón. La oferta de compra era a todas luces, lícita.

Fiel a su olfato, seguía el camino del dinero y en verdad, sólo le quedaba uno.

**********

Aún era temprano, pero conociéndolo, Travis estaba seguro que John, estaría en el Dempsey, fiel a su inveterada costumbre de supervisar todas las tareas del club.

—Hola John, gritó desde la puerta—aprovechando que el sitio estaba desierto.

—Hola, Travis, qué alegría—respondió desde detrás de la barra el atareado barman.

—Necesitaba hablar con alguien que no estuviera metido en el berenjenal en que me encuentro y ese, mi querido amigo, eres tú.

—¿Qué está sucediendo?

—Mataron a una señora. La envenenaron.

—¿Con qué la envenenaron?

—Con cianuro, pero no comió nada, sólo bebió agua.

—¿Conoces a Paracelso?

—¿A quién?

—Paracelso—respondió, John—. Un personaje de la antigüedad. Precursor de la química.

—¿Por qué me lo nombras?

—Él decía: “Nada es veneno, todo es veneno, la diferencia está en la dosis”.

—Buen dato. Gracias. Oye, ¿tienes Crown Royal?

—No me ofendas—respondió risueño, John—. ¿Ya desayunaste?

—Sí, tranquilo, tengo el estómago lleno y necesito un trago.

—Ok. Ya te lo sirvo.

—¿Dime, John, aún viene Ricky Scaglia, por aquí?

—Todas las noches.

—¿Puedes hacerme un favor? Él conoce el ambiente de las apuestas—anotó un nombre en una servilleta y se lo entregó a John—. Dile que averigüe sobre esta persona.

—Hecho, mañana te llamo.

**********

Odette Favré, lo recibió en su casa Enorme, distinguida, fastuosa; acorde a todo lo que genera Wall Street en tiempos de bonanza. La caída suele ser trágica—pensó Travis, conociendo el inestable humor de la bolsa y su oscuro trasfondo—.

La señora Favré se mostró sorprendida por la inesperada visita del detective:

—¿Tiene alguna novedad, señor Moore?

—Estoy trabajando en algunas pistas pero todavía no hay resultados. Quería habla con usted respecto de su amiga. Tal vez surja  algo que se nos haya pasado por alto. Simplemente eso. Llamémoslo una charla de rutina.

—¿Qué quiere saber?

—¿Cómo se conocieron, cuáles eran sus costumbres, qué otras actividades tenía?, cualquier cosa que considere importante decirme.

— Nos conocimos  en la Escuela de Artes de Nueva York. Vivimos una etapa maravillosa. Compartíamos un departamento en el bajo Manhattan y la verdad, nos divertimos mucho. Yvonne siempre se destacó en dibujo y tenía una creatividad especial. Destacaba por mucho por sobre el resto de los estudiantes. En nuestro segundo año fue designada para dar clases de apoyo a los ingresantes y desde ese momento estuvo siempre ligada a la Escuela y, al recibirnos, ella pasó a formar parte del plantel docente. Era una excelente artista y una muy buena profesora. Ponía mucho celo en sus tareas. Le voy a dar un ejemplo. Las charlas que daba para el Día de la Toma de la Bastilla, eran filmadas por su departamento de marketing y luego ella las reproducía en sus clases. Piense usted que les estaba dando a los chicos información de primera mano proveniente de parte de una de las líderes de la industria. Era muy generosa.

—Disculpe señora. ¿Acaba de decirme que la última charla fue grabada?

—Sí, siempre lo hacía. No creo que esta vez haya sido la excepción.

—Según dijo usted, ¿esa película debe estar en el departamento de marketing de la empresa?

—Supongo que sí—respondió la señora algo vacilante—.

—Gracias. Seguiremos hablando en otra oportunidad. Ahora debo ir rápidamente a la empresa, antes que ocurra algo con esa película.

—¿Piensa que es importante?

—No lo sé todavía, pero sospecho que tendremos el asesinato filmado.

**********

Travis no podía dar crédito a la suerte que estaba teniendo. Apenas llegó a edificio de Joyería Gagnier preguntó directamente por las oficinas de marketing y rogaba no tener que cruzarse con la rubia y Paul.

Lo atendió un señor de mediana edad, intrigado por la urgencia de Moore para hablarle. Apenas lo tuvo enfrente, Travis le preguntó, casi de malos modos:

—¿Dónde está la película?

El hombre le puso sus dos manos en el pecho y, reaccionando  a la envestida, repreguntó:

—¡¿A qué se refiere?!—alzando la voz—.

Travis comprendió que había cometido una equivocación. Bajó el tono y, más sosegado, explicó:

—Me refiero a la película que tomaron de la señora Yvonne el día que murió.

—No la tenemos.

—¿Cómo que no la tienen? ¿Quién la llevó?

—Me refiero a que no está aquí. Está en los laboratorios Kodak, para su revelado.

—¿Cuándo la regresarán?

—Esta tarde, creo.

—Escúcheme bien. Conserve esa película. No se la entregue a nadie o será acusado de cómplice de asesinato. ¿Me comprende?

—Sí, comprendo, pero podría explicarme qué ocurre.

—Ahora no tengo tiempo, esta tarde regreso y hablamos.

**********

La película estaba filmada en 8 milímetros. El gerente consiguió el proyector adecuado y, a pedido de Travis, se encerraron en un estudio. El operador ubicó la parte del film que mostraba a la señora Ivonne, desplomarse.

La miraron innumerables veces. Se podía apreciar claramente, al menos para Moore, cómo había maniobrado la asesina.

La rubia Tracy entraba en cuadro portando una bandeja con la botella de agua Perrier, un balde con hielo y dos copas. Sirvió ambos vasos con agua, introdujo dos cubos de hielo en ambas copas. Yvonne dejó el suyo en el pupitre que utilizaba en la ponencia, mientras que la rubia bebía el propio de un tirón.

—Está muy claro —dijo exultante Travis—, ¿no lo ve?

—¿Qué tengo que ver? No noto nada.

—La diferencia está en la dosis. ¡¡¡Está muy claro!!!

**********

Cuando llegó la policía, el detective, más sosegado, pudo explicar lo que mostraba la película.

La maniobra, si bien era arriesgada, no dejaba de ser inteligente.

—Piense lo siguiente, Inspector. El veneno estaba en el hielo. La señorita Tracy, al tomar de un solo trago el agua, no dio tiempo al hielo a derretirse y por lo tanto no ingirió veneno alguno. En cambio, la señora Yvonne, al dejar en reposo la copa, mientras daba la charla e ir bebiendo pausadamente el líquido, le dio tiempo suficiente para que el hielo liberara la dosis letal de cianuro. Esa fue la metodología de los asesinos.

—Pensé que se refería solamente a Tracy O’Brian, ¿por qué habla de los asesinos?—interrogó el inspector Mason a Travis.

—Fue un trabajo de dos personas. La rubia que suministró el veneno y Paul que consiguió el cianuro. En su carácter de dueño de una  compañía que trabaja con oro, no tuvo dificultades en conseguirlo. Estoy seguro que en esta empresa hay  grandes cantidades de cianuro almacenado. Sólo debe buscar en los laboratorios.

—Aún no me ha dicho el motivo.

—El dinero, inspector. Paul no estaba en posición de aguardar a cumplir treinta años para hacerse de efectivo. Sus deudas con la mafia del juego son astronómicas. Necesitaba acelerar el proceso de la herencia. La señorita Tracy, que en un principio sedujo al joven con el único propósito de usarlo como medio rápido de ascenso social, fue quién le ayudó a delinear el plan para eliminar a su tía y  hacerse de la fortuna familiar, cuando Paul le comentó sus problemas de dinero. Interróguelos y verá que tengo razón.

**********

—Diste en el clavo, John. Tu reflexión sobre la dosis del veneno me iluminó.

—Me alegro, Travis. Siempre es bueno leer historia.

—Hablando de historia, ¿qué sugieres para beber a la memoria de una mujer que sólo pretendía ayudar a la gente que, como te digo era una dama muy refinada y lamentablemente, murió envuelta en su propio vómito, es decir, falleció de una manera triste y sin glamour?

—Si de glamour se trata, hay un único trago que se lleva ese título. El “Francés 75”: cóctel hecho a partir de ginebra, champaña, zumo de limón y azúcar.

—¿Y la historia?

—Durante la primera guerra mundial, en Francia, existía la escuadrilla Lafayette, integrada por pilotos estadounidenses. Uno de ellos, el piloto franco estadounidense Raoul Lufbery, cuando bajaba de sus combates aéreos, gustaba de beber champan, pero la adrenalina generada en esos vuelos, le exigía beber algo más fuerte. Resolvió el problema agregando, coñac, según algunos y ginebra según otros. Ahora se utiliza ginebra. Se cuenta que en esos años, Francia utilizaba un moderno cañón, muy potente, al que las tropas llamaban “Francés 75”, el piloto bautizó así su trago pues decía que tenía una patada tan poderosa como esa pieza de artillería.

—Bebamos entonces a la memoria de Yvonne, un ángel en la tierra.

—Cheers.

—Me olvidaba, John. Dale las gracias a Ricky Scaglia, por la información sobre las deudas de Paul Chavanel.

—Serán dadas.

 

©Relato: Héctor Vico, 2020.

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