NUESTROS MUERTOS de Rosa Ribas por Teresa Suárez

 

Nuestros muertos de Rosa Ribas

 

Para quienes no hayan leído las dos anteriores, reproduzco la presentación en sociedad de los Hernández, que incluí en la reseña compartida de Un asunto demasiado familiar, primera de la serie, para Solo Novela Negra:

«Por primera vez el/la protagonista no es una sola sino un grupo. Pero no un grupo cualquiera sino una familia (base de la sociedad) al completo. Y no una familia nuclear, monoparental, sin hijos o de padres separados, lo habitual en la actualidad, sino el tipo de familia numerosa y extensa (conviven en el mismo hogar padres, hijos, abuelos, tíos, primos, etc.) que predominaba hace unas décadas y que, paulatinamente, ha ido desapareciendo de la estructura social.

Para más inri, este clan no solo comparte residencia, la casa del indiano, también trabajo: Hernández Detectives es una empresa parental que aglutina a Mateo y sus tres descendientes (Nora la mayor y más parecida a su madre, Amalia la mediana y más lenguaraz y Marc, el varón, más débil de carácter que sus hermanas y heredero de las «veleidades» etílicas de la matriarca). Cuatro diplomas y la mente privilegiada (cuando no vaga perdida por los negros caminos de la locura) de la madre y esposa, Lola, proveedora de certeras y sorprendentes intuiciones que orientan y resuelven más casos que los conocimientos técnicos de los cuatro titulados juntos. Ayala, unido al clan familiar no por lazos de sangre, pero si por una lealtad sin fisuras, se encarga del trabajo llamémoslo sucio».

Los sucesos traumáticos ocurridos en Los buenos hijos, que condujeron al internamiento de la matriarca, durante catorce meses, en una clínica psiquiátrica, fueron una dura prueba que cuarteó a la familia.

Así, cuando llegamos a Nuestros muertos, Lola hace un año que no sale de casa, Detectives Hernández ha cerrado y sus miembros han iniciado una diáspora laboral que los ha alejado de Sant Andreu. Mateo a una finca regia de la Diagonal, donde se encuentran las oficinas de la agencia WHO para la cual trabaja. Amalia y Ayala, con su propia empresa especializada en seguridad e investigaciones, al ático de un edificio modernista cerca de la Sagrada Familia. A Nora, «que necesitaba un trabajo tranquilo que, a la vez, le permitiera canalizar la rabia», al barrio de Les Tres Torres, uno de los más pudientes de la ciudad, para dar clases en un centro privado.

Sea frontalmente, o de manera escorzada, Barcelona, sus calles, costumbres y relaciones sociales, gozan de un protagonismo incuestionable en una historia que, sin la ciudad como trasfondo, como base, pero en su justa medida, perdería una parte importante de su fuerza y encanto.

Lo viejo, mezclado, y agitado cuando hace falta, con nuevos ingredientes, produce un cóctel que, en ocasiones, solo en ocasiones, saboreas con autentico placer. Porque es difícil, bastante en mi opinión, que las sagas detectivescas o policiales, sean capaces de aglutinar y, sobre todo, mantener, la atención y el interés creciente de los lectores que las siguen desde la primera entrega.

Esto no pasa con Rosa Ribas.

Es como si el hecho de dar vida a sus historias con esa mezcla de grafito, arcilla y cera, que lleva implícita una posibilidad de borrado que puede empujar a la perfección extrema, le permitiera extrapolar a su escritura las mismas características (desde muy duro con trazo fino y claro, hasta blando de trazo grueso y oscuro) utilizadas para clasificar los lápices que tanto le gusta coleccionar.

Pese a seguir destacando, por poco habitual, el importante rol de Mateo como cuidador de todos los miembros de su familia extensa, en especial de su esposa («Por si se anunciaba una fase depresiva, Mateo había comprobado en el cesto de la ropa sucia que Lola se hubiera cambiado. También que la noche anterior se hubiera duchado antes de acostarse. En las fases oscuras, Lola se abandonaba y era muy difícil, a veces imposible, convencerla de que se lavara»), en esta tercera entrega ha sido Lola, más contenida pero igual de intuitiva, penetrante e inteligente, quien se llevado mi atención.

En nuestros muertos, hay humillados, hay ofendidos, hay un caso que investigar y, como no, un cadáver.

Algunos libros te encandilan por la originalidad, por lo sorprendente de las metáforas empleadas, por el sentido del humor o por el poder evocador de todas y cada una de sus palabras. Y hay otros que, cuando te preguntan por la forma, te quedas en blanco y no sabes que contestar.

Eso me pasa con las novelas de Rosa Ribas.

Me ocurrió con Un asunto demasiado familiar, con Los buenos hijos y me ha vuelto a pasar con Nuestros muertos: el estilo narrativo de Rosa Ribas permanece en un segundo plano. Me veo incapaz de definirlo.

No sé qué hace, ni cómo lo hace, pero tiene una gran facilidad para lograr que deje de ser una simple lectora al otro lado de la página.

La cuarta pared se rompe, la barrera que separa ficción y realidad desaparece y me convierto en parte del elenco. Un personaje más que acompañó a Lola en sus largas caminatas cuando, tras salir de la clínica, cayó presa de un furor andarín. Un personaje más que, junto a Nora, realiza discretos seguimientos. Un personaje más que comprende la envidia de hija mediana que, de cuando en cuando, corroe a Amalia. Un personaje más que, mientras se empapa del Who is who de la sociedad catalana, los sábados por la mañana acompaña a Mateo, hasta el cementerio de Sant Andreu, para visitar a sus muertos que ya son los míos.

«A Lola siempre le habían gustado los entierros. Sin embargo, ya no iba a ninguno».

Solo esa frase, con la que se inicia Nuestros muertos, es suficiente para que Rosa Ribas me vuelva a transportar al popular barrio barcelonés de Sant Andreu para compartir el día a día de los Hernández.

A la calidez que me produce el reencuentro con esta familia de detectives, quebrada por tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida, se une ese chisporroteo que sentimos los lectores cuando entramos en contacto con lo nuevo de un autor o autora que conocemos y admiramos.

Gracias Rosa.

Rosa Ribas ha sido la primera mujer en recibir el Premio Bruma Negra 2023.

 

©Reseña: Teresa Suárez, 2023.

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