SINÁNTROPOS de Carlos Bassas del Rey por Teresa Suárez

Sinántropos de Carlos Bassas del Rey

 

«Todavía quedan restos de humedad.

Sus olores llenan ya mi soledad.

En la cama su silueta

se dibuja cual promesa

de llenar el breve espacio

en que no está»

 

La contracubierta de un libro nace con un claro objetivo: cautivar al lector. Como canta Pablo Milanés, en una de las canciones de amor más hermosas jamás escritas, se trata de que, en ese breve espacio en que no está aún el escritor, unas pocas líneas sean capaces de persuadir, a quien las lee, de que la historia que va a encontrar dentro merece la pena.

Con un título tan extraño no es difícil llamar la atención, pero, si la contracubierta no logra satisfacer la curiosidad de quien busca el significado de ese raro término, la originalidad del autor «se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia» (las referencias cinematográficas, musicales o literarias, son inevitables cuando de reseñar alguna de las novelas, de un escritor tan instruido como el señor Bassas del Rey, se trata).

No es el caso.

A la explicación etimológica del término («del griego syn (junto a) + antrhopos (ser humano)», le sigue la de su significado en biología y, antes de que empieces a preguntarte qué o quienes son esos sinántropos del título, la contraportada vuelve a salir al rescate («los sinántropos sobreviven como pueden. O lo intentan. Como Corto, que, a lo largo de diez años, ha intentado desprenderse de su verdadera piel para hacerse pasar por alguien que no es»).

Corto Maltés. El del chaquetón de paño, el de las patillas largas, el guapo, el del gesto adusto y el cigarrillo pegado a los labios, el marinero, el de los valores pelín utópicos…

Un personaje nacido, probablemente, con la sola pretensión de entretener pero que acabo convertido en figura de culto («recuerda la primera vez que le mostro el dibujo [al señor Paco, el peluquero] y le dijo que quería ese corte y esas patillas»). Seguro que cuando Hugo Pratt parió a su criatura nunca pensó que ese personaje no solo pasaría a la historia de la literatura, sino que acabaría convertido en un icono de estilo a imitar por aspirantes a intrépidos de todo pelaje y condición («Ser gitano en el barrio era señalarse como uno de los hombres de El Chino. Ser marinero o piloto -de avión o de carreras-, en cambio, era el único modo de escapar de él»).

Son las cosas del leer.

Carlos Bassas lo sabe y por eso su protagonista homenajea a uno de los ídolos clásicos del comic europeo.

Tras una traumática experiencia, el mundo de Corto se derrumba. Incapaz de sobreponerse, huye y trata de empezar una nueva vida lejos de todo y de todos. En su afán de reinventarse, cambia su forma de vestir, su característico corte de pelo, incluso su mirada («antes bastaba con verle los ojos para saber que algo le ardía por dentro; ahora parecen muertos, plantados en mitad de su cara por un taxidermista»). Pero no lo consigue.

Su incapacidad para adaptarse a ese nuevo ecosistema urbano, despierta en Corto algo que creía olvidado: la necesidad imperiosa de ajustar cuentas con quienes le hicieron daño.

Ante el rechazo de su nuevo mundo, ese deseo de venganza, contenido durante años, brota, se desparrama por cada fibra de su ser y lo empuja a hacer algo que creyó nunca haría: volver al barrio. Su barrio.

Y Corto regresa.

Sí, regresa a un lugar donde el tiempo parece haberse suspendido. Un lugar por el que transitan vivos que están muertos. Un lugar donde la existencia de sus habitantes se nutre del rencor hacia El Chino y la esperanza de que, tarde o temprano, alguien le haga pagar sus deudas.

Pero el barrio ya no es su barrio. Su familia, lo que queda de ella, ya no es tal y sus amigos, los de entonces, hace mucho que dejaron de serlo.

La sombra de la traición cubre lugares, personas y relaciones.

El Corto de Bassas, incapaz de encontrar su lugar en el mundo, es un sinántropo fallido. Él lo sabe y es la conciencia de su inevitable extinción, lo que dota al personaje de ese fatalismo inherente a las grandes gestas clásicas (la última gran aventura del héroe es su muerte).

No crean que, con lo dicho hasta ahora, trato de ponerme estupenda. En absoluto.

Lo que ocurre es que Carlos Bassas es un maestro en esto de hacerte compartir la nostalgia y el fracaso de sus personajes. Lo demostró con creces en Soledad y ahora ha vuelto a hacerlo con Sinántropos.

Carlos Bassas es único haciéndote sentir tristeza. Una tristeza profunda por lo que los seres humanos somos capaces de hacernos unos a otros.

Plagada de saltos en el tiempo, y esa forma de narrar tan poética, Carlos Bassas construye un relato duro, en el que niega a sus personajes cualquier posibilidad de redención. Les aplica la pena más dura que existe: no poder pedir perdón.

«Con el dolor de la perdida» y «la rabia de lo inconcluso», por no haber sabido desprenderse a tiempo de cosas y personas, Corto, sin perdón, vagará por el infierno durante toda la eternidad.

 

Debió hacer caso a Félix Grande…

 

«Donde fuiste feliz alguna vez

no debieras volver jamás: el tiempo

habrá hecho sus destrozos, levantado

su muro fronterizo

contra el que la ilusión chocará estupefacta.

El tiempo habrá labrado,

paciente, tu fracaso

mientras faltabas, mientras ibas

ingenuamente por el mundo

conservando como recuerdo lo que era destrucción subterránea, ruina», Donde fuiste feliz alguna vez

 

©Reseña: Teresa Suárez, 2022.

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