MAÑANA ES EL DÍA SIGUIENTE de Mario Marín por Teresa Suárez

 

Desde que escuche a Carlos Bassas, escritor al que respeto, alabar Morir es un color, última novela de Mario Marín, escritor del cual nunca había oído hablar, supe que me estaba perdiendo algo importante.

Fue como si el señor Bassas, cual Conejo Blanco (no cuesta imaginarlo con chaleco, pajarita y reloj de bolsillo), apareciera de repente en Twitter murmurando aquello de “llego tarde, llego tarde” despertando con ello la curiosidad de la Alicia que habita en mí. Sin pensármelo dos veces, lo seguí al País de las Maravillas de Mario Marín donde he pasado de lo grande a lo pequeño, de las lágrimas a la risa floja, del amor al odio y de la belleza a la náusea. Una persecución que ha desembocado en aventuras y descubrimientos que, desde entonces, me tienen totalmente fascinada…

 

Sinopsis

 

«Esta novela es una crónica del mal en estado puro. El mal como rutina. Un hombre joven y ocioso, que practica el running por vicio y que atiende el huerto de un amigo, se empecina en una discusión con un vecino y transforma su vida, como quien cría palomas o colecciona sellos, en la de un sádico cruel».

Tú, una persona corriente, caminas sobre la tierra con tus problemas y neuras a cuestas. Como cualquier hijo de vecino, hay veces que te sientes extraño a todo y todos. Otras, te crees el amo del mundo y miras a los demás por encima del hombro. Y otras, las peores, te sientes como una mierda y ves enemigos donde nunca los hubo. Tener una estructura mental más o menos rígida, hará que esos sentimientos resbalen sobre ti, sin apenas dejar huella, o aniden de mala manera en tu cabeza para robarte la paz, el descanso… y la razón.

Samuel, el protagonista de Mañana es el día siguiente, es un tío metódico, cuadriculado diría yo. El leitmotiv de su vida es el control.

Le cuesta comprometerse con las cosas, pero, cuando lo hace, ya sea con la práctica del deporte («Me dijo que corriera con él y desde entonces no he parado. Es una locura lo del footing. Como un vicio») o con el cuidado del huerto de su amigo Pedro («- Pero yo se cero de huertos. – Samu coño, eso es un rato. Te digo las cuatro cosas y luego es ir y que no se te vaya. No tiene nada. – Pero, ¿Cómo lo…?»), se entrega a ello con una minuciosidad que roza lo paranoico («Cuando Pedro me propuso atenderle el huerto, la cabeza se me fue al momento para los caminos. Correr entre los pinos. Los desniveles de los carriles, los tiempos, qué zapatillas irían mejor para la arena y para la grava, la progresión, si tendrían relleno de ripio, si los habría circulares o si me llevaría el pulsómetro Boomerang que pille del Decathlon»).

El detonante de su irracional comportamiento es una planta, los ALCAUCILES (su redondez y ternura es lo que los diferencia de las alcachofas). Bueno, no es la planta en si misma, sino su destrucción por un animal («Un perro negro estaba corriendo como un majara por mi huerta (…) Mi respiración me hacía cardenales por dentro»), lo que provoca la ira descontrolada de Samuel. Ira que deviene en asco («Una repugnancia temblona me trepó por las piernas y subió hasta mi cabeza»).

Ese asco («un pepino amargoso») lo empuja a trivializar la tortura de otro ser humano, sin pensar, más que de pasada, en las consecuencias éticas y morales de ese acto («un merecimiento alargado») que él cree de justicia.

Un hecho accidental, sirve al protagonista de Mañana es el día siguiente para justificar la banalización del mal, y a Mario Marín, autor de la novela, para instalar, en el más absoluto de los asombros, a un lector que abre los ojos como platos desde las primeras páginas y permanece con la mandíbula caída hasta la última.

Un victima extenuada y sometida («De verdad que lo siento. No sé por qué lo hago. No hiciste nada. Fui yo, se me fue de las manos»), el color («El malva te despierta contándote que los días no salen malos ni buenos, que todo es un resumen de la teoría de los contrarios»), y de fondo una ciudad («La luz de Huelva en septiembre es como la larga de un camión dándote a cuatro metros») reclamando su protagonismo.

Todo ello narrado de una manera hermosa y original, marca de la casa, que inunda de poesía cada descripción, cada sentimiento, cada suceso («Yo estaba en el borde mismo de unos riscos aguzados. Bajo mis pies, blancos y cenizas, un oleaje de cirros borrascosos. Yo era El caminante sobre el mar de nubes de Friedrich. Con una sola embestida habría podido destrozar cada uno de los hierros y con un solo golpe habría arrancado la cabeza de Fidel y que rodase veinte o treinta metros hacia abajo, donde ahora volvía a jugar otra vez Bruno»).

«Una náusea de escenario, como en La bebida amarga de Adriaen Brouwer», «un banco de niebla de Turner», «resignado como Justino de Nassau en La rendición de Breda» … Mañana es el día siguiente está poblada de referencias pictóricas y musicales (Tracy Bonham, Kate Tempest) que hacen de ella una maravillosa guía de arte.

Pero, sobre todo, Mañana es el día siguiente es una aberración, un cuento para no dormir, cuya barbarie te explota en la cara en la página 165. En la 167 te resulta difícil contener la arcada. En la 191 el desenlace te estomaga y tumba por completo.

El impacto pasa de mental a físico. Cuando llegas al final sientes auténtico alivio.

Pero no se confíen.

El horror y las ganas de vomitar continúan varios días después de haber cerrado el libro…

 

©Reseña: Teresa Suárez, 2022.

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