Helen 1912


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DAVID ZAFRA RUIZ|Madrid

Aquella mañana cogí la maleta, el bastón y mi inseparable sombrero para dirigirme a la pequeña localidad de Cowmouth, donde me esperaba mi querido amigo y forense el perfeccionista Hardy Brewster.

Las goteras caían entre las rendijas de madera podrida, recorriendo la techumbre de la estación de ferrocarril del bien llamado Enchanted town.

–¡Maldita sea! Como no cese la tormenta no habrá manera de calmar este incesante frío.

Froté las manos varias veces hasta sentir en ellas cierta calidez, pero el frío era tan intenso a esas horas de la mañana que no servía prácticamente para nada.

Mi reloj de bolsillo marcaba las 5:13h, cuando por fin empezamos a vislumbrar el humeante tren que se acercaba hacia nosotros muy lentamente, entre el ruido de los frenos y los sonidos del silbato del jefe de estación.

–¡Pasajeros al treeen!

–¡Pffiiiiiiii!

Aquella frase era tan esperada…

Subimos los escaloncitos previos y empezamos a situarnos por compartimentos.

Decidí entrar en uno de ellos donde ya había sentada una jovencita un tanto desaliñada con una muñeca de trapo en sus brazos. Su vestido estaba sucio y lleno de barro. Sonreía sin parar haciendo vaho en los congelados cristales del departamento. Por como sonreía no parecía molestarle mucho las magulladuras que tenía por todo el cuerpo.

Tras acoplar mi maleta sobre el altillo del asiento, la puerta se abrió…

Uno de los empleados del tren se dirigió a “alguien”:

–Este es su asiento, Sra.Darcy.

Una anciana de pelo cano, encorvada y con bastón hacía acto de presencia en el compartimento. Tras retirarse el empleado del tren, me dirigí a la anciana con voz suave:

–¿Le gustaría sentarse al lado de la ventanilla? Yo puedo cederle mi sitio.

Una voz quebrada y cristalina salió de los inapreciables labios de la anciana:

–No se preocupe joven, aquí estaré bien.

–¿Va usted muy lejos, señor…?

_ ¡Oh! Perdón, no me he presentado. Adam, Adam Baker.

Estreché suavemente la frágil y huesuda mano de la Sra.Darcy.

–Voy relativamente cerca. Acudo a Cowmouth, allí he quedado en visitar a mi amigo Harvey. Temas de trabajo, ya sabe.

–¿Harvey Brewster, el forense? ¿Es usted policia?

–¡No! No lo soy. Soy detective privado.

–Vaya, entonces voy bien protegida en este tren…

Dijo la anciana esbozando una sonrisa casi inapreciable.

–Debo ser la mujer más afortunada en estos momentos.

–Bueno, en ese caso deberíamos decir que son ustedes dos las más afortunadas…

La niña me miró y lanzo una sonrisa, para acto seguido tararear una melodía mientras movía sus pies adelante y atrás. El asiento era tan alto que le colgaban las piernas.

–¿A quién se refiere usted Sr. Baker? Vamos solos en este departamento. Qué joven tan simpático…qué imaginaciones tiene usted.

La carcajada de la anciana esta vez si sonó con más fuerza, mientras yo miraba a la niña que seguía sonriendo y tarareando una melodía que me resultaba familiar. Empecé a sospechar que la Sra. Darcy no debía estar muy en sus cabales y tomé conciencia de ello.

Tras una breve pausa, comprobé que, por la mejilla de la anciana corría una lágrima que se canalizaba por las arrugas de su rostro.

–¿Le ocurre algo Sra. Darcy?

–Verá, joven… dentro de dos estaciones, hace muchos años, en 1912, un tren arrolló a una niña que jugaba entre las vías.

–Pero, de eso hace muchos años Sra.Darcy.

–Exactamente, 30 años. Ella ahora tendría 39 años…era mi hija Helen…

La anciana rompió a llorar…

Intenté calmar a la anciana cuando la niña que iba sentada frente a nosotros empezó a dar golpes a los cristales y a gritar…

Golpes y gritos los cuales me estaban volviendo loco.

–¡Cállate, por favor! Le grité.

–Perdone joven, ya me callo…Lo siento, soy una tonta.

–¡No! No le digo a usted, Sra.Darcy, le decía a esta niña.

Miré a la pequeña con cara de enfado.

–¿Y tu madre? ¿No va a venir a por ti?

La niña volvió a sonreír con sorna y siguió llenando de vaho el ya chorreante cristal de la ventanilla.

–¿Se encuentra usted mejor?

–Sí, Sr.Baker, muchas gracias. Ella siempre era muy risueña y muy buena niña. La echo tanto de menos…

–Lo siento mucho Sra.Darcy. ¿No tiene usted más hijos?

–No, joven. Aquella trágica muerte me dejó sin fuerzas para seguir adelante durante muchos años. Y ya me ve, ahora que llega el final solo espero reencontrarme pronto con ella. Necesito saber que está cerca y esa es la única manera de poder conseguirlo. Espero que la vida me premie llevándome pronto a su lado…

–No desespere Sra.Darcy, seguro que Helen nunca la ha abandonado.

–Ahora debo de bajarme, estamos llegando a Cowmouth, y mi amigo debe estar esperándome en el andén.

–Le deseo lo mejor Sra.Darcy. Un placer haberla conocido.

–Igualmente, joven. Que la vida le premie.

Antes de salir del compartimento miré por última vez a la niña.

–¡Pórtate bien! Y no le des la murga a la Sra.Darcy, ¿comprendido?

La niña asintió y me echó otra de sus amplias sonrisas, mientras seguía tarareando aquella conocida melodía.

Bajé del tren y eché un último vistazo desde el andén al compartimento. La niña sonreía, pero esta vez con un gesto en su rostro que me hizo sentir escalofríos. Cuando el tren echaba a andar, exhaló vaho al cristal de la ventanilla mientras con su pequeño dedo escribía:

SOY HELEN…

Me quedé parado, perplejo, no sabía que hacer… ni la llegada de mi amigo me sacaba de aquel trance…

Al día siguiente, leyendo las noticias de sucesos en el Cowmouth News, pude leer como una anciana había fallecido tirándose a las vías de ferrocarril. A su lado encontraron una muñeca de trapo con un nombre y una fecha:

Helen 1912.

Texto ©  David Zafra Ruiz- Todos los derechos reservados

Publicación ©   Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados

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