Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer por Teresa Suárez

 

Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer

 

«Hay delitos que siempre y en todas partes, según todas las leyes posibles, se consideran desde el principio del mundo crímenes indiscutibles y así serán considerados mientras el hombre sea hombre. Solo en presidio escuche historias de los actos más horribles y antinaturales, de los asesinatos más monstruosos, contados con la sonrisa más irresistible y más infantilmente alegre», Dostoyevski, Memorias de la casa muerta.

 Monster: The Jeffrey Dahmer Story, creada por Ian Brennan y Ryan Murphy, cuenta la historia de uno de los asesinos en serie más famosos de Estados Unidos y de cómo la policía, según demostró la investigación posterior, había tenido numerosas oportunidades para atraparlo antes de su última escalada criminal («En 1988, por ejemplo, un joven laosiano pudo escapar de su apartamento. Dahmer le había llevado allí con la promesa de hacerle unas fotos a cambio de dinero, y luego había intentado drogarle hasta dejarlo inconsciente. Dahmer, con antecedentes de delitos relacionados con el alcohol, fue condenado entonces por agresión sexual en segundo grado. Estando en libertad bajo fianza en espera de la condena, cometió otro asesinato. Cuando se dictó sentencia, en lugar de recluirle en la cárcel, se le impuso una condena de un año de prisión en régimen semiabierto y la obligación de asistir a un cursillo sobre alcoholismo»).

Según he leído, Murphy, en diferentes ocasiones y diferentes medios, ha defendido que su intención ha sido contar la historia del Caníbal de Milwaukee desde la perspectiva de las víctimas. Puede que fuera así, no lo discuto, pero, tras ver los diez episodios que componen la serie, creo que no lo ha conseguido.

Capítulo a capítulo, vamos conociendo los asesinatos que cometió Dahmer, tanto en Milwaukee como en los alrededores de la casa donde transcurrió su infancia («Criado en una familia de clase media de una pequeña ciudad de Ohio, Dahmer solo tenía dieciocho años cuando mató por primera vez: fue en 1978, cerca de su casa de Bath»), así como los nombres de algunas de las víctimas («Transcurrieron ocho años antes de que sintiera la necesidad de matar de nuevo, pero luego la frecuencia de los crímenes se aceleró: uno en 1986, dos en 1988, uno en 1989, cuatro en 1990 y ocho en 1991. Finalmente, un joven de color, llamado Tracy Edwards, logró huir de él y para a un coche de policía para que le ayudara a quitarse las esposas con las que Dahmer le había inmovilizado»).

Entiendo que la truculencia de los crímenes aconseje no explayarse en imágenes cuya visión («cuando, finalmente, en el verano de 1991, le detuvieron, al principio intentó negar sus crímenes, pero, el cúmulo de pruebas encontradas (…) le hizo cambiar de idea (…) No solo confesó el asesinato de los jóvenes, sino una serie de prácticas espantosas que incluían copulación con los cadáveres, canibalismo y prolongadas torturas»), morbosos aparte, lo único que puede lograr es herir la sensibilidad de quienes las están viendo, provocando, con ello, un rechazo total hacia la serie.

Empeñada en evitar lo anterior, y a través de saltos en el tiempo, la serie nos va mostrando las diferentes etapas en la vida de Dahmer: cómo fue su relación con compañeros de colegio, profesoras y, especialmente, su abuela y padres.

En mi opinión, mezclar en la narración los momentos más aberrantes de Dahmer con escenas que muestran la frialdad de su madre, sus infantiles intentos de agradar a su profesora o la búsqueda de la aprobación paterna, ha envuelto a la serie en un halo romántico que ha contribuido, mucho me temo, a que el monstruo no sea percibido como tal todo el tiempo, sino que empuja al espectador a creer que tal vez, solo tal vez, el rechazo de su madre, el abandono durante un año de su padre, el alcoholismo y los problemas de identidad generados por su no reconocida homosexualidad, tuvieron la culpa de que Jefffrey terminara haciendo lo que hizo. Algo así como que, el pobre no podía evitarlo («Me interesé por sus intentos de convertir a los muchachos en zombis practicándoles orificios en la cabeza (con un taladro) e inyectándoles acido suave en las cavidades del cerebro con una jeringa de cocina. Su propósito era matar el intelecto de la víctima y conservar el cuerpo vivo y obedientes. Tales actos son, a mi parecer, la expresión definitiva de la incapacidad de Dahmer de relacionarse normalmente con otros seres humanos»).

No soy la única que piensa así.

De hecho, el propio Lionel Dahmer de 86 años, su padre, muy descontento con Netflix, a quien, según han revelado algunos medios americanos, se está plateando demandar, ha asegurado que «todo se ha embellecido» y que la serie «se centra en detalles que no son comprobables, como las conversaciones con las víctimas».

Lo que sí hace la serie es reflexionar sobre la fascinación por el monstruo: mientras los familiares de las víctimas no encuentran la manera de sobreponerse a un hecho tan traumático, y los padres de Dahmer intentan encontrar algo que les permita no sentirse culpables por haber traído al mundo a semejante asesino, la curiosidad de la gente por un ser tan depravado crece y crece (comics, posters, camisetas, disfraces…) hasta acabar convirtiéndolo en objeto de culto («muchos asesinos en serie son personas encantadoras y convincentes»).

Como actor fetiche de Ryan Murphy (ha dado vida a varios de los personajes más recordados de su American Horror Story), Evan Peters de asustar sabe un rato, por eso su interpretación de Jeffrey Dahmer resulta estremecedora.

El caso es que, al principio, la manera de hablar de Peters (doblado por Rafa Romero), lenta, cansada, monótona, aburre, pero, a medida que pasan los capítulos, se va abriendo paso en tu mente una certeza: la de que ese tono, que tanto adormece, está estudiado y busca atontarte para que, en cierta medida, sientas que eres tú a quien Dahmer ha drogado.

La voz de Rafa Romero te aletarga. Los ojos de Evan Peters, tan abiertos como los de una serpiente que carece de párpados, hacen el resto.

En medio de esa pavorosa tranquilidad, la oscuridad te va envolviendo y llega un momento que ya no tienes escapatoria. Por mucho que te desagrade, que lo hace, por mucho que te incomode, que también, no puedes dejar de mirar.

Te quedas hasta el final de la serie, sí o sí.

 

Nota: los párrafos entrecomillados pertenecen al libro Dentro del monstruo (1997) de Ressler, R.K y Shachtman, T.

 

©Series & True Crime: Teresa Suárez, 2022.

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