La mujer amarga del noir japonés por Ana Arroyo

Tengo la sospecha de que las obras japonesas a menudo se entorpecen durante la traducción. Pero es eso, una sospecha y no tengo la autoridad para aseverarlo, a decir verdad, ni la traducción ni la escritura en sí es lo primero que me lleva al género del noir japonés. Es la atracción emocional que acecha bajo el texto aparentemente plano, así como la notable proliferación de autoras que, dentro de parámetros tradicionalmente masculinos, se han afianzado en la escritura de narraciones más oscuras. Por ejemplo, Natsuo Kirino, autora por excelencia del noir feminista japonés, ha tocado la fibra sensible en Japón, y lo que la distingue no es su estilo literario sino lo que expresa.

En su novela “Grotesco”, una ama de casa ayuda a desmembrar el cuerpo de un esposo infiel, una empleada de oficina trama un asesinato sin rastro y un grupo de colegialas ayuda a un paria de la escuela secundaria a escapar del arresto por matricidio. No se obtiene ningún beneficio de sus estereotipos; son demasiado mórbidos, demasiado poco atractivos, demasiado jóvenes para ser tomados en serio o demasiado viejos para ser socialmente deseables. Sus historias son generalmente ignoradas, y sus voces generan desprecio. En paises occidentales atraen las historias de horror o violencia que expresan otras inquietudes, pero no tenemos tanto interés en los antihéroes femeninos. Existe una línea fina pero definida entre el asesino en serie que encabeza un show de cable premium y las fantasías retorcidas de una mujer inmersa en una vida de ambiciones frustradas.

Este es un lado de Japón que a menudo no se muestra: la vida de las mujeres que no son hermosas o infantiles, las que no pueden permitirse el lujo de depender de nadie, quienes trabajan al margen de la sociedad y esperan el futuro más sombrío. Existe una barrera más resistente para las mujeres que no son víctimas indefensas ni mujeres sensuales fatales. Tienen un papel diferente: la mujer amargada.

El resentimiento se clasifica como hostilidad hacia otro grupo, un grupo privilegiado percibido como responsable de los sentimientos de impotencia o inferioridad. El sentimiento es crónico, indirectamente expresado, amargo. Desea igualar la balanza derribando a otros.

Al igual que en “Grotesco”, en “La sombra del Kasha” de Miyuki Miyabe se presenta un conjunto gemelo de asesinatos, ambos cometidos por mujeres motivadas por su movilidad financiera limitada: una agobiada por la economía crediticia de Japón y la insistencia legal en los lazos familiares, la otra por la dependencia de los ingresos de su marido.

Y es que hay un tema común en todas las novelas noir japonesas: una estructura social ineludible, una sensación de inevitabilidad respaldada culturalmente, y una sensación de ser el clavo sobresaliente que está afilado. En lecturas más amplias, este tipo de descontento no se limita a las mujeres japonesas. Algunos pueden ser más vulnerables a este sistema que otros, pero para mantener desequilibrios de clase tan vastos, nadie puede ser inmune. Y el asesinato, en un sistema que fomenta el rencor, es una represalia tentadora.

Las mujeres del noir japonés de hoy tienen una energía oscura y arremolinada que las hace imposibles de dejar de lado. Retenido, su rencor se multiplica por diez y es arrojado al mundo en breves y violentos estallidos cuyos efectos reverberan; pero la sociedad, como siempre, se niega a reconocer esta corriente subterránea hirviente. Las cosas en la oscuridad se dejan en la oscuridad, e incluso aquellos que están en sus oficinas limpias y casas caras sufren por ello.

Pero la mujer amarga del noir japonés no cree que la ira de Dios castigue a los privilegiados. Ella también reconoce su propia inmundicia y sostiene que no le importa; ella no cree en una derrota moral definitiva y no lucha por una. No hay, en última instancia, un clímax moral, ninguna llamada de atención a algo como justicia o piedad. Está satisfecha de ser un cáncer para la sociedad únicamente por permanecer viva y venenosa. Ella es su espejo oscuro, sino divino, al menos eterno.

No hay apegos emocionales. Cualquier otra cosa pertenece a otro mundo, ese mundo aparentemente brillante y feliz al que no se le permite ingresar, y al que finalmente se le niega por completo. Acostumbrada a su existencia combativa, la mujer amarga crece interiormente cada vez más distorsionada, cada vez más aislada. Si el mundo no se preocupa por ella después de todo, entonces no hay razón para que ella se preocupe.

 

©Artículo: Ana Arroyo, 2019.

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