La pandilla de Papá Noel (alias Santa Claus) Las fiestas navideñas bajo la mira del género negro por Osvaldo Reyes

Hace un año me topé con un libro que atrapó mi atención en el acto. Se llamaba “El gordo: un cuento noir del polo norte” de Ken Harmon. Por si el título no fuera suficiente, la portada mostraba la espalda de alguien vestido con la ropa de Papá Noel (Santa Claus) en un callejón solitario, como si fuera un detective o la futura víctima de un crimen. Cuando leí la reseña, supe que tenía que comprarlo. El personaje central se llama Gumdrop Coal, uno de los duendes originales, ayudante de Papá Noel y a cargo de la brigada del carbón (la división encargada de llevar la oscura y sucia piedra, en lugar de regalos, a los niños de la lista de mal portados de su jefe). Vive en el polo norte, que dista mucho de ser el lugar feliz que nos imaginamos. Varios de los duendes son aficionados al ron ponche más de lo necesario. Otros están amargados. Gumdrop está furioso y con razón. Tras siglos de esfuerzo es despedido y enfoca sus deseos de venganza en los padres de los niños que están en la lista de los mal portados (por hacer su trabajo tan difícil al no cuidar la educación de sus retoños). Lo malo es que uno de ellos es asesinado (alguien le sacó un ojo con un rifle de balines), y Gumdrop parece ser el principal sospechoso, obligándolo a huir y a tratar de descubrir quién lo está embaucando y por qué.

Lo sé. Varios de ustedes, para este punto, están deseando que termine de escribir para poder entrar en su portal favorito y ordenar el libro. No los culpo. Yo lo hice. Me encantaba la idea de la sátira

y darle un enfoque noir me sonaba genial. Empecé a leerlo y lo disfruté… hasta llegar al final. Aquí la sátira desapareció y se convirtió en una lección moral sobre la importancia de la Navidad. No estuvo tan mal como suena y la parte de la resolución del crimen fue bien desarrollada, pero no era lo que esperaba. No era lo que quería.

Al terminarlo me dediqué a considerar la vida desde la perspectiva de una historia con gran potencial, desperdiciada por no querer empujar los límites un poco. Después de cinco minutos, dejé de perder el tiempo y acepté que las historias son lo que son. Sin embargo, la experiencia me hizo considerar una pregunta: ¿Por qué la fascinación con la idea?

Cuando escuchamos la palabra “Navidad”, muchas imágenes pueden llegar a nuestra cabeza y, quitando algunas excepciones, la mayoría de ellas son placenteras. Es por eso que relacionar las fiestas de fin de año con el mal y la oscuridad, puede parecer chocante o hasta repulsivo, pero la realidad de los números fríos no nos permite mentir. Para estas fechas, a nivel mundial, las tasas de crímenes se incrementan un 30% y no se requiere ser un vidente para saber cuál es el delito más frecuente. Hay mucho dinero en circulación y las personas, persiguiendo el regalo perfecto para todo un ejército de familiares y amigos, se tornan más descuidadas. Los ladrones saben que solo tienen que estar preparados. La oportunidad se presentará tarde o temprano, principalmente si las fechas caen un fin de semana y, sobre todo, si es de noche.

No es de extrañar que, por esa misma razón, el género negro vea la Navidad con ojos ansiosos. Si revisan el portal de Goodreads, encontrarán que hay más de 350 libros cuya temática gira alrededor de crímenes navideños (y eso que no estoy incluyendo películas, que suman su par de metros de celuloide). Como todo en la vida, existen ciertos clásicos que merecen ser recordados.

Uno de los primeros ejemplos tiene que ser “El carbunclo azul” de Sir Arthur Conan Doyle (1892). En esta historia, Watson va a visitar a su amigo Holmes la mañana del 25 de diciembre y lo

encuentra estudiando un viejo sombrero. El artículo, junto con una oca de buen tamaño, le fue llevado por el inspector Peterson de Scotland Yard. El dueño huyó de la escena de una pelea, tirando la oca y él quiere regresársela. Como el animal está pronto a dañarse, Holmes le sugiere que él se lo coma y después verán como le pagan de vuelta al desafortunado, una vez lo localice. Para su sorpresa, Peterson regresa poco después y le informa que su esposa encontró, mezclado con las vísceras del animal, un carbunclo azul (el carbunclo es otra forma de llamar al rubí. Técnicamente, es un corindón. Los de color rojo, blanco y gris son los rubíes y los de colores fríos, zafiros). La joya, una piedra robada a una condesa unos días antes. Ya la policía tenía un sospechoso, pero Holmes concluye que no puede ser el responsable y empieza una carrera por las calles de Londres, buscando de dónde salió esa oca. Al final localiza al responsable, pero como es Navidad, lo deja irse en libertad, a sabiendas de que el falso culpable saldrá libre por falta de evidencias. No es una conducta propia de él, pero el deseo de irse a comer su propia oca tal vez tuvo algo que ver en la decisión, por encima del espíritu navideño.

La idea de esconder joyas en la comida de navidad se repite en 1960, solo que esta vez el afortunado es Hércules Poirot. En “El pudding de Navidad”, uno de los relatos de una colección de seis, lo encontramos envuelto en una intriga internacional. Un príncipe, en una última juerga antes de casarse, trata de impresionar a una joven con un famoso rubí de la familia, solo para ser víctima de un robo a mano de la dama en cuestión. Para evitar el escándalo y ayudar a un aliado, el gobierno inglés contrata a Poirot para que recupere la piedra con la mayor discreción posible. El famoso detective belga no quiere ir. Su excusa inicial es que la Navidad es una fiesta para niños y que los belgas celebran es el año nuevo. La verdadera razón es que no quiere abandonar la comodidad de su apartamento. La idea de aceptar la invitación y pasar una “navidad inglesa a la vieja usanza” es abominable, pero al final acepta solo cuando le garantizan que la mansión en la

que se va a quedar está adaptada a los tiempos y cuenta con calefacción central. Poirot llega a la mansión, recupera el rubí, que los ladrones habían tenido que esconder en uno de los dulces de navidad. Con la ayuda de uno de los huéspedes y algo de teatro, desenmascara a los responsables, quienes logran huir. En esta ocasión, los culpables no huyen gracias al espíritu navideño de Poirot, sino porque uno decide dejar al otro pagando las consecuencias del robo y escapa. La dama que robó el rubí, al verse abandonada y sin su premio, escapa también, lo que le conviene a Poirot, para no tener que dar explicaciones a la policía y así mantener el anonimato de todo el asunto. Esta historia, aunque parece repetir ideas ya exploradas, tiene un detalle que encontré, en su momento, fascinante. Agatha Christie nos lleva, por medio de sus palabras y las andanzas de Poirot, a una cena navideña tradicional de la campiña inglesa. El festejo empezó a las dos de la tarde e incluyó una sopa de ostras, dos enormes pavos y el pudding de navidad, un pastel de ciruela, que Poirot acompañó con salsa de mantequilla y coñac, y que escondía en su interior diversos objetos que debían pronosticar el futuro del afortunado. En el caso del detective, le tocó el botón del soltero, algo que Agatha Christie, que ya sabía como terminarían los días de Poirot, planeó con total alevosía. Que se lo profetizara un día de navidad era solo la cereza en el pastel.

No fue la única de sus obras que se desarrolló para estas fiestas. Decidió poner a Miss Marple en un predicamento similar en “Tragedia navideña”, uno de los relatos de “Miss Marple y trece problemas”. Es una muy curiosa colección de cuentos que disfruté releer para escribir este artículo. En el cuento que les mencionaba, Miss Marple se encuentra en Kenton Spa, un balneario hidrotermal, para pasar los días libres. Desde su llegada, ya las cosas no pintan bien. George, el jefe de porteros, murió el 21 de diciembre y al día siguiente, una de las mucamas, de una infección en un dedo. Como era de esperar, un tercer crimen ocurre. Uno donde Miss Marple sospecha está involucrado el esposo de la víctima, quien tuvo una idea casi perfecta. Para su infortunio, Miss

Marple ve un error en su plan, logra desenmascararlo y ayuda a la policía para que se haga justicia. El asesino termina colgado en la horca y descubrimos que la apacible viejecita que reside en St. Mary Mead es una fiel creyente de la pena de muerte y completamente inmune al espíritu navideño.

La Dama del Crimen escribió una tercera obra centrada en la navidad, pero esta vez le dedicó todo el largo de una novela y subió el nivel de violencia. “Navidades trágicas” (1938) es su novela más sangrienta, sin que eso implique que la sangre cae de las letras como copos de nieve. Según la autora, su cuñado James se quejó, en alguna ocasión, que los asesinatos que aparecían en sus libros eran “demasiado refinados” y que todo lo que quería era “un buen crimen violento con mucha sangre”. Agatha Christie, en la dedicatoria, cuenta esta historia y agrega las siguientes palabras, dirigidas a él: “Esta es tu historia especial… escrita para ti”. El perfecto regalo navideño para su cuñado, si me preguntan.

Regresando a la trama de “Navidades trágicas”, es un clásico de Christie. Una familia disfuncional llena de resentimientos contra el patriarca, Simon Lee. Después de una cena de navidad, organizada por el señor Lee para humillar a sus hijos y, tras anunciar que al día siguiente cambiaría su testamento, el buen hombre se refugia en la biblioteca. Horas después, el silencio de la noche es cortado por los gritos de una pelea, acompañados de alaridos propios de algún animal. La puerta está cerrada y, tras forzarla, se encuentran el cuerpo del señor Lee tirado en el piso, el cuello cortado y sangre por todas partes. Como prueba del amor que le tienen sus familiares, una de sus nueras comenta al ver el cadáver (y citando a Shakespeare): “¿Quién pensaría que el viejo tenía tanta sangre dentro?”

En esta novela vemos otro atisbo del interior de la mente de Hércules Poirot, quien estaba visitando al coronel Johnson cuando es llamado a investigar la escena del crimen, y de su visión de la Navidad. Durante la cena en casa del coronel, justo antes de recibir el aviso del asesinato, Johnson

bromea que, por estar en Navidad, con todo lo de “paz y buena voluntad”, no hay peligro de que lo llamen para resolver algún asesinato. Poirot discrepa y se torna filosófico, lo que se evidencia con claridad en el siguiente diálogo:

-El ambiente navideño es de buena voluntad, ¿no? Se olvidan viejos rencores, se reanudan las amistades, aunque sea temporalmente.

Johnson asintió.

-Se entierra el hacha de la guerradijo.

-Y las familias que han estado separadas durante todo el año, se reúnen. Por lo tanto, mon ami, deberá reconocer que la tensión nerviosa de muchas de estas personas será muy elevada. La gente que no siente buena voluntad deberá esforzarse en aparentar lo que no siente. En Navidad abunda mucho la hipocresía. Hipocresía honorable, hipocresía utilizada pour le bon motif, c’est entendu, mas no por ello dejará de ser hipocresía.

Creo que podemos concluir que Poirot no es fanático de las fiestas navideñas, sobre todo porque hacen su vida mucho más complicada de lo que ya es.

Ahora, si un detective con el temperamento de Hércules Poirot tiene esta visión de la Navidad, ¿qué podemos esperar del otro lado del Atlántico, con personajes cínicos y con tendencia al alcoholismo, como Spade, Marlowe y Hammer?

La respuesta no demoró en llegar de la boca de Phillip Marlowe, guiado por su creador Raymond Chandler. En “El largo adiós” (1953), mientras Marlowe investiga el suicidio de su amigo Terry Lennox, el detective considera el impacto del mes en sus contemporáneos. California lo recibe una semana después del día de Acción de Gracias, lo que sitúa a Marlowe, mientras camina por Hollywood Boulevard, en los primeros días de diciembre. Su visión de la avenida muestra su percepción de las festividades.

Los negocios situados a lo largo del Hollywood Boulevard estaban comenzando a llenarse

con la quincalla de Navidad, marcada a precios siderales, y los periódicos habían empezado a chillar sobre lo terrible que sería si uno no hiciera a tiempo las compras de Navidad. De todas formas, sería terrible; siempre lo es.

Tal vez la idea se le ocurrió a Chandler después de ver la adaptación en el cine de “La dama en el lago” (1947). La Metro-Goldwyn-Meyer contrató a Robert Montgomery para dirigir la película y hacer el papel de Marlowe (su rostro solo se ve tres veces en toda la película, ya que fue filmada desde el punto de vista del detective, para darnos la impresión de ser los muñequitos animados de “Intensamente”, montados en la cabeza de Marlowe). El libro se desarrolla en la primavera, pero Montgomery la movió para diciembre. Los créditos iniciales son presentados en tarjetas de navidad con las notas musicales y voces de Gloria in excelsis deo de fondo. Al mover la última, se revela una pistola (después de todo, es una película noir). No es el único cambio en la trama, ya que el guion inicial de Chandler fue modificado por Steve Fisher y el resultado final hizo que Chandler pidiera que su nombre no saliera en la película. Ver a tu hijo de papel convertido en un experimento cinematográfico y a tu personaje favorito representado por alguien que se pasa ladrando órdenes toda la película, tiene que arruinar la Navidad de cualquiera.

La recepción de la película no fue buena y Montgomery no volvió a dirigir con MGM, pero a alguien le gustó, porque unos años después volvería a resurgir la idea. No la de filmar la película desde el punto de vista del detective, sino la de mover una trama criminal a Navidad, solo por el efecto visual o emocional que tendría en el público. Cuando “Yo, jurado” de Mickey Spillane salió publicado en 1947, trayendo a la vida literaria al detective Mike Hammer, fue recibido con las críticas que se esperaban de una novela de corte duro, donde la violencia abunda y los problemas se resuelven a punta de puño y pólvora. Sin embargo, para cuando se adaptó al cine en 1953, ya

había vendido más de tres millones de copias. En el libro nunca se especifica mes o año. Solo sabemos que la víctima, Jack, fue compañero de Hammer durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que debió ocurrir entre 1945 y 1947 (cuando salió publicado). No se menciona la Navidad o ninguna otra fiesta, pero la escena inicial presenta a Hammer entrando en una habitación, mientras se quita el sombrero para sacudir las gotas de lluvia que tiene encima. Considerando que Hammer trabaja en Nueva York y verificando el reporte del tiempo de esos años, la historia se tuvo que desarrollar a más tardar octubre y no se extendió a diciembre, ya que no se menciona nieve en ningún momento. Siendo ese el caso, sigo sin comprender por qué el director decidió mover toda la historia para Navidad, excepto por darle ese factor chocante que mencioné al inicio (o porque le gustó “La dama en el lago”). La película de 1953 presenta los cambios de escenas con imágenes al estilo de tarjetas de navidad y los primeros segundos de la película, antes de que el asesino le dispare a Jack en el abdomen, son con las voces de un coro cantando “Hark! The Herald Angels Sing” (una típica canción navideña que, por pura curiosidad y considerando que en el fondo hablamos de libros, fue una adaptación de la Gutenberg Cantata de Felix Mendelssohn, escrita para celebrar los 400 años de la construcción de la imprenta).

Ya que estamos en modo cinematográfico, hay un clásico noir que refleja de una manera muy visual lo que estamos discutiendo. La película es de 1961 y se llama “Blast of silence” (un golpe de silencio). Fue escrita y dirigida por Allen Baron, mejor conocido por escribir cientos de guiones para éxitos de la pantalla chica como Cagney & Lacey, los Dukes of Hazzard y los Ángeles de Charlie. No solo eso, sino que es el actor principal, haciendo el papel de Frankie Bono, un sicario que se ve forzado a regresar a su ciudad natal (Nueva York) en Navidad para eliminar a un mafioso de apellido Troiano. En una de sus solitarias caminatas por las calles, mientras ve las luces de los escaparates, piensa: “Mis manos se ponen frías al recordar la Navidad…recordando otras

navidades. Pegando la nariz a los vidrios de las tiendas hasta que te duele la cabeza. Deseando algo, pero ¿qué? ¿Patines, bicicletas, juegos? Nada de eso. Algo más. Más grande, más importante. Especial.” El regalo que ansía le llega en la última escena, cuando, a pesar de cumplir su objetivo, es traicionado por su supervisor y cae en una emboscada. Sus últimos pensamientos, mientras muere en un lodazal a las orillas del río, son: “Dios se mueve de maneras misteriosas, dicen. Tal vez Él está de tu lado, de la forma como terminó todo. Recordando otras navidades, deseando algo importante, algo especial. Y aquí está, Frankie Bono. Estás solo. Los gritos han cesado. Ya no hay dolor. Estás de vuelta en casa. De vuelta en el silencio frío y oscuro”.

Aunque menos dramático, y regresando a los libros, “El hombre delgado” de Dashiell Hammet también se desarrolla en la Navidad (1932), pero más que nada para ambientación. No hay sarcasmo ni cinismo de parte de Nick Charles, a quien le tocará investigar la desaparición de un excéntrico inventor llamado Richard Wynant. Su actitud despreocupada a lo largo de todo el caso, que lo pondrá en contactos con ladrones, policías corruptos y la disfuncional familia Wynant, se puede deber a que está felizmente casado con Nora (quien lo ayuda en la investigación ocasionalmente) o a la gran cantidad de alcohol que ingieren a lo largo de todo el libro, a pesar de estar en los últimos días de la Prohibición. Sea cual sea el caso, “El hombre delgado” empieza con las palabras: “Me inclinaba sobre una silla en el bar clandestino de la calle 52, mientras esperaba que Nora terminara con sus compras navideñas, cuando una chica, que estaba sentada en otra mesa con tres personas más, se levantó y se acercó”

Como estamos hablando del lado oscuro de la Navidad, no puedo dejar de mencionar a James Ellroy y a su gran obra “L.A.Confidential”, la tercera novela del cuarteto de Los Ángeles. Ambientada en la década de los cincuenta, sigue una trama de corrupción, prostitución y pornografía en Hollywood, posterior a la masacre en un café llamado “Nite Owl”, una adaptación

de un crimen real que los periódicos llamaron “Navidad sangrienta”. El evento real, una golpiza propinada por la policía de Los Ángeles a siete prisioneros el 25 de diciembre de 1951, se ve reflejado con el realismo característico de Ellroy. Como era de esperar, alguna descripción habría de la Navidad y el autor se la cedió al policía Bud White (para aquellos que vieron la película, es el personaje que hace Russell Crowe). Siendo James Ellroy, las palabras no podían ser presentadas de otra forma.

Bud White esperaba en un carro sin marcas, observando el “1951” parpadear en la punta del árbol de navidad del ayuntamiento. El asiento trasero estaba lleno de licor para la fiesta del precinto. Había extorsionado comerciantes todo el día. La noche del 24 y la Navidad era para los solteros solamente. Los detectives del cuartel central estaban en la calle, recogiendo a los indigentes. El jefe quería a todos los borrachos y locos bien calmados, para que ninguno se fuera a colar en la fiesta para niños desprotegidos del alcalde Bowron a robarse las galletas. El año pasado un negro loco se había sacado el pito, había orinado en la limonada preparada para unos huérfanos mocosos y le había dicho a la señora Bowron “Móntate, perra”. La primera orden navideña de Parker, como jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles, fue llevar a la central a la esposa del alcalde para que la sedaran. Ahora, un año después, él estaba pagando el precio.

No puedo terminar este recorrido a bordo del trineo de Papá Noel sin mencionar “El gran libro de los misterios navideños”, editado por Otto Penzler (ganador de un premio Edgard por “La Enciclopedia del Crimen y la Detección” – 1977). Cuenta con sesenta historias de misterio ambientadas en la Navidad, creadas por reconocidas plumas como Mary Higgins Clark, Isaac Asimov, Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Ngaio Marsh, G.K.Chesterton, Rex Stout, Robert Louis Stevenson, Ed McBain y Donald E. Westlake. Incluye algunos de los clásicos que mencioné previamente (El pudding de navidad, Tragedia navideña y el Carbunclo azul) y otros que no

mencioné, pero merecen ser leídos (si les gusta la mezcla de misterio y comedia, hay toda una sección titulada “Una pequeña y divertida Navidad”, que empieza con “El ladrón y el qué es eso” de Westlake).

Dicen las leyendas que, en algún lugar del polo norte, Papá Noel y sus duendes están en pleno apogeo creando los regalos que repartirán antes del amanecer del 25 de diciembre. Tratar de llevar felicidad a todo el mundo tiene que tener su efecto tarde o temprano hasta en la psique más equilibrada (¿han tratado alguna vez de estar feliz todo el día, aunque sientan ganas de sacar un lanzallamas y ponerlo a buen uso?). Fue esa premisa la que me atrapó en la historia de “El gordo: un cuento noir del polo norte” y la razón por la que el género recurre a las fiestas para mostrarnos el lado oscuro de la mente humana. Me puedo imaginar al Krampus, la versión maligna de Papá Noel, en los meses donde no tiene que planear como castigar a los niños que se portan mal, sentado en la sala de su casa, con una taza de chocolate caliente en una mano y un libro en el regazo. Detrás de él, un librero lleno con todas las historias que acabo de mencionar.

Y a su lado, Papá Noel y toda su pandilla haciéndole compañía.

 

©Artículo, Osvaldo Reyes, 2019.

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