No es tiempo de peros- Reseña

El cartagenero David Jiménez ‘El Tito’ cierra su trilogía de Marcial Lisón con la novela ‘No es tiempo de peros’, que reseña Antonio Parra en esta publicación

Título

No es tiempo de peros.

Datos publicación

Editorial Off Versátil. Barcelona 2018. 413 págs.

Datos del autor

David Jiménez Martínez (Cartagena, 1978) es licenciado en Biología por la Universidad de Murcia. En la actualidad, después de haber desarrollado su carrera como biólogo en el ámbito del control de calidad, ejerce en Castellón como agente marítimo de Vigilancia Aduanera, un cuerpo policial adscrito a la Agencia Tributaria que se encarga de la represión del contrabando.

Tras colaborar durante unos meses con Castellón Noticias redactando artículos sobre novela negra, decidió dar el salto y escribió Muertes de sobremesa, con la que consiguió abrirse un hueco en el difícil panorama literario contemporáneo. Con ella se inició la serie de Marcial Lisón, que continuaría después con Inspector Solo y ahora con No es tiempo de peros.

Sinopsis de la obra

Zoe Ochoa ya no es esa policía tímida que no se atrevía a mirarlo a la cara. Marcial Lisón ya ni siquiera es policía. Ambos han pagado un peaje demasiado alto por trabajar al margen de la ley. Ahora lo único que los une es una causa común: encontrar al Cazador.

Pero compartir un objetivo no los convierte en compañeros, solo en socios; unos socios que tendrán que lidiar con una relación amor-odio basada en engaños.

Para Zoe, Marcial es el mejor medio para descubrir al verdadero culpable de la muerte de su novio. Para Marcial, Zoe es la única compañía humana que no le resulta insoportable.

La búsqueda del Cazador los une en un nuevo caso, pero esta vez nada será igual. Marcial ya no tiene una placa que le impida desafiar las normas, y Zoe simplemente ha dejado de cumplirlas. Ambos iniciarán un descenso a los suburbios de Cartagena en la investigación de una trama de blanqueo de capitales que salpicará de sangre los cimientos de la ciudad.

Reseña

Tiempo de verdades

En efecto, es tiempo de verdades, de desvelar oscuras mentiras, de que caigan las máscaras con las que muchos se han estado protegiendo mientras otros recibían las balas, y las acusaciones, a pecho descubierto. Es tiempo de restañar heridas, aunque para ello haya que echar en sus bordes acíbar o alcoholes dolorosos. Es tiempo para que Marcial Lisón, o Marcial a secas, ajuste cuentas con todos aquellos que de una u otra forma han puesto su existencia patas arriba.

David Jiménez El Tito lo sabe y por eso esta novela es oscura, demoledora, ácida y peligrosa, porque así son los ajustes de cuentas. La historia de Marcial, su autor lo ha confesado varias veces, nació como una trama larga y compleja, que luego se vio fraccionada en tres volúmenes, Muertes de sobremesa, Inspector Solo y ahora No es tiempo de peros, pero estábamos ante un todo que amenazaba con devorarnos a nosotros casi tanto como a algunos de los personajes, y esta tercera y última entrega así se encarga de recordárnoslo.

Un Marcial en excedencia del cuerpo, quién sabe si permanente, una Zoe Ochoa conmocionada tras la muerte de Miralles, que se ha endurecido hasta el límite de parecerse cada vez más al Marcial que antes conocíamos, y una trama en la que van apareciendo los muertos uno tras otro, cerrando a su vez las ventanas por las que ambos policías tratan de encontrar respuestas, Marcial para rellenar los huecos dejados por el asesino del café, Zoe para darle sentido a una vida que sólo piensa en vengarse de quien acabó con Unai Miralles.

Por todo ello el lector se encuentra con una ciudad en la que la muerte y la sombra del engaño planea por cada página, en la que el pasado guarda siempre una trampa detrás de la puerta, y en la que sólo hay una criatura que vive en su pureza e inocencia, la galga Sola, el único soporte de Marcial, el único ser capaz de amar sin condiciones ni exigencias.

Esas sombras de las dos entregas anteriores son muy alargadas, Santibáñez y su viuda, los gemelos, Villanueva, que ya dejó de ser un modelo para Marcial, los recuerdos de Sasha y de Miralles, equipajes con los que Marcial y Zoe han de convivir, todo va acompañando al lector en un viaje que cada vez se asemeja más a un descenso a los infiernos, como el que lleva a cabo Marcial de la mano de la cerveza y de su desorientación sexual o sentimental.

David Jiménez El Tito ha apretado las tuercas de todas sus criaturas, y a los lectores nos exige el compromiso de aguantar el tirón, de seguir leyendo, de valorar y desterrar las pistas, nos exige el esfuerzo de acompañar a la pareja de investigadores hasta los más bajos fondos de Cartagena, para demostrarnos justo después que igual esos fondos no están precisamente en los peores lugares geográficos.

Merece la pena, y mucho, seguir el camino que se nos sugiere, que no es precisamente de baldosas amarillas, pero que necesitaremos transitar hasta su final para saber si Marcial, o Zoe, se salvan o se condenan, para saber dónde quedó el mal y a cuántos salpicó, para saber, también, si aún quedan hilos sueltos o cabos por atar. Y les aseguro que ese final no decepciona en absoluto, luego no digan que no estaban advertidos.

Texto: © Antonio Parra Sanz, 2019.

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