Divorcio literario por Osvaldo Reyes

 

Divorcio literario

Cuando los autores odian a sus personajes

Osvaldo Reyes

 

¿Qué tienen en común un cerdo llamado Napoleón, la enfermera Mildred Ratched y la maestra Agatha Trunchbull? Estoy seguro que, aunque no hayan leído los libros en los cuales aparecen estos personajes ficticios, han escuchado de ellos o los han visto en alguna película. Napoleón es un feroz puerco de Berkshire, el antagonista de “Rebelión en la granja” de George Orwell; Mildred Ratched es una sádica enfermera a cargo de los pacientes mentales de un hospital psiquiátrico de Oregon en “¿Quién voló sobre el nido del cuco?” de Ken Kesey y la señorita Trunchbull es la abusiva directora de la escuela primaria Crunchem Hall, quien aparece en la novela “Matilda” de Roald Dahl.

            ¿Alguna idea? Bueno, están entre los personajes ficticios más odiados de la literatura. Es muy difícil leer de ellos, ver sus andanzas y simpatizar de alguna forma con su actuar. Sin embargo, está en manos del lector formarse una opinión y apoyar a quiénes ellos quieran. El propósito de este artículo no es hablar sobre los intereses emocionales de los lectores, sino de los creadores. Por ejemplo, en la versión original de “Matilda”, la pequeña Matilda Wormwood, un genio con un pequeño gusto por hacer travesuras en respuesta a la indiferencia de sus padres o maestros, pero con un gran corazón, no era como la recordamos ahora. Era una abusadora que aterrorizaba con sus poderes a sus padres y profesores. Era tan mala que muere al final del libro. Cuando Roald llegó a este punto se dio cuenta de que la historia no funcionaba y la volvió a escribir, dándole a Matilda los atributos por los que millones de lectores la adoran y dándole a la directora Trunchbull el papel de villano en el libro.

            ¿Por qué Roald consideró que era mejor que Matilda fuera buena? Nunca lo sabremos, simplemente fue su percepción, pero aun en su estado larval, el autor supo que Matilda, como la había creado, tenía que morir. La cambió, la hizo adorable y la dejó así. No la utilizó en otro libro y aunque otros escritores han querido imaginarse a Matilda de adulta, el consenso general es que la preferimos inocente, como la niña de seis años que termina adoptada por su maestra favorita al final del libro.

            Otros autores no han tenido tanta suerte, considerando que la Divina Providencia te da, pero a un precio. ¿Se imaginan ser un autor famoso, adorado por miles de personas, sus personajes formando parte del imaginario de lectores de todas las razas y edades? Ahora, imaginen que, para tener este deseo, deben escribir usando el mismo personaje una y otra vez. Un personaje que, en lo particular, detestan, pero del cual no se pueden liberar porque es la clave de su éxito.

            Stephen King los puede ayudar a vivir parte de la experiencia. Tan solo tienen que sumergirse en el mundo de “Miseria”. El famoso escritor de novelas románticas Paul Sheldon termina su último manuscrito en su refugio en las montañas y camino a casa, se estrella y termina bajo el cuidado de Annie Wilkes, quien se presenta como su fanática número uno. No pretendo contarles la trama, pero en términos generales lidia con la obsesión de los lectores por los personajes creados por un escritor. Para ellos son tan reales que verlos sufrir es como lastimar a un ser querido. Lo que no pasa desapercibido, oculto bajo las capas de desventuras de Sheldon, es su odio visceral por su creación Misery Chastain, el personaje ficticio con el cual Annie Wilkes está obsesionada. Sheldon detesta a Misery, a pesar de ser la fuente de toda su fortuna. Como dice el autor (Sheldon) considerando sus sentimientos por Misery:

Si Misery Chastain hubiese sido una persona real, tal vez la policía le hubiese pedido cuentas a él. Después de todo, él tenía un motivo, la odiaba. La había odiado ya desde el tercer libro. El día de Inocentes, cuatro años atrás, había hecho imprimir un pequeño folleto y se lo había enviado a una docena de amigos. Se titulaba El hobby de Misery. En él, Misery se pasaba un alegre fin de semana en el campo tirándose a Growler, el setter irlandés favorito de Ian.

 

Al final, Sheldon no soporta más y decide matar a Misery. La trama lo atrapa en el punto cuando este libro no ha salido publicado y le toca ver la emoción en la cara de Annie Wilkes al tener su ejemplar, temiendo lo que pasará cuando descubra que su querido personaje muere dando a luz. Es solo uno de los tantos elementos de tensión que King nos deja en este libro, que debería formar parte de las bibliotecas de todos los escritores o aspirantes a serlo. Un recordatorio del precio de éxito.

King sabe de lo que estaba escribiendo, pero no es el único autor que ha tratado de liberarse de un personaje exitoso. Uno de los ejemplos más conocidos es Sir Arthur Conan Doyle, quien consideraba que su famoso detective Sherlock Holmes lo estaba frenando, ya que no consideraba que el género detectivesco le diera el prestigio que obras más académicas le podrían conseguir. Escribir cuentos de Holmes se convirtió en una labor agotadora, por lo intricado de las tramas, por la desidia que sentía sobre ellas y por la presión de sus editores, que querían más historias del gran detective. Cuando su paciencia llegó al límite, escribió “La solución final” y enfrentó a Holmes contra su archienemigo, el profesor Moriarty. Publicada durante las fiestas navideñas de 1893, miles de atónitos lectores recibieron como regalo de Papá Noel la noticia de que Sherlock Holmes moría peleando contra Moriarty, posiblemente despeñándose por la cascada de Reichenbach (Berna, Suiza). Con esto, Doyle pensaba haberse liberado de su creación, pero nada más lejos de la realidad. La respuesta de los lectores fue impresionante. Relatos de la época describen a los británicos llevando cintas negras en los brazos, en señal de protesta y luto. Doyle podía lidiar con esto, hasta que las cosas se volvieron físicas y una mujer lo atacó con un paraguas por atreverse a matar a Holmes. Doyle se rehusó en un principio en ceder a la presión popular, pero ocho años después ve la luz el que es considerado uno de los mejores relatos de Holmes: “El sabueso de los Baskerville”. Holmes seguía muerto en la mente de Doyle, por lo que la historia se desarrolla antes de los eventos de “La solución final” y casi todo es narrado desde la perspectiva de Watson. Si fue el dinero generado por esta nueva entrega, la presión del público o de los editores, el punto es que Doyle publica dos años después “La aventura de la casa vacía”, que marcó el triunfal regreso de Holmes, quien en la historia revela que sobrevivió a su enfrentamiento con Moriarty y que se ha mantenido en el anonimato por tres años, viajando por el mundo. Así, Sir Arthur Conan Doyle se vio obligado a regresar con su creación, para seguir usándolo hasta el día de su muerte. Trató de jubilarlo en 1903, cuando lo retiró a Sussex a estudiar filosofía y a criar abejas, pero aun allí los casos lo alcanzaron, obligándolo a salir de su merecido descanso, como por ejemplo en “El caso de la melena del león” (1907).

No sabemos si Doyle logró reconciliarse con Holmes o fue un matrimonio forzado por las circunstancias, el equivalente a una pareja que sigue junta por el bienestar de los hijos, pero creo que las nuevas generaciones de lectores que han descubierto a Holmes deben conocer las vicisitudes que moldearon su futuro y el de sus libros.

Otra escritora que pasó por una experiencia similar fue la Dama del Crimen, Agatha Christie con una de sus creaciones más conocidas, el detective belga Hercule Poirot. Poirot fue el detective de su primer libro publicado (El misterioso caso de Styles – 1920) y el éxito de su creación la llevó a seguir usándolo. Sin embargo, las peculiaridades de su personalidad que lo incrustaron en la mente de sus lectores (su egocentrismo y mezquindad, solo para citar algunos), eran precisamente las razones por la que Agatha Christie empezó a detestar a Poirot. ¿Qué tan grande fue este desprecio? Bueno, si sirve de patrón de comparación, en 1940 escribió “Telón”, el último libro de Poirot, donde mata al famoso detective. Ahora, esta relación de amor-odio con Poirot la llevó a guardar la novela en una bóveda por más de treinta años y solo permitió su publicación cuando sintió que su carrera llegaba a su fin (algunos estudios sugieren que empezaba a presentar signos de Alzheimer). Pudo publicar el libro apenas lo escribió, pero prefirió guardarlo. Si era porque la relación podía ser salvada en su mente (usando las analogías matrimoniales, dándole la oportunidad a un terapista de parejas) o porque prefería evitar pasar por la experiencia vivida por Sir Arthur Conan Doyle cuando mató a Holmes, es uno de los tantos misterios que Agatha Christie se llevó a la tumba.

            Estos son solo algunos de los muchos ejemplos que existen de divorcios literarios (o intentos de asesinato, dependiendo de cómo quiera verlo). Una pequeña muestra del lado oscuro del éxito. Tan solo espero que todos los escritores aquí presentes lo recuerden la próxima vez que su personaje se salga de control o su actuar los hastíe al punto de querer enterrarlos para siempre. Es su decisión provocarles un infarto fulminante en el momento más inoportuno, pero recuerden que la última palabra la tienen los lectores.

            Si es lo que sienten deben hacer, solo les pido que lo piensen muy bien. Los zombis nunca son buenos compañeros de viaje.

 

©Artículo: Osvaldo Reyes, 2022.

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