Barroso True Crime, La opera de la mano cortada (Obertura) por Ignacio Barroso

18 de enero de 1954. De madrugada. Suena un teléfono. Varios timbrazos después, un hombre se despierta y responde pasándose una mano por la cara. Un intento de quitarse el sueño que tiene encima, pero antes de que termine, la voz que escucha al otro lado de la línea se encarga de ello. Es Luisa, la criada de su madre, y lo que dice es más efectivo que un bote de efedrinas a primera hora de la mañana. «Perdone que le moleste a estas horas, pero su hermana, la señorita Margot está muy grave».

Después de colgar, Luis Shelly Ruiz de Lihory trata de comprender qué encierra ese está muy grave. Margot siempre ha sido muy delicada en temas de salud. Más aun cuando siendo un bebé tuvo una infección ocular y su madre, doña Margarita Ruiz de Lihory y de la Bastida, marquesa de Villasante, baronesa de Alcali, duquesa de Valdeáguilas y vizcondesa de la Mosquera, pese al rancio abolengo y pestazo a naftalina, habitaciones en penumbra, amas de llaves chismosas, muebles pasados de moda y demás estereotipos asociados a las viejas glorias de la nobleza patria más amigas de sangrías y rezos que de avances científicos, dejó que la ciencia hiciera su trabajo al permitir que le suministraran unos fármacos experimentales. Lástima que la cosa saliera rana y la pobre Margot se quedara con una nube permanente en la retina a modo de recuerdo.

Que la llamada se haya producido de madrugada, y que la encargada de hacerla haya sido Luisa y no su madre, no hace más que dar rienda suelta a su imaginación. El miedo es libre y una mente desvelada suele volar a la velocidad del rayo, haciendo que el soñador se demore en sus tareas y el señor Shelly no va a ser una excepción.

A las diez de la mañana se presenta en casa de su madre, en la calle de la Princesa 72, 3º derecha para más datos, y se da de bruces con la realidad. Atrás han quedado sus malas relaciones y años de no dirigirse la palabra más por orgullo que por otra cosa. Aunque siendo fieles a los hechos, algo de razón tenía la marquesa para estar a malas con uno de los tres varones que parió en su primer matrimonio. Una aventura guiada por el amor en la que su cónyuge, un valenciano de origen irlandés, se encargó de dejarle cuatro retoños antes de desaparecer del mapa con otra. Ante esta adversidad, Margarita no se anduvo por las ramas. Encargó la crianza de su prole a la abuela materna y se dedicó a vivir. Viajes, fiestas en las altas esferas y el ser la primera mujer corresponsal de guerra. En concreto, en la Guerra de Marruecos donde llegó a conocer en persona (hay quien dice que además de en persona llegó a conocerlo en cueros) al caíd rifeño Abd-el-Krim. Aunque esto fue consecuencia directa de su savoir faire y el ojo del Capitán General de Valencia, Miguel Primo de Rivera, quien no dudó en introducirla en el servicio secreto, por aquel entonces conocido como Círculo 30, siendo su teatro de operaciones la zona del Rif. Y no contenta con ello, aún tuvo tiempo de volver a España y licenciarse, tras dos años de estudios, en Derecho. Celebrándolo con una fiesta por todo lo alto en el Hotel Ritz de Madrid en 1933.

Pero no nos desviemos, que si bien la marquesa supo llevar al extremo aquello del Carpe Diem y supo vivir a todo tren, la señorita Margot está apurando su Memento Mori y anda en el descuento, tal y como descubre Luis al entrar en la habitación de su hermana y encontrarla sobre una silla junto a la cama, con una delgadez incompatible con la vida y la mirada vacía, perdida.

Margarita, dando voz a aquello de que quien tuvo, retuvo, parece querer desafiar los tópicos de que una imagen vale más que mil palabras al apostillar con voz grave un «Mira, Luis, lo que queda de tu pobre hermana…».Y eso hace él, mirarla sin ser capaz de reconocer a la Magot que conoció en vida. La interfecta, queriendo recobrar el protagonismo que su estado requiere, cierra los ojos y ladea la cabeza. La marquesa, decidida a mantenerla con vida a cualquier precio, se acerca a ella para abrirle los ojos una y otra vez.

Aturdido y sintiendo en su cabeza las habladurías que han acompañado a su madre a lo largo de los años, Luis sale del dormitorio para encontrarse con un grupo de desconocidos que aseguran ser conocidos de los padres de la moribunda. Tratando de hacerse a un lado y asumir que todo es cuestión de horas, pasea por la habitación. Le siguen decenas de perros y gatos reclamando su atención. En alguna zona de la casa una decena de pájaros cantan alegres, como poniendo voz a aquello de que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. En concreto, y hablando de batallas, una de ellas, la de la supervivencia de Margot está más que perdida. La otra, en cambio, sigue en su mente, taladrándola como un tumor imparable.

Sus amistades en la jet set de la sociedad y las tertulias hasta la madrugada… Su desliz al casarse por lo civil con José María Bassols sin haber declarado nulo su primer matrimonio… Sus aficiones traídas del Rif y los rumores de que Abd-en-Krim fue su maestro y guía en el mundo de la Magia Negra Magrebí… Sus vínculos con la secta de los Yezidi… Las fiestas que daba en su casa del Barrio de Gracia donde se celebraban misas negras que acaban en orgías desenfrenadas…

Como el niño pequeño que pilla a sus padres en plena faena marital, menea la cabeza tratando de borrar de su memoria todo cuanto ha estado pensado. Quizá por ello, o porque a las 12.45 su hermana ha dejado de sufrir y necesita asimilarlo, sigue con sus paseos salón arriba y salón abajo, intercambiando las consabidas frases al uso de no somos nada, se van los mejores… con sus hermanos y nuevos rostros desconocidos para él que siguen asegurando ser médicos y amigos de la marquesa, cuando algo llama su atención. O mucho han cambiado las normas de esa casa y el servicio se ha vuelto un tanto laxo en sus tareas, o la sopera de plata que está sobre el aparador no está donde debería.

Sin pensarlo, la coge dispuesto a devolverla a su sitio, no vaya a ser que entre tanto amigo haya algún amigo de lo ajeno y se la lleve de recuerdo. El problema es que pesa más de lo que esperaba. Extrañado, la abre para darse de bruces con la cabeza de dos perros conservadas en alcohol. A toda prisa, sofocando una arcada, vuele a cerrarla justo en el preciso momento en que oye cómo la puerta de la habitación de Margot se abre, que una vez que se ha quedado de cuerpo presente está a solas con la marquesa y Luisa como ayudante en la tarea de amortajar el cuerpo por orden expresa de la dueña de la casa, y la voz de la criada hace que su hallazgo pase a un segundo plano al oírle decir «señoritos, tengan ustedes mucho cuidado, que su madre va a hacer una barbaridad…».

 

FUENTES

 

©Barroso True Crime, Ignacio Barroso, 2020.

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