Barroso True Crime, La ópera de la mano cortada (Acto) por Ignacio Barroso

Con los nervios aún de punta, Luis comenta con sus hermanos el asunto de la sopera y con la tontería les dan las tantas de la madrugada a los tres. Las palabras de la criada tampoco ayudan, pero es imposible hablar con la marquesa o ver el cuerpo de Margot. Las órdenes han sido tajantes. En la habitación de la difunta se quedan doña Margarita y José María Bassols. Nada de entrar, y que si les entra sueño, la casa tiene muchas habitaciones, así que quien quiera descabezar un sueñecito, que lo haga lo más lejos posible de la capilla ardiente que han improvisado.

A la mañana siguiente, después de una noche de poco descanso, al fin les permiten la entrada. Margot está amortajada sobre la cama con los ojos y la boca entreabiertos. El desfilar de familiares y conocidos no se hace esperar. Un último adiós, que la tierra te sea leve, y a vivir que son dos días. Un par de rezos y adiós muy buenas. Cuentas de rosario desgastadas resbalando entre los dedos de la marquesa, y tras el amén definitivo, la sorpresa que pilla a todos desprevenidos. La madre sonríe a la hija, suspira y dice a voz en grito «que pase el fotógrafo». Dicho y hecho. Es la hora de inmortalizar el momento. Búsqueda de los ángulos correctos. Madre e hija mejilla contra mejilla. Clic. Clic. El obturador de la cámara cerrándose y cada uno a sus quehaceres. El velatorio aún va a durar un día más, que la pobre Margot siempre temió padecer catalepsia y el ser enterrada en vida era una de sus peores pesadillas, o eso dice la marquesa echando de la habitación a los presentes excepto a su José María.

Uno tras otro desfilan con el gesto serio, pero algo en la cabeza de Luis hace que el señoritos, tengan ustedes mucho cuidado, que su madre va a hacer una barbaridad dicho por Luisa la noche anterior cobre nuevas dimensiones. Juraría haber visto en la habitación unas tijeras y unas pinzas quirúrgicas junto a un sillón. Pero tampoco tiene demasiadas ganas de devanarse los sesos. Ha sido un día largo, cargado de dolor y lágrimas, y quizá todo cuanto cree haber visto no sea más que fruto del cansancio acumulado. Mañana será otro día y lo verá todo con otros ojos…

Y en algo no se equivoca. Mañana será otro día. En concreto el 21 de enero de 1954. Sus predicciones ahí se quedan. De hecho, las sospechas no han hecho más que empezar cuando Luisa los despierta a eso de las nueve de la mañana con voz triste e hipidos, diciendo que se les han pegado las sábanas y el féretro ya está cerrado a cal y canto. Contrariados, los tres hermanos piden explicaciones a la marquesa, quien sin perder la compostura dice que no han podido decirle adiós en persona porque el cadáver empezaba a oler mal y la descomposición no se había hecho esperar. En su lugar, si querían podían despedirse de la foto post mortem enmarcada que había sobre la tapa. No era lo mismo, pero ya se sabe, la intención es lo que cuenta…

Esa misma mañana, que a quien madruga Dios le ayuda, a eso de las once llevan al Cementerio de San Isidro a Margot, y por la tarde la entierran en el nicho 304. Hecho esto, cada mochuelo a su olivo, salvo Luis que sigue en sus trece de que hay gato encerrado en todo el asunto y vuelve a la casa de la calle Princesa. Toca jugar a los detectives en el dormitorio de su hermana, y no tarda en encontrar algo extraño: un cuchillo grande y una tabla de las que se usan para cortar carne. Blanco y en botella, pero el joven prefiere rumiarlo unos cuantos días hasta que se presenta delante del juez Aguado González en el juzgado número 14 de Madrid y cuenta todo lo que ha visto, sin omitir detalles que hasta ese momento había considerado superfluos, como que la marquesa pidiera a Luisa una garrafa de alcohol y un paquete de algodón.

El juez antes de tomar ninguna decisión comprueba la fecha en el calendario (es el 30 de enero, no el 28 de diciembre) y se presenta en la casa de la marquesa al filo de la media noche con unos cuantos agentes de la Brigada de Investigación Criminal. Hecha la lectura de la orden de registro ante doña Margarita y Bassols, empiezan el baile y los registros. Y de la mano de estos, los descubrimientos que recoge el acta oficial: «En la habitación destinada a comedor y sobre un aparador aparece una sopera, al parecer de plata, que contiene un líquido transparente que parece alcohol, en la que hay dos cabezas de perro, ambas color marrón, y un cubo de goma negra, que contiene un líquido transparente y vísceras, al parecer de perro […] En el dormitorio de Margarita […] se hayan en el rincón de la izquierda, tapados con varios bolsos de señora y carteras de documentos, los siguientes efectos:

… Una toalla de felpa rosa, con manchas, al parecer alguna de sangre, otra toalla color rosa muy pálido, también manchada, y tres fundas de almohada, también con algunas manchas […], un hacha pequeña, de las llamadas de carnicero, con mango de madera barnizada, con tres remaches dorados…».

Aunque el premio gordo lo encuentran al localizar «… una vasija [una lechera] en forma de cubeta, toda ella de material plástico, la mitad inferior estriada, color blanco, la mitad superior transparente, con tapa color rojo y botón blanco y asa de alambre con manguito color rojo; esta vasija contiene, como puede comprobarse por la transparencia de su parte superior, una mano derecha, al parecer de mujer seccionada por la muñeca…».

Las cosas parecen no cuadrar demasiado a los muchachos de la BIC y la marquesa y José María Bassols, así como la criada Luisa Bayarri y el mayordomo Antonio Tornero, son detenidos. La noticia corre como la pólvora. Los medios se hacen eco, aunque quien se lleva el gato al agua es El Caso con una portada improvisada a pie de imprenta por su director, Eugenio Suárez, pincel en mano para sacar el número a tiempo eludiendo la censura.

A la mañana siguiente, Madrid aparecerá repleto de lecheras de latón tiradas por la calle. Los chatarreros harán su agosto recogiéndolas y mientras la gente comenta en los bares lo sucedido en la casa de los horrores de la calle Princesa, la rueda de la justicia ya habrá empezado a rodar y las consecuencias de los macabros hallazgos no se harán esperar…

 

Fuentes:

 

©Barroso True Crime, Ignacio Barroso, 2020.

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