ERA UN BUEN PLAN

Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre, dije, y el Mácara se cagó en mi madre.

Esas novelas de pinga que tú lees no sirven para nada, dijo, ¡suelta el libro´e pinga ese y ponte pa´esto, asere, qué bolá contigo!

Llevábamos más de dos horas allí y el punto no llegaba. Me rabiaban las rodillas de estar agachado, pero no podía sentarme, no iba a dejar que el jean se ensuciara con la sangre de aquel pendejo. Era new del paque, me lo acababa de comprar esa mañana. Si lo manchaba tendría que quemarlo. Por eso, cuando encontré el libro, me puse en cuclillas para leer más cómodo. No soporto leer de pie, pero el caso es que había sangre en las butacas, en el sofá, en la mesita de centro donde estaba el libro… en todas partes.

¡Y a mí qué coño, asere!, le dije, ¡si tenemos que estar trancaos aquí hasta que llegue el punto ese, es mejor entretenerse en algo! Prefiero leer que estar mirando al pendejo este con la cabeza reventá.

Mi abuelo era librero, por eso en casa siempre hemos tenido biblioteca. Mi padre es ahora quien se encarga del negocio. Quiere que yo lo siga cuando termine los estudios, pero conmigo que ni hable, ser librero es un negocio de mierda. Ya nadie lee; a mí sí… a mí me gusta leer. Pero la vida me la pienso ganar de otra manera.

Tú lo que estás cagao, me dijo el Mácara, te da flojera ver los sesos del pendejo este regaos por to´el piso.

¡Y a mí qué coño, asere!, contesté, ¡si te sientes bien mirando esas porquerías, te la puedes comer si quieres!

No debí hablarle así, pero a un tipo como el Mácara no puedes demostrarle miedo. Bizqueó los ojos, abrió la boca, apretó el bate. Avanzó un par de pasos hacia mí. Yo cerré el libro. Noté al levantarme que tenía las piernas dormidas de las rodillas para abajo. Solo por eso ya estaba en desventaja. Debajo del pulóver llevaba mi cuchillo, pero él, con el bate, tenía más alcance. No sé qué habría pasado si, en ese momento, no hubiesen llamado a la puerta.

El Mácara se detuvo, me miró un segundo, dio media vuelta y se fue a abrir; antes de hacerlo dejó el bate detrás de la puerta.

El punto había llegado. Era tal y cómo yo esperaba que fuera. Sabía que era extranjero porque el Mácara me lo había dicho, por eso lo partí de lo lindo, era un viejo gordo fofón tarrú de mierda, de esos que vienen al Caribe buscando bomboncitos. Debía tener unos cincuenta años. La edad de mi padre. En cuanto el Mácara lo metió en la sala, se viró al revés. Le vino una arcada, casi vomita.

¡No vayas a vomitar en el piso, asere!, le advirtió el Mácara, ¡como la policía saque tu ADN del buche te voy a tener que rajar a ti también! ¿Me copias?

Contestó que sí con la cabeza. Se estaba cagando. Se agarró los pelos y dijo, ¡Pero… le mataste, le mataste!

Se puso pesao, trató de explicarle el Mácara, tuve que hacerlo o me hubiera matao él a mí. Además, no querías que dejara a tu chica en paz, pues ya está, seguro que no vuelve a meterse con tu chica.

No era verdad que el tipo se hubiera puesto pesado, no tuvo tiempo. En cuanto abrió la puerta, el Mácara le partió el bate en la cabeza y no dejó de darle hasta que vio saltar los sesos.

El punto se estaba agarrando los huevos, así que el Mácara tuvo que advertirle otra vez, ¡No te vayas a mear aquí, cojones!, lo sujetó por un brazo y lo zarandeó un poco, ¡Oyeme, asere, no te vayas a mear!

El punto se fue encogiendo, apretándose los cojones, hasta caer de rodillas. Parecía que se iba a desmayar o algo, el sudor le bajaba a chorros por la frente, sacudía la cabeza y se estremecía todo. A mí me pasaba igual cuando era chiquito si mi abuelo me quitaba algún libro que le sacaba de la biblioteca; siempre que me ponía así, mi abuelo me cantaba para tranquilizarme.

Oye Mácara, le dije, cántale una canción, a lo mejor se calma.

El Mácara apretó la bemba, sonrió y empezó a cantar Soldadito marinero conociste a una sirena, de esas que dicen te quiero si ven la cartera llena… Es un mal bicho el Mácara, se le ocurren cada cosas que es para partirse de risa, pero no crean, muchas veces sus cosas dan resultado.

El punto rompió a llorar, a desahogarse, o mejor dicho ahogarse con suspiros roncos, y el Mácara pegaba la bemba grande esa que tiene en el oído del punto y seguía entonando bajito, y escogiste la más guapa y la menos buena, sin saber cómo ha llegado te ha cogido la tormenta.

El punto babeaba. El Mácara le dio unas palmaditas por la espalda y dijo, Nosotros nos vamos a encargar de esto, pero tú tienes que portarte como un macho, asere, ¿verdad que vas a ser macho, eh?, dime, ¿vas a ser macho?, esto no estaba planeao, ¿ves?, no habíamos planeao matar a nadie, pero mira tú lo que pasó, hora vas a tener que pagar un poco más, claro, pero veras como todo se va a arreglar…

Lo tenía ahí, justo donde lo queríamos, donde le aseguré al Mácara que lo iba a tener. No era un mal plan. Hacerlo venir para meterle un muerto en la conciencia, para hacerlo cómplice y poder sacarle balas, muchas balas, no era un mal plan. Si el punto no se rajaba, teníamos la vida resuelta. Eso me tocaba a mí, ese era mi trabajo. El del Mácara era descuartizar al pendejo y desaparecerlo, sin cuerpo no hay delito, pero el mío era sacarle el dinero al punto sin que se rajara. En eso soy muy bueno. Para eso me han servido los libros, Mácara, le dije cuando le propuse el plan. ¿Qué puede significar para un banquero alemán una mensualidad de cinco o seis mil dólares para cada uno de nosotros? Nada. Calderilla. El punto está forrao, Mácara. No puedes conformarte con dos mil dólares por darle una paliza al pendejo ese y amenazarlo para que deje en paz a su puta, tenemos que ir por más, Mácara, vamos por más.

El punto seguía temblando. El Mácara lo tuvo que ayudar a levantarse. Me hizo una seña para que lo siguiera hasta la puerta.

Ya te vas, le decía, tranquilízate que ya te vas, acá mi socio va a ir contigo, él te va a decir lo que tienes que hacer, te va a decir cómo vamos a quedar, ¿me copias?, así que no te preocupes, yo me encargo de todo esto.

Lo hizo salir al pasillo. Eran casi las tres de la tarde. Las otras dos puertas de aquel bloque estaban cerradas, pero había olor a salcocho, alguien estaba cocinándole a los puercos. El Mácara se apartó para darme paso y ahí se jodió todo.

¿Y eso?, me dijo.

Me lo llevo, le contesté.

¿Pa´ qué pinga quieres eso?, me dijo.

Cuando empiezo, le contesté, tengo que terminar, nunca dejo un libro sin terminar.

En tu casa hay una biblioteca, búscalo allí y termínalo.

Este no está.

Pues cómpralo en una librería.

Es una edición española, no está en ninguna librería.

¡Y a mí qué me importa, ese no te lo vas a llevar de aquí!

¿Por qué no?

¡Porque no me da la gana que saques de aquí algo que nos pueda conectar con esto!

Me quedé pensando un momento, tenía lógica, pero ya no era por el libro, sino por eso de que a un tipo como el Mácara no puedes demostrarle miedo porque se te monta arriba y después no hay dios que te lo quite. Ahora sé que no debí enfrentarlo, no fue inteligente desafiar al Mácara dos veces en el mismo día.

Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre, le dije. Por supuesto, él no entendió. Me sacudió un gaznatón en toda la oreja; el pito de un teléfono se me clavó en el cerebro. Pero nada me impidió echar mano del cuchillo. Mi brazo se movió, fulminante. Tuc tuc. Dos veces le clavé la hoja en el pecho. Pero el Mácara es un bicho malo, ya lo he dicho, y fuerte. Saltó hacia atrás, soltando sangre por los dos boquetes. Me lancé tras él. No vi venir el bate. Pum, todo medio negro. Y otra vez pum, todo negro.

Desperté en urgencias. La policía no esperó a que me recuperara para comerme a preguntas. Querían saber qué fue lo que pasó, quién mató al Mácara, quién al pendejo, no entendían nada.

El libro, les dije, tráiganme el libro que no lo he terminado de leer.

No dije nada más.

Texto: © F. P. Ray, 2019.

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