Luto de miel de Franck Thilliez por Beckett & Hawk

Llegó a mis manos el libro “Luto de miel”, lo miré un par de veces y decidí leerlo. Los motivos pueden ser diversos, incluido el que tenía una noche por delante y  nada de sueño. Morfeo había decidido ignorarme. Todavía me duraba una pequeña resaca que no conseguía sacar de mi cabeza. Me tomé una pastilla, me acomodé y abrí el libro.

Uno de los motivos más claros fue que yo ya conocía a su autor, me había entregado a su “Ángel rojo” y me lo había pasado bien. Tenía un buen aroma. Recuerdo un thriller bien manejado, bien llevado y nada aburrido. Las reminiscencias me asaltaron a igual que el calor sofocante de la noche. Thilliez es un escritor de la marca francesa que vale la pena leer, sabe manejar los tiempos y su lectura es siempre fácil, algo así como comer nata montada con un cucharón de madera. Su personaje central, el comisario Sharko, es un buen protagonista, tiene personalidad y puede ser el eje central de toda una saga. Es como la sombrilla de las copas que me había tomado, siempre coronando un buen trago.

“Luto de miel” empieza con un comisario Sharko que parece tocar fondo, después de perder en un accidente a su esposa y a su hija, se enfrenta a uno de los casos más macabros y enigmáticos a los que nadie haya tenido que enfrentarse: la aparición de una joven arrodillada, completamente desnuda, rasurada y a la que parecen haber estallado los órganos, en el interior de una iglesia. Todo parece resultado de un horripilante rito, o bien constituir un apocalíptico mensaje, pero lo que pondrá al comisario sobre la buena pista serán unas pequeñas mariposas, todavía vivas, en el interior de su cráneo.

Pero lo que parecía tener buena pinta se fue diluyendo poco a poco como un cubito de hielo en un bourbon, se fue quedando poco a poco en algo insubstancial que acabó llevándome a una especie de sopor al que no pretendía llegar. Creo que intentó darle otro aire a su segunda novela que no necesitaba, lo tenía muy fácil y lo complicó un poco más todo, quiso ser algo original y perdió la partida contra su imagen en el espejo. Eso suele pasar a los escritores, incluso a los buenos. Decidí terminarlo porque no era un desastre y en el fondo quería saber como Thilliez hacía encaje de bolillos. Pero también no tenía esa ansiedad que me producen otros libros, ni el temblor en mis párpados ante lo que estaba leyendo.

Creo sinceramente que los libros de Thilliez siempre aportan algo interesante, no es la novela negra a la que soy adicto, pero sus thrillers siempre son ocurrentes y la parte psicológica de sus tramas siempre encuentran a un público muy fiel. Por eso aunque este libro no me haya entusiasmado siempre es bueno tener uno de sus libros en la mesita de la verdad, esa que está al lado de la cama y que nos acompaña en las malas noches e incluso en las buenas, muy buenas.

Ya sabéis “negroadictos”, leed, leed malditos.

 

©Reseña: Beckett & Hawk, 2020.

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