Para Extrañas en un tren, Pilar García -Desde la trinchera no hay vistas al mal – Rafael Guerrero


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Un espacio abierto a la libertad de expresión y de creación para las escritoras del género negro

Pilar García| Granada

Lo que más me ha llamado la atención del ambiente de los festivales de género negro, es que la genialidad de los protagonistas es directamente proporcional a la amabilidad y cercanía de los mismos.  He de agradecer muchas cosas a GRN2, una de ellas, conocerlo. Acudió al festival para la presentación de la antología de relatos Lecciones de asesinos expertos junto a Anxo do Rego, director de esta revista, y Francisco Concepcion, editor de La Esfera Cultural y de la antología. Los tres autores, con relatos publicados en la misma.

Cuando le pedí que hiciese un artículo de opinión para Extrañas en un tren, no lo dudó ni instante.

Es un tipo fantástico, se llama Rafael Guerrero y se ha subido a Extrañas en un tren. Muchas gracias, valiente.


Como lector, escritor y detective privado en activo siempre me admiró el talento que tenían Agatha Christie y P.D. James para componer los personajes de sus tramas. Los buenos y los malos. Y en especial los masculinos, que a la postre serían los protagonistas de varias novelas, sagas y relatos que cautivaron a millones de letraheridos criminófilos no solo en sus países de origen y en su lengua materna sino en cualquier lugar a donde llegase una buena traducción o una digna adaptación cinematográfica, televisiva o teatral.

Hércules Poirot, ese gordinflón con ridículo bigotillo y temple atildado, impertinente, sagaz, insolente, perspicaz, insobornable, observador y meticuloso hasta la exasperación ajena, curioso, reflexivo, inteligente, seguro de sí mismo con todo en contra para serlo, acérrimo practicante de la lógica y el racionalismo por encima del pensamiento mágico y las rígidas convenciones sociales de la época, resulta ser un investigador infatigable e infalible (demasiado infalible) que además no malgasta energías ligando o emborrachándose en lúgubres bares, a lo sumo, una copita de Oporto y una conversación trivial en un club o a bordo de un tren con una dama de alto copete que a nada conducirán salvo a que la escrute y pergeñe una radiografía psicológica y prodigiosa de su interlocutora entre sorbito y sorbito, entre el gracias y el por favor. Un bofetón en toda regla bien endiñado a los tópicos del género, tanto a los machistas como a los puristas.

Adam Dalgliesh es Comandante de la Policía Metropolitana en New Scotland Yard. Dirige una brigada especial que investiga homicidios de especial dificultad o que requieren de absoluta confidencialidad. Además es poeta. ¡Poeta, sí! Pero no como un aficionado cualquiera que emborrona sin mesura folios tratando de exponer sus sentimientos más íntimos de forma bella, conmovedora y cursi. No, él tiene obra publicada, premiada, buenas críticas y algún que otro fan que en medio de una rueda de reconocimiento o junto al levantamiento de un cadáver en Hyde Park le reconoce y le felicita por sus versos oscuros y honestos.

Su padre, un sacerdote anglicano moderado, le educó bajo los valores de la tolerancia y la discreción emocional en una rectoría de Norfolk. Su paso por colegios privados y la prestigiosa Universidad de Oxford terminaron de afianzar su personalidad y afinar su instinto. La vida le deparó una terrible doble desgracia personal: viudo, su hijo nació muerto y su esposa falleció poco después del parto.

En el despacho donde trabaja destacan unas estanterías repletas de tomos de derecho y una pared decorada con litografías de Londres. Es, por tanto, un hombre cultivado con vastos conocimientos sobre las bellas artes. Inteligente y serenamente valiente, en su oficio actúa como un agente reservado y empático si fuera necesario. La gente tiende a abrirse en su presencia antes incluso de que la interrogue. Emana confianza.

Dos tipos, pues, profesional y narrativamente eficaces y atractivos, verosímiles aun siendo raras avis en los medios en que se desenvuelven (el de las propias historias y el editorial), alejados de arquetipos facilones, contextos manidos o conflictos de chichinabo. Son únicos sin estridencias, sus efectos especiales empiezan y terminan en una mirada perpleja y en un cerebro amueblado con gusto. Ambos alumbrados y desarrollados por dos brillantes autoras del siglo XX que en vez de preocuparse de las formas imperantes lo hicieron por dotarlos de inteligencia. ¡Oh, menudo descubrimiento!

¿Hubieran tenido tanto éxito si Poirot y Dalgliesh hubieran sido —con esos mismos atributos— mujeres? ¿Se condicionó en ese sentido velada o explícitamente a las veneradas prosistas? Posiblemente algo de eso hubo, aunque solo fuera por los hábitos adquiridos del mercado potencial. O quizá fue una opción libérrima de estas. Complicado saberlo con certeza.

Pero sí podríamos extraer una conclusión de estos ejemplos de transgénero literario: el problema no está en los escritores y escritoras que con mayor o menor fortuna sacamos adelante la biografía de un policía, una detective, una jueza o un periodista. Tampoco en el consumidor final, prueba de ello son las cifras alcanzadas por algunos títulos en el siglo pasado y en este. El techo de cristal se sustenta en los prejuicios de determinados (no todos, por supuesto) editores y agentes literarios (a la caza desesperada del siguiente best seller cuente lo que cuente y como lo cuente), gurús del enfrentamiento que no han redactado una sola línea en su vida y mercachifles del “esto no vende-sí vende, esto es tendencia, esta bazofia con nombre femenino y esta otra morralla con nombre masculino”.

Una pena, porque la narrativa negra es solo y nada menos que literatura, y en ella deberían primar la calidad, la propuesta solvente y creíble, la transgresión intelectual, el retrato de paisajes y paisanajes, el espíritu crítico y el enfoque original sin caer en los estériles debates de trincheras, números, egos, falos y tetas. Para eso ya se presta la sucia realidad, el verdadero noir.

Del texto © Rafael Guerrero . Todos los derechos reservados.

De la publicación © Solo Novela Negra. Todos los derechos reservados.


RAFAEL GUERRERO

Nació en 1969 en Madrid, ciudad a la que ama y odia como la mayoría de madrileños.

Es detective privado, empresario, profesor universitario, escritor, Criminólogo por la Universidad Complutense de Madrid, Director de Seguridad por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y Máster en Servicios de Inteligencia por el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Madrid.

Ha ejercido la Investigación Privada desde el año 1992 mediante la dirección de su propia agencia, Grupo Agency World Inv. Durante estos años, ha resuelto infinidad de casos a nivel nacional e internacional. Pertenece a la World Association of Detectives de Estados Unidos y es socio colaborador de la International Police Association.

Colabora habitualmente con artículos en la revista de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España y es ponente en congresos de Detectives.

Sus novelas desmitifican la figura del detective privado mientras muestra la realidad de su profesión.

 

© Pilar Garcia, 2017.

© Solo Novela Negra, 2017.

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