Bajo la doble lupa de… ÁNGEL ROTO de Alberto Pasamontes por Manu López y Anna Miralles
RESEÑA DE MANU
Repasando la reseña que sobre Entre la lluvia hice para la revista Cita en la Glorieta, descubro con cierto asombro cómo esa novela de Alberto Pasamontes (Madrid, 1970) fue publicada en… ¡2014! Quiero esto decir que han pasado seis años entre el primer caso a resolver por el inspector jefe de la Policía Nacional Goyo Barral (el asesinato de un transexual) y este que va a ocuparle ahora (a él y a su equipo) en Ángel roto: el probable suicidio de una adolescente llamada Raquel Fuentes, que se ha precipitado al vacío desde un balcón de su casa.
No siendo devoto de las investigaciones criminales, por motivos de mi actividad reseñadora he tenido que leer a la mayoría de autores que se ocupan de desentrañar asesinatos utilizando para ello tanto a avezados policías de todos los cuerpos nacionales y autonómicos existentes en nuestro país, como, en menor número, a aficionados no menos competentes y aguerridos (que incluyen amas de casa más listas que el hambre) en esto de esclarecer muertes sospechosas. En mi cuarto ejercicio de crítica literaria dejo constancia de mi agotamiento; de cómo a estas alturas me resultan ya demasiados autores para el mismo (o muy similar) esquema narrativo.
Debido a ello, hace tiempo que intento sortear libros de tales características. Si soslaya cualquier forma de investigación, el género negro me resulta apetecible; afortunadamente son tan amplios sus márgenes que no tengo problemas para disfrutar, entonces sí –y sin límite– con las obras de, por ejemplo, Carlos Zanón, Andreu Martín, Juan Ramón Biedma, Marc Moreno o Paco Gómez Escribano, por citar autores señeros a quienes frecuento con interés creciente desde que alguna de sus novelas cayó en mis manos por vez primera.
Con los dedos de una mano recuerdo a autores llamados «procedimentales» que supieron llevarme a ese mismo arrebato lector al que lo hicieron quienes acabo de citar. Por cierto, tiene que ser terrible dedicarte a la literatura y que te encasillen como «autor procedimental», como si fueras un auditor de sistemas de calidad o algo todavía peor. Yo, desde luego, no podría soportarlo, tomaría eso como un agravio. Alguien, sin duda grande en esta superpoblada nómina, es una mujer. A finales de 2019, Rosa Ribas, con ese sorprendente grupo familiar unido contra el delito que son los Hernández (en Un asunto demasiado familiar) nos descubrió –a Teresa Suárez y a mí, en nuestra última entrega conjunta para La Doble Lupa (en la que ahora debuta Anna Miralles)– cómo la catalana era una figura imprescindible en esta trillada manera de narrar, –devaluada por tanto mediocre sin ambición–, a la que ella sabe extraer novedosos aromas y engrandecer con inéditos enfoques.
A Alberto Pasamontes, como he apuntado, lo conozco desde Entre la lluvia, novela suya que me gustó lo bastante como para, pese a ser de investigación, dejarme con las suficientes ganas de tener entre mis manos la siguiente. Nombres como el de Rosa y Alberto –y alguno más, pocos– son en los que pienso de inmediato a la hora de leer todavía algún crimen pendiente de esclarecimiento.
Noto, y para bien, que Alberto Pasamontes se toma su tiempo a la hora de construir su narrativa. Desmarcándose con ganas de tanto «profesional» ansioso por engordar su interminable saga, de esos que dan a su editorial, año tras año, y sin remordimiento alguno, otra deslavada entrega de sus prodigiosos policías, este honesto madrileño, profesional de la administración pública, con su reposado ejemplo reivindica el hoy casi olvidado arte de contar una historia sin prisas, de buscar ser un «aficionado», un concienzudo artesano: algo que en el arte en general, y en la escritura en particular, solo trae, para quien así procede, excelentes réditos.
En Ángel roto la comisaría de Goyo Barral (en la zona Centro de Madrid) presenta escasas novedades. La principal es que el comisario Ricardo Quiroga se ha jubilado y cómo, mientras eligen al sustituto, el inspector jefe debe ocuparse también de firmar el inevitable papeleo que todas las mañanas le trae su secretaria, Marga. La vetusta cafetera por fin ha sido sustituida por una de cápsulas, muy celebrada por los agentes, pero, por los recortes, el mantenimiento de la comisaría es casi nulo, y eso supone que sus dependencias presenten un estado de bastante deterioro.
Emilio Salgado y Rafa Márquez siguen siendo los eficaces subinspectores con lo que cuenta Goyo. Carmen Alonso, la brava y atractiva inspectora (que en Entre la lluvia se jugaba literalmente el pellejo disparando al tren de aterrizaje de un avión para impedir una fuga), pasa por horas bajas: la mujer acaba de dejarlo con su novio Nacho, por lo que vuelve a estar soltera y sin compromiso. Además no lleva nada bien eso de la soledad.
Vuelve a destacar Alberto Pasamontes a la hora de integrar las investigaciones policiales de los casos a resolver con asuntos personales ajenos a ellas, pero vividos con igual intensidad.
Por citar algunos ejemplos de esta habilidad en Ángel roto está la hija de Goyo Barral, la adolescente Adriana, que ha iniciado relaciones con un novio bastante estrafalario llamado Alan, fotógrafo de profesión (con quien ella comparte corte de pelo radical). El joven tiene la habilidad de despertar furores homicidas en papá Goyo desde la primera vez que se lo encuentra. A la inspectora Carmen Alonso el caso de la adolescente remueve su pasado. El no superado suicidio de su novio Julián le hará perder el norte en varias ocasiones, refugiándose en la promiscuidad y el alcohol. Y la mujer de Barral, Marta, se ha ido a la calle por un ERE del hospital en el que trabajaba como enfermera. Le queda un año de paro y se esfuerza en encontrar trabajo, delicada situación esta que afecta a cualquier convivencia matrimonial.
El suicidio de Raquel Fuentes parece tan evidente que, tras su entierro, el equipo de Goyo no alberga dudas que impidan darle carpetazo. Es la insistencia de Adriana, compañera de la víctima en el instituto, que piensa que puede haber algo raro en esa muerte, la que, en un acto de fe filial, obliga al astuto Goyo Barral a mantener abierto el caso. Las investigaciones e interrogatorios posteriores se centran en el ámbito familiar, donde, en efecto, los agentes pronto sospechan de cómo Ignacio Fuentes, padre de la niña, pudo haberla forzado.
La que en principio parece una subtrama prescindible dada la fuerza que adquiere la historia principal, y me refiero a la que protagonizan unos ladrones serbios, los cuales, a través del método del alunizaje saquean joyerías para vender luego sus botines a un perista (sujeto turbio con antecedentes de todo tipo), esta «segunda unidad» de la novela, sin embargo, toma cuerpo desde su pequeño asomo en el capítulo 2, y durante los 30 restantes de Ángel roto, para terminar integrándose –de forma nada forzada– con lo que venía siendo la investigación del suicidio.
Tiene gran mérito que Alberto Pasamontes haga creer a sus lectores que con el final del capítulo 22 –página 219– el caso de Raquel Fuentes ha quedado, ahora sí, definitivamente cerrado. Eso trae como consecuencia preguntarse inmediatamente si el resto del libro (del que quedan aún 118 páginas) va a estar centrado exclusivamente en resolver el secuestro, por los propios serbios –que se sienten estafados por él– de un miembro español de la banda, algo que puede deshinchar los ánimos de algún lector.
Pero no.
Porque a partir del capítulo 23 Alberto Pasamontes expande su pecho narrador e insufla a la trama del suicidio acontecimientos del todo sorprendentes (incluso por el lector más resabiado) que la conducen por imprevistos caminos, dejando a quien los recorre literalmente alucinado. Desde luego sentir muchísimo asco, náuseas incluso, por lo que la investigación va deparando está perfectamente permitido. Aviso que hay momentos solo para estómagos fuertes.
El anuncio de la inminente llegada de un nuevo comisario, en este caso mujer, Daniela Sánchez Pavón, o el arrojo mostrado por Emilio Salgado en los calabozos, interviniendo decisivamente para extinguir un fuego provocado (algo con lo que, sin duda, pretende hacerse perdonar una grave falta anterior), así como el inesperado anuncio de la mujer de Goyo Barral –Marta– de que va a aceptar un puesto de enfermera en un hospital francés –Adriana se marcha con ella–, son señales como para suponer que Alberto Pasamontes tiene ya en mente una tercera parte de esta saga protagonizada por Goyo Barral.
De todo lo dicho sobre este inspector jefe habrán deducido ya que estamos ante uno de esos policías serios, de la vieja escuela, que no necesitan de excentricidades (como la gastronomía selecta, tocar el clarinete o fumar pipas de opio) para componer una personalidad poderosa y seductora para sus seguidores, que quedamos en la impaciente espera de encontrárnoslo otra vez. Dan ganas, aunque eso suponga tirar piedras contra mi tejado, de rogarle a su creador que, por una vez, no tarde tanto en confiarle un nuevo caso.
RESEÑA DE ANNA
Ángel roto abre con un Prólogo que nos habla del suicidio de una adolescente de 15 años, Raquel Fuentes. El inicio no puede ser más impactante. El momento en que la joven se arroja desde el balcón de su casa está narrado con mucha delicadeza; mientras que el autor utiliza un lenguaje directo y crudo para referirse al impacto de su cuerpo contra el suelo. El contraste es brutal. En apenas unos párrafos, Alberto Pasamontes consigue ya desde la primera página atrapar nuestra atención.
«El aire acarició su rostro, jugó a enredar su pelo, se coló bajo la camiseta larga que usaba para dormir, recorrió su piel joven y pálida recreándose entre las suaves curvas de su cuerpo. Durante unos segundos que se le antojaron los mejores de su vida, flotó. […]».
Sonrió.
«No sintió su cráneo reventar al golpearse contra el suelo, ni el quejido de sus vértebras, ni a sus costillas partirse una tras otra, mientras sus pulmones, sus riñones, su hígado, su joven corazón se aplastaban unos contra otros en un amasijo de vísceras y afiladas esquirlas de huesos. […]».
Pronto aparece la pareja protagonista que investigará el suceso: el inspector jefe Goyo Barral y la inspectora Carmen Alonso. Desde un primer momento está claro que se trata de un suicidio. Se descarta la posibilidad de que se hubiera producido una caída accidental. Parece pues que no hay nada que investigar y que el caso se va a dar por zanjado. Sin embargo, la insistencia de Adriana, la hija de Goyo Barral, que conocía a Raquel porque estudiaba en su mismo instituto, es determinante para que el inspector decida indagar en el entorno más cercano de la joven para encontrar algo que explique por qué una adolescente, que aparentemente no tiene ningún problema, toma la decisión de poner fin a su vida. Y sí, hay motivos, y Goyo Barral da con ellos.
Por otra parte, una segunda trama se desarrolla en paralelo a la anterior. Javier Cabarcos (conocido como Caracaballo), un delincuente común, acude a la comisaría para denunciar el secuestro de su hermano, el Toni, a manos de unos serbios muy peligrosos que habían robado en una joyería. Estos habían contactado con los hermanos para que buscaran un perista que tasara las joyas. La cosa se complica, los serbios les hacen una visita y se los llevan para apretarles las tuercas, pero Caracaballo consigue escapar y poner a la policía tras la pista de los ladrones.
Estas dos tramas, aparentemente inconexas entre sí, acabarán confluyendo más adelante.
Los personajes que transitan por Ángel roto son interesantes. Alberto Pasamontes los construye haciéndolos creíbles. Goyo Barral tiene poco que ver con los investigadores alcohólicos, autodestructivos, atormentados y sin apenas vida personal que protagonizan muchas de las novelas de género negro. Tiene problemas, está claro, pero los suyos pueden ser los de cualquiera de nosotros. Su situación personal no pasa por un buen momento: Marta, su esposa, está en el paro y anímicamente se siente mal; y su hija Adriana ya no es una niña y tiene la sensación de que la está perdiendo porque comparte cada vez menos tiempo con ella. Además, pasa demasiadas horas en la comisaría. Barral se enfrenta a situaciones personales de lo más comunes con las que nos podemos ver identificados. Es policía, pero es también marido y padre. Es un tipo de lo más normal, cercano y con el que resulta fácil empatizar.
Carmen Alonso, la pareja profesional de Barral, es alguien más hermético. Sabemos que hay algo en su pasado que le impide avanzar y el suicidio de Raquel Fuentes la descoloca y afecta especialmente. Para ella no es un caso más, su implicación emocional es importante. Además, en lo personal tiene serias carencias que suple con relaciones superficiales, basadas en el sexo y poco más, en las que intenta no dar demasiado de sí misma para no sufrir.
«Aquella misma noche, sin embargo, la cabeza de la inspectora volvió a teñirse de sombras. La soledad la golpeó de repente cuando abría una lata de comida para gatos. Salió a toda prisa de casa y deambuló sin rumbo hasta que incluso los adictos al trabajo dejaron vacías las oficinas, las calles se volvieron solitarias y oscuras, y solo las tiendas de alimentación y bazares chinos quedaron abiertos. Cuando también estos cerraron, buscó un bar con música estridente, un camarero al que no le importase servir más alcohol del recomendable y unos brazos desconocidos en los que cobijarse».
En cuanto a los secundarios, destacaría al inspector Cabrera: rudo, poco paciente, con cierta dosis de agresividad y que no lleva demasiado bien la posición de mando en la que se encuentra Barral como comisario en funciones (tras la jubilación de Quiroga, el anterior comisario) por lo que la relación entre ellos es tensa; sin embargo, es resolutivo y eficiente como investigador.
En Ángel roto las referencias a la actualidad son constantes y hay mucho de denuncia social en sus páginas. Se habla de la precariedad laboral, de recortes de presupuestos, de estafas y corrupción…; menciones a Trump, al Brexit… También se hace una crítica al sistema judicial en cuanto a que demasiadas veces las condenas que aplican los jueces no son lo suficientemente duras –«Y con todos estos antecedentes, el juez se fuma un puro y solo le mete…»–; y a un periodismo sensacionalista demasiado preocupado por los índices de audiencia. Reconocemos el entorno en el que se mueven los personajes porque es el nuestro.
Pero el tema principal de Ángel roto –y en torno al cual se construye el argumento de la novela– es el del suicidio, tema delicado y especialmente incómodo porque se trata del de una adolescente. Alberto Pasamontes habla de él abiertamente, no se trata de un asesinato que se ha hecho pasar por suicidio, sino que es lo que es. Y lo más terrible de la novela son las causas que llevan a Raquel a quitarse de en medio para no sufrir más. Al acabar la novela nos queda un poso amargo porque se nos descubre una sociedad enferma, donde la maldad está presente bajo la apariencia de una normalidad que no es tal. Y esto es lo que realmente provoca un asco infinito.
Según la OMS, más de 800.000 personas se suicidan cada año, siendo el suicidio la segunda causa principal de defunción entre las personas de 15 a 29 años. En España cada dos horas y media se suicida una persona. Estas cifras son terribles. Sin embargo, el suicidio apenas es tratado en literatura por lo que es interesante que Alberto Pasamontes lo haga haciendo visible un problema que la sociedad y los medios esconden.
Debo reconocer que antes de leer Ángel roto no sabía quién era Alberto Pasamontes ni tampoco el inspector Goyo Barral. Me entero, además, de que esta no es la primera novela en la que aparece el policía como protagonista y su compañera, sino que hay una novela anterior, Entre la lluvia (Ediciones Beta, 2014). Y me alegra enormemente que se me haya dado la oportunidad de leerla y de conocer a su autor al que voy a seguir. La denuncia social, la construcción de unos personajes sólidos, una trama bien ensamblada con giros sorprendentes que mantienen el interés del lector y una temática de actualidad hacen de Ángel roto una buena novela negra muy recomendable.
ENTREVISTA CON ALBERTO PASAMONTES
PREGUNTA MANU:
- Seis años después de Entre la lluvia (Ediciones Beta) publicas con Milenio. Desde luego, es un lapso de tiempo amplio como para regresar a las librerías con garantías. En una obra tan bien urdida como resulta ser Ángel roto, aparte del propio proceso de escritura y de las posteriores correcciones que, en función del grado de perfeccionismo de cada autor, puede llegar a eternizarse, me gustaría saber qué otros factores han podido colaborar para que hayas invertido tanto tiempo en pergeñar este segundo caso del inspector jefe Goyo Barral: ¿la búsqueda de nueva editorial, un exceso de trabajo en la administración a la que sirves, o, simplemente, espaciar tu saga policíaca por razones exclusivamente de calidad literaria pueden haber sido algunos de ellos? Y respecto a este último hay que subrayar cómo Alberto Pasamontes marca la diferencia respecto a otros colegas de investigación criminal, quienes para cada primavera –sin fallar una– ya tienen preparado nuevo título destinado a su presentación en las grandes ferias del libro… ¿Evitas conscientemente esta forma de producción industrial para marcar la diferencia o tardar es tu habitual modo de crear?
Lo cierto es que, entre ambos libros, apareció La muerte invisible, que tiene lugar en Chernobil durante los infaustos días en los que se produjo el accidente de la central nuclear. Pero sí, ha pasado demasiado tiempo entre la primera y segunda entrega de los inspectores Goyo Barral y Carmen Alonso. Se han juntado varios factores. El primero de todos, que yo, para bien o para mal, no dependo de la escritura para vivir. No tengo una urgencia especial por publicar, por lo que no me pongo a escribir mi siguiente novela hasta que la anterior no está en las librerías. Esto me permite dedicarme a una sola historia cada vez, sin tener dos o tres argumentos y decenas de personales rondando por la cabeza, algo que creo beneficioso para el proceso creativo. Por otro lado, Ángel roto lleva escrita desde 2017, pero diversas circunstancias, entre las que se encuentra un cambio de editorial, han hecho que su publicación se haya retrasado. La novela es atemporal, por desgracia lo que en ella se relata es algo que ha ocurrido y va a seguir ocurriendo por tiempo indefinido, así que no importa el tiempo que lleve escrita. De todos modos, prometo tardar menos para la próxima entrega.
- El entorno familiar juega un destacado, –y tremendo–, protagonismo en el caso del suicidio de Raquel Fuentes. A la hora de contar las más descarnadas páginas que haya yo leído en mucho tiempo, ¿eras consciente de que quizá a algún lector de Ángel roto se les haga duro seguir con ellas? ¿Te llevó muchos intentos dar con el tono adecuado para transmitir con semejante grado de horror y veracidad cuanto rodea a la muerte de esta adolescente?
Estamos hablando de novela negra, un género que es en sí mismo descarnado, duro, violento. Quizás lo que ocurra es que, en muchas ocasiones, ponemos la etiqueta de género negro a cosas que no lo son. No digo que sean mejores o peores novelas, solo que no son noir. Dicho esto, espero que el lector no se eche para atrás. Creo que el tono es el necesario para transmitir el mensaje que quiero dar. Si una escena necesita que el lector tenga determinados sentimientos, hago todo lo posible porque así sea, aunque siempre trato de buscar un equilibrio entre lo que precisa la historia y la comodidad del lector. O, dicho de otro modo, que ninguna escena obligue a alguien a abandonar la lectura. Si eso ocurre, es un fracaso para mí, porque no llegará el mensaje que quiero dar y el lector habrá experimentado una emoción que, al final, no le aportará nada.
- Hay dos tramas en Ángel roto. La principal, que es la resolución del caso de la suicida, y otra que, si al principio resulta secundaria, a medida que la narración avanza coge fuerza y logra su pleno significado en el alcance global de la novela. ¿Tuviste claro desde el principio que ambas tramas terminaban confluyendo, o, por el contrario, según progresabas en la escritura diste con esa posibilidad? Esta pregunta va para ambas tramas: ¿Has tenido que documentarte mucho para armarlas con verosimilitud?, y, de ser así, ¿tuviste algún apoyo externo, por ejemplo policial, a la hora de describir con semejante grado de precisión y acierto la comisaría o los procedimientos de investigación?
En realidad, debo reconocer que esa segunda trama no estaba prevista en el esquema que había elaborado para la novela. Fue una sugerencia que alguien me hizo y la escribí cuando ya estaba prácticamente rematada la historia principal, así que fue necesario tirar bastante de imaginación para poder engarzarlas y que resultasen tan bien juntas.
En cuanto al trabajo de documentación, no ha sido más complejo que en ocasiones anteriores. El trabajo policial ya lo había estudiado para escribir mi primera novela, y eso no ha cambiado en estos años. Por supuesto, sí trabajas en profundidad el tema que sostiene toda la trama. Ahí buscas información por todas partes y recurres a expertos siempre que puedes. Además de eso, ayuda mucho mantenerse informado en todo momento de lo que ocurre en el mundo. Quien dice en el mundo, dice también en tu ciudad, incluso en tu barrio o tu propia comunidad de vecinos. Al final, eso hace que tu cabeza esté siempre trabajando historias en un segundo plano, elaborando, a veces casi de modo inconsciente, nuevos conflictos y posibles tramas y subtramas, así que cuando salta la chispa y decides escribir sobre un tema, resulta que ya tienes buena parte del trabajo hecho.
- Los aciertos narradores no se limitan a las actuaciones del inspector jefe y sus subinspectores. Como he resaltado, lo que Alberto Pasamontes refiere de las vidas privadas tiene tanto interés como el ejemplar desempeño de unas trayectorias profesionales siempre arriesgadas. ¿Eres consciente de despertar esta curiosidad contando intimidades, por otra parte nada extravagantes, muy asumibles por cualquiera? Noviazgos adolescentes, pérdidas de trabajo en tiempo de crisis, pasados con oscuros episodios que marcan el presente, etcétera… Dime, ¿cuál es el secreto para que episodios así den tan buen resultado novelesco y, sobre todo, cómo logras que se integren sin que parezcan superfluos añadidos?
Lo que no tiene mucho sentido, ya sea en la literatura o en el cine, es crear un personaje que no tenga vida propia. Todos tenemos vida privada, un entorno que nos influye, experiencias que nos marcan ya desde niños y conforman nuestra personalidad. A eso le unimos también, en ocasiones, cierta predisposición genética. Si no tenemos en cuenta todos esos factores, el personaje será poco creíble, o peor aún, plano e insulso, carente de todo interés. ¿Por qué Norman Bates, Escarlata O’Hara o Jason Voorhees son como son y actúan del modo en que lo hacen? Por todo lo que les rodea. ¿Una persona alocada y desorganizada puede llegar a ser un buen cirujano cerebrovascular? ¿Alguien tímido y retraído puede ser relaciones públicas de una discoteca de moda? Quizá algunos de estos ejemplos sean casos excepcionales, pero me sirven para exponer la idea. Yo no quería crear un superpolicía, como tampoco un inadaptado social, amargado porque la mafia mató a su mujer, violó a su perro, le robó la tele de 50 pulgadas y quemó su casa con la colección de cromos de la liga dentro. Mi intención era crear unos personajes creíbles y cercanos, tanto que tienen exactamente las mismas preocupaciones que cualquiera de nosotros, por mucho que luego se dediquen a cazar delincuentes o que en ocasiones se jueguen la vida en un tiroteo. Los estudios de los hijos, una crisis de pareja, la muerte de un familiar, el paro, la hipoteca, un bulto que te sale en el pecho… Eso les da humanidad y hace que sean creíbles, que el lector sufra con sus desgracias y comparta sus alegrías, porque él mismo puede estar viviendo una situación similar. Por supuesto, esos problemas cotidianos tan normales influyen en el modo de afrontar su vida laboral. Y viceversa. Integrar ambos aspectos de la vida de un personaje es imprescindible para el buen funcionamiento de la novela.
- Hoy hay en España una sobreabundancia de autores dedicados a aumentar sagas con sus policías habituales protagonizando diferentes casos. Mientras sigan teniendo lectores, las entregas están garantizadas, pero puede pasar que un día el público les dé la espalda por alguna otra moda. Como escritor de investigación policíaca que eres tienes una feroz competencia, y hacerte ver y oír dentro de este tumulto (en el que la antigüedad, por desgracia, es un grado) debe resultar complicado… ¿Cómo llevas esta situación de autor casi nuevo? Por otro lado, ¿cuál sería para ti la mejor manera de aunar cantidad y calidad en la investigación para posibilitar su perdurabilidad? Por último, ¿de qué escritor dirías que puedes considerarte discípulo (y solo me vale un nombre)?
Decir que resulta complicado es quedarse corto. Como bien dices, la antigüedad es un grado, aunque hay otros muchos factores que entran en juego. En cualquier caso, yo me siento bien tratado. No he tenido a nadie que me ponga la zancadilla, no soy tan importante. Y si lo he tenido, no me he enterado. Lo que está claro es que esto es una carrera de fondo y que, el que quiera llegar, tiene que trabajar mucho. Luego hay que tener también una pizca de suerte, pero el trabajo es esencial.
En cuanto a la segunda pregunta, me temo que no tengo el secreto. Ya quisiera yo. De nuevo, trabajar. Y ser honesto con el lector, eso siempre.
Para la tercera parte, después de pensarlo un rato y con mucha modestia, pero mucha, eh, y ya que solo puedo darte un nombre, he decidido hacer trampa: Henning Márkaris.
- Me gustaría ahora conocer tus proyectos más inmediatos. Al final de Ángel roto, con la llegada de la comisaria y la decisión de Marta de irse a Francia, das suficientes pistas para imaginar otra novela con Goyo Barral, quien, forzado por las circunstancias, retornaría, como la inspectora Alonso, a la soltería… ¿Tienes pensado seguir espaciando esta, de momento, imprescindible saga o, por el contrario, piensas en darle un buen acelerón? ¿Te planteas escribir algún día novela negra que no sea de investigación, o, incluso, hacer algo totalmente al margen del género?
Todo depende de lo que pida la historia de los inspectores Barral y Alonso. Al final, son las historias las que te piden su propia extensión. Tratar de alargarlas artificialmente es un error. En todo caso, no quiero demorar mucho la siguiente entrega. Las líneas fundamentales ya están claras, incluso hay escritas algunas páginas, pero debo pensar algunos detalles que aún no están del todo definidos. Lo que no sé aún es si esta será la última o la penúltima entrega. Lo veré según avancen las páginas, pero que nadie espere un Harry Bosch. Creo que ni mis fuerzas ni mi imaginación dan para tantos episodios.
Para cuando termine con ellos, sí, tengo la intención de escribir una road novel. De vez en cuando apetece cambiar de registro. Y quizás algo de ciencia ficción, pero eso será a largo plazo.
PREGUNTA ANNA:
- Goyo Barral es un policía que poco tiene que ver con otros investigadores protagonistas de novelas de género negro que tienen problemas con el alcohol y actitudes autodestructivas. Goyo Barral es alguien que se caracteriza por su normalidad, si lo podemos llamar así. ¿Hay una intencionalidad en alejar al protagonista de Ángel roto de este perfil de investigador atormentado siempre al límite?
Por supuesto, ya tenemos muchos ejemplos de policías alcoholizados, atormentados o con métodos al borde de la legalidad. Harry Hole, Charlie Parker, Rocco Schiavonne son solo algunos. Que no se me malinterprete, a veces apetecen personajes así y disfruto de ellos cuando toca, tanto como un cochino en un lodazal, pero no es lo que yo buscaba. Mi intención al crear a Barral fue la de buscar un personaje cercano con el que el lector se pueda identificar al instante, porque comparten las mismas preocupaciones, más allá de su vida laboral. La hipoteca, las broncas conyugales, los suspensos de su hija… Es una persona normal con una vida normal, y lo que le pasa a él le puede pasar a tu vecino o a ti mismo. Creo que ahí reside la credibilidad del personaje. Con su compañera Carmen Alonso sucede lo mismo. Es una mujer normal, con problemas normales, aunque en este caso sí hay algo en su vida que la aproxima a los ejemplos anteriores.
- Goyo Barral es lector de novela negra. En la página 100 se dice: «El inspector jefe tenía en la cabeza una novela supuestamente negra de gran éxito que había intentado leer hacía un par de años porque se la había recomendado alguien. En general, la historia no estaba mal, pero la había abandonado al constatar el hecho de que era imposible cuadrar el extraordinario expediente académico de la protagonista y su ya considerable experiencia laboral con la edad que se le atribuía». ¿Crees que la novela negra actual peca de una cierta falta de verosimilitud en el personaje protagonista?
No necesariamente. A veces apetece ese tipo de personajes. Rebosantes de testosterona, ácidos, ingeniosos, con una suerte que daría para ganar tres bonolotos seguidas… Nadie se cree a James Bond, pero de vez en cuando, una noche, te apetece algo ligero y lo disfrutas. En la novela negra abundan los detectives amargados y alcohólicos que mencionábamos antes, pero en ese párrafo no trato de desmontar o criticar esos personajes, sino a determinados escritores que son productos de marketing, cuyas novelas no es que estén pergeñadas para ser best sellers, algo que me parece muy legítimo, sino que son directamente malas. Mal planteadas, mal escritas, con tramas que dejan flecos sueltos, con personajes que pretenden ser profundos pero a los que se les ven las costuras y las incongruencias a nada que uno tenga un mínimo de pensamiento crítico. Cuando uno ve una película de 007 sabe a lo que va y lo acepta, es parte del juego, pero estos otros van de serios y lo que hacen es faltar al respeto al lector.
- En Ángel roto la actualidad se abre paso por sus páginas y aparecen numerosas referencias a situaciones que reconocemos porque nos desayunamos con ellas todos los días como la precariedad laboral, los recortes presupuestarios en servicios básicos, la corrupción… ¿Crees en la literatura como medio de denuncia?
Por supuesto, y más en la novela negra. Es uno de los elementos imprescindibles en el noir. A menudo surge el debate de qué es novela negra y qué no. Nunca logramos ponernos de acuerdo, pero en esto coincidimos todos. Si no hay crítica social, estamos hablando de otra cosa. Policiaco, thriller, romántica… cualquier cosa menos noir. Además, una expresión artística de cualquier tipo, literatura, pintura, cine, lo que sea, es un medio inmejorable para transmitir un mensaje. Quienes nos dedicamos a esto no debemos desaprovecharlo.
- En la novela tratas el suicidio. Las cifras que se manejan en torno al suicidio son brutales y, sin embargo, es un tema del que apenas se habla en los medios de comunicación, y tampoco en literatura. ¿Por qué? ¿A qué atribuyes que no se hable de ello en las novelas?
Estamos hablando de unos tres mil casos de suicidio al año solo en España. Son unas cifras estremecedoras. Que los medios de comunicación no hablen de todos ellos es una estrategia para evitar el efecto llamada, que esos casos sirvan de ejemplo a otros posibles suicidas. Como no hay nada perfecto en este mundo, hay un inconveniente, y es que, al no hablar de ello, tampoco se informa suficientemente de los servicios de ayuda que existen para esas personas que se encuentran en una situación límite y que no saben a quién pueden dirigirse para buscar ayuda. Alguno de esos casos puede acabar precisamente en suicidio por ese motivo, que es precisamente lo que se quería evitar. Hemos de pensar, y no me cabe duda de ello, que, con datos en la mano, los expertos habrán observado que esos casos compensan con creces los que no llegan a producirse por no hablar del tema.
En el terreno estrictamente literario, supongo que muchas veces los escritores, y con esto hablo exclusivamente de los de género negro, buscamos el asesinato cruel, salvaje y aparentemente irracional que impacte y atrape al lector en las primeras páginas. Si es un suicidio no hay asesino, y sin asesino parece que no hay caso que resolver, pero eso no tiene que ser necesariamente así, y Ángel roto es una buena muestra de ello. En cualquier caso, me alegra haber dado con un terreno no muy explorado en la literatura.
- ¿Qué diferencias puede encontrar el lector entre la primera novela de Goyo Barral y Carmen Alonso, Entre la lluvia, y Ángel roto? ¿En qué ha cambiado, si es que es así, Alberto Pasamontes como escritor entre una y otra?
Tanto Goyo como Carmen han sufrido cambios significativos en sus vidas. Después de dos novelas y casi ochocientas páginas, queda poco de los policías que aparecieron en Entre la lluvia. Aunque decía antes que son personas normales con problemas normales, es cierto que esos conflictos les han vuelto más vulnerables, pero también más irascibles y desencantados. De todos modos, que nadie busque un Harry Hole, que no lo va a encontrar. La evolución de Carmen y Goyo es muy coherente y medida. Seguramente la mayoría de nosotros reaccionaría de igual modo ante las situaciones que a ellos les toca vivir.
En cuanto a mí, seguramente no sea el más indicado para evaluarlo. Creo que ha mejorado mi capacidad para buscar el enfoque más adecuado a la historia que pretendo contar. También soy capaz de contarlo más rápido, de plasmar con más facilidad en el papel las ideas que tengo en el guion. Supongo que uno va cogiendo más experiencia a medida que recorre kilómetros de papel.
- ¿Cuáles son tus escritores/escritoras de novela negra de referencia?
Hay muchos autores estupendos y de todos se aprenden cosas. Incluso de los que no son demasiado buenos. Aunque al final de quien más acabas aprendiendo es de ti mismo, de los errores que cometes. Quizás los que más me han influenciado sean Henning Mankell y Petros Márkaris, aunque tampoco me puedo olvidar de gente como, Fred Vargas, Jim Thompson, Juan Madrid…
©Bajo la doble lupa de… Manu López y Anna Miralles, 2020.
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