ENTRE LOS MUERTOS de Mikel Santiago por Txema Arinas

Entre los muertos (2022) de Mikel Santiago (Portugalete, 8 de septiembre 1975) es la tercera entrega de la trilogía que el autor ha dedicado a Illumbe, el pueblo imaginario del País Vasco, situado junto a la costa vizcaína y más en concreto entre Bermeo y Gernika, que el autor ha creado para ubicar allí sus historias. De ese modo, y tras las exitosas El mentiroso y En plena noche, la última entrega de la trilogía de Illumbe recupera el personaje de la agente de la Ertzaintza, Nerea Arruti, una mujer solitaria y de cuyo conflictivo pasado se nos habla en las anteriores novelas. En esta ocasión nos encontraremos con una historia de amor prohibido que arrancará con la misteriosa muerte de uno de los amantes en extrañas circunstancias. Dichas circunstancias motivarán la investigación en la que se empeñará la protagonista para demostrar que no ha sido tan accidental como aparenta a primera vista. De ese modo, en el empeño de descubrir la verdad de una muerte en la que ella misma está implicada por pura casualidad, Arruti acabará adentrándose en una oscura y peligrosa trama criminal alrededor de la figura de un misterioso personaje al que llaman Belea (El cuervo).

Una trama cada vez más complicada y en la que, como consecuencia de la información obtenida alrededor de la muerte de su amante durante su investigación, también tendrá que hacer frente a la resolución de otro supuesto crimen acontecido apenas unos pocos años antes, el supuesto suicidio de un muchacho de Illumbe, un camello de poca monta que en su momento fue el vástago de una de las familias de mayores posibles de Illumbe y que, tras abandonar el pueblo a causa de la ruina del negocio familiar, no tardó en regresar para crecer entre el lumpen del barrio marginal en el que vivía con su madre al mismo tiempo que añoraba volver a codearse con sus antiguos compañeros del colegio de niños bien en el que pasó sus primeros años. Todo ello, por supuesto, ambientado en el sugerente y no menos desasosegador paraje de húmedas colinas verdes, abruptos acantilados sobre el mar e impredecibles cielos de todos los tonos azules que se abren y cierran según el capricho de a saber qué divinidad inexistente. Un entorno en el que no falta una mansión con vistas al Cantábrico y hacia la que todo el desarrollo de la trama parece apuntar como el origen y el final de una historia en la que, como en toda buena novela negra que se precie de serlo, nada ni nadie es lo que parece ser o quisiera ser.

Y es precisamente en ese prurito de querer ser una novela negra digna del género al que pertenece, en el que reside la mayor virtud de Entre los muertos. Nos encontramos ante una novela de su género simple y llanamente perfecta. Nada está de más en esta tercera novela de la trilogía de Illumbe, como probablemente tampoco sobraba nada en las anteriores. No, porque se trata de un verdadero ejercicio de maestría narrativa por parte de Mikel Santiago para que al aficionado del género no le chirríe nada. Y cuando digo chirriar me refiero a esas licencias que se suelen tomar algunos autores de novela negra cuando pretenden que sus obras sean algo más que un simple entretenimiento para el lector, acaso una denuncia de a saber qué, una acerada crítica social o de época, y no digamos ya si lo que se impone es cierta pretenciosidad literaria.

En cualquier caso, Mikel Santiago es consciente, o puede que solo indiferente, de ese pujo tan presuntuoso como contraproducente de querer trascender a toda costa más allá de lo que en principio parece ser el único, o al menos principal, objetivo del género negro: entretener.  De ese modo, cuando se emprende la lectura de Entre los muertos el aficionado del género en su aspecto más práctico, convencional, enseguida tiene la certeza de que Mikel Santiago no le va a marear con la pretenciosidad de un escritor cuyo único propósito es aprovecharse del género para lucirse como literato, así como aburrirlo con una crítica solapada de los males de nuestro tiempo, acaso la denuncia de uno de ellos en concreto y a fondo, siquiera un retrato de época que se dice, y todo en ese plan. Ni mucho menos, Mikel Santiago es consciente de que tiene que ofrecer casi quinientas hojas de entretenimiento puro y duro alrededor de la resolución de unos crímenes ambientados en su territorio mítico, literario, de Illumbe y se aplica a ello con ya citada maestría de un autor que conoce a la perfección todos los entresijos del género negro, siquiera del género negro de éxito.

De ese modo todo parece perfectamente medido en el texto de Entre los muertos, frases cortas pero eficaces, descripciones lo más sucintas posibles, diálogos primorosamente cuidados en los que destaca la fidelidad a la lengua popular sin caer en el casticismo más o menos impostado, apuntes técnicos relacionados con las autopsias, o de cualquier otro tipo, también lo suficientemente breves como para evitar el fruncimiento del ceño de cualquier lector, y, muy importante a la hora de hacer más llevadero el texto, cualquier texto, las pinceladas de humor o ironía justas y casi siempre circunscritas a los diálogos, en especial a la relación entre la ertzaina protagonista y su compañero de peripecias. Un verdadero trabajo de orfebre para ajustarlo todo a la historia que el autor tiene en mente con el único propósito de conseguir, ya no solo arrastrar al lector a lo largo de esas casi quinientas hojas, sino también de suscitar las emociones habituales en el género, tanto alrededor de la sorpresa a la hora de descubrir el malo malísimo de rigor, como de esas otras acaso menores y que atañen a ese precepto también inherente al género en el que nada es lo parece y a veces incluso es mucho más de lo que parece. Y por si fuera poco ya la garantía de un texto escrito al milímetro para alcanzar sus fines, también hay que destacar lo que a mi juicio es el aspecto más atractivo y sobre todo original del libro.

Me refiero al punto de vista de la protagonista, tanto en su condición de heroína que lleva a cabo la investigación por la muerte de su amante y el chico que murió unos años antes, como en la de sospechosa por la muerte del primero a los ojos de todo el mundo al haber abandonado el lugar del accidente poco antes del deceso de su acompañante. Una circunstancia que añade una dosis todavía mayor de intriga a la historia, pues ya no se trata solo de resolver los crímenes en cuestión, sino también de evitar a toda costa ser descubierta tras haber mentido a sus superiores, con todo lo que eso implica tanto para la buena marcha de su investigación como para su futuro profesional y quién sabe si todavía para algo peor.

Luego ya, entre medias, la puesta en escena de una clase media-alta de Illumbe cuyos vástagos se concentran en el colegio de pago de Urremendi al que acudieron, siquiera en algún momento de su vida, la plana mayor de los protagonistas de la novela, un colegio en el que entretejieron tantos lazos como deshicieron, y cuyo recuerdo acude a su memoria ya de mayores predisponiéndolos de alguna manera los unos contra los otros. Una burguesía que ya no solo es de provincia, sino sobre todo de pueblo, con su “Beverly Hills” de aquí al lado incluido en la figura del barrio rico de Kukulumendi, Club de campo mediante, y hasta personajes de la política autonómica de por medio, lo cual sirve al autor para introducir en su historia los conflictos de clase circunscritos a ese microcosmos social que es Illumbe y en el que no falta ese contrapunto que es el lumpen al que pertenecen tanto los chavales que trabajan para el misterioso narco local conocido por el sobrenombre de Belea, como el chaval que frecuenta a sus antiguos compañeros del colegio pijo reconvertido en camello del tres al cuarto. Algo así como un  Upstairs, Downstairs (Arriba, abajo), la famosa serie británica de los años setenta del pasado siglo, de andar por Illumbe y alrededores, y en el que no falta cierto cliché alrededor de la maldad innata de la gente con dinero o siquiera ya solo de clase media-alta respecto a los que no lo son.

Un cliché que además funciona, porque imagínate tú que fuera al revés en este curioso país donde ya no existe la clase trabajadora porque todo el mundo se considera de clase media al mismo tiempo que desprecia a los que lo son de verdad porque consideran que lo que tienen siempre ha sido el resultado de algo turbio o al menos inconfesable, que de lo contrario no se entiende por qué el resto no.

En cualquier caso, una historia en el que el marco de la pequeña villa de Illumbe y sus alrededores de la costa vizcaína entre Bermeo y Gernika solo es el marco más o menos exótico, atractivo, para ubicar una historia que en realidad podría haberse ubicado en cualquier otro sitio porque no hay nada de la compleja o al menos peculiar sociología del País Vasco, es decir, todo aquello que lo singulariza del resto de España y que, por supuesto, está estrechamente relacionado con su convulso pasado más inmediato, que trascienda en el texto.

Algo que enseguida se advierte desde las primeras páginas porque, siendo el texto como es tan canónico de su género, tan concienzudamente elaborado para que nada desentone en él, resulta impensable que el autor se atreva a complicarse la vida con referencias a ese pasado inmediato que ha condicionado todo en el entorno en el que ubica su Macondo particular y sigue haciéndolo de alguna u otro manera. Para qué meterse en camisa de once varas si, por muy fino que intentes hilarlo todo, por muy por encima o tangencial que sea, cualquier mención o referencia a la cosa política, la cual solía aparecer durante décadas, y desde luego que todavía también, en dicho entorno hasta en la sopa, puede espantar a unos u otros. De modo que una decisión completamente legítima por parte del autor y creo que además eficaz: cuantas menos referencias a la realidad cruda y dura muchas más opciones de llegar a un público más amplio para el que estos temas en mitad de su tiempo de evasión simple y llanamente les hace fruncir el ceño.

Como que estoy convencido de que solo así se puede llegar hasta la página cuatrocientos setenta y dos del libro sin apartar al lector de lo que es una trama que apenas le da respiro, que no lo aparta en ningún momento de la vorágine de sucesos y emociones en la que el narrador-protagonista, la ertzaina Nerea Arruti, está inmersa. Otra cosa es que servidor se vea obligado a confesar una vez más su incapacidad para seguir una trama negra hasta el final sin empezar acusar el cansancio a partir de un número determinado de páginas.

Un cansancio que reconozco deberse más a mis manías lectoras, y en concreto esa que me hace sospechar que a partir de las trescientas páginas todo lo no se ha dicho ya en una novela es susceptible de ser puro relleno si el autor no  demuestra lo contrario, que a cualquier otra consideración de tipo literario. Porque estoy convencido que debo estar completamente equivocado cuando veo que la novela, al menos la novela negra, que funciona de verdad entre el público, y en especial la del éxito de ventas con su correspondiente trilogía, suele ser ineludiblemente del tamaño de un ladrillo y aún así, no solo funciona, sino que incluso parecer ser conditio sine qua non.

Tanto como que hasta sospecho que Mikel Santiago se ve obligado a alargar sus tramas más allá de lo estrictamente necesario con el fin de poder alcanzar un determinado volumen de páginas con el único fin de complacer también en eso a los aficionados de este tipo de novela negra –y aquí excuso hacer el comentario de rigor al que estaba acostumbrado antes, cuando todavía creía que debía haber una línea que diferenciara a las claras la novela negra de la exclusivamente policial de acuerdo a la teoría clásica de los maestros americanos como Raymond Chandler o Dashiell Hammett, los cuales aseguraban que lo negro se distingue de lo policial porque el propósito de lo primero no es tanto la resolución de un crimen como lo que rodea a este con su correspondiente mirada crítica, dado que, para ser sinceros, la realidad editorial es muy dura y yo ya he tirado la toalla para admitir que novela negra es todo lo que tenga que ver con resolver un crimen y ya para de contar-.

En cualquier caso, una sospecha tan subjetiva como absurda de alguien que en realidad no sabe por dónde van de verdad los tiros en esto de la novela negra, qué es lo que el juicio inexorable del público premia como tal, cuáles son las claves para escribir una trama que funcione tan bien como para encandilar a tantos lectores a lo largo de tantas páginas sin que la desfallezcan en el intento sino todo lo contrario, que todavía quieran más. Sin embargo, Mikel Santiago sí conoce esas claves a la perfección, y créanme cuando les digo que, en contra de lo que alguno podía haber sospechado antes de llegar a estas últimas líneas de mi reseña, que lo digo absolutamente en serio: Entre los muertos es una obra maestra de su género.

 

©Reseña: Txema Arinas, 2022. 

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