El genoma de la literatura negra

El genoma de la literatura negra

(y algo de fenotipos, mutaciones y su eventual apoptosis)

Osvaldo Reyes 

Para muchos de nosotros los libros son como seres vivos. Sus páginas vibran bajo nuestros dedos al irlas pasando, como si respiraran al susurrarnos las historias que se esconden en ellas. Cuando una trama despierta nuestras emociones más primitivas, sentimos perder a un amigo cercano al llegar a la última página y su recuerdo queda enquistado en nuestra mente. Somos incapaces de liberarnos de las imágenes que rememorar sus letras nos provoca y, si el libro es suficientemente bueno, hasta podemos volver a percibir cómo el corazón se salta uno o dos latidos al pensar en ese final de infarto.

Bajo esa premisa, todos los seres vivos tienen un elemento central. Algo que nos diferencia del David de Miguel Ángel, por más bien esculpido que pueda estar. No son los átomos. Esos están presentes en el mármol, en el barro y en la piel de un ser humano. No. La diferencia es el genoma. Un conjunto de cuatro bases nitrogenadas, un azúcar con cinco carbonos y algún tipo de fosfato ensamblados en ácidos nucleicos que finalmente formaran los genes. Estructuras que contienen toda la información requerida para el desarrollo de un ser vivo.

Este año he presenciado y leído decenas de discusiones y argumentos en favor y en contra de uno u otro libro, objetando sobre sí es o no novela negra. Hemos escuchado palabras ir y venir a través de las redes sociales, puyas intelectuales dirigidas a las decisiones tomadas en uno u otro certamen literario por no adherirse a un patrón en particular. A una estructura temática que no va acorde con lo que, según algunos, es una “novela negra”.

Va a ser muy difícil que estos bandos se pongan de acuerdo. Es casi imposible hacer cambiar de opinión a una persona que piensa tener la razón. Por eso no pretendo defender a ninguno, sino ofrecer una visión diferente. Veamos la literatura negra como si fuera un ser vivo, parte de una especie conocida como libros. ¿Dónde radica la diferencia entre una novela negra y una de fantasía? Ambas son una colección de letras y palabras, arregladas en párrafos y capítulos. Son los átomos de esos libros y las podemos encontrar en La Vida de Lazarillo de Tormes, así como en La Dalia Negra. Una es novela negra, la otra no.

La pregunta es ¿cuál es el genoma de la literatura negra? ¿qué la hace única y la coloca fuera del ámbito de otras líneas temáticas?

Genoma y fenotipo

La respuesta es muy sencilla. El crimen. Todas las obras del género negro, háblese de novela, cuento o micro cuento, giran alrededor de un crimen. Si los personajes que danzan en torno al mismo son estereotipados, si el autor usa la violencia como herramienta para criticar la sociedad o si al final el lector debe tratar de adivinar quién es el responsable, no importa. Esos son otros elementos que tocaré en un par de líneas y que no tienen nada que ver con ese núcleo que mencioné previamente. No puede haber una historia que se precie de pertenecer a la literatura negra y que no incluya un crimen en sus páginas. Partamos de aquí hacia afuera y procedamos a expandir la biología del libro, si algo así es posible.

Uno de los puntos más álgidos que he escuchado es la diferencia entre una novela de enigma y una negra. Hay material para textos completos y si algún día se llega a crear un Colegio Internacional de Escritores de Literatura Negra, ese será el primer punto a discutir y uno sobre el cual pronostico largas discusiones, decenas de jarras de café, ron, cerveza y alguna que otra herida intelectual y hasta física, si no hay un buen moderador de por medio. Lo malo, en mi opinión, es que olvidamos que una cosa es el genoma y otra el fenotipo.

¿Qué es el fenotipo? Bueno, en pocas palabras, es la expresión de un genotipo influenciado por el ambiente. El genotipo es toda la información genética de un organismo. La forma como esa información se manifieste y se vea afectada por el ambiente, es el fenotipo.

Un crimen es el genoma de la literatura negra. El autor, su medio ambiente para generar un fenotipo único. Cada experiencia vivida por el escritor, cada sinsabor, sueño o amor perdido, entrará a formar parte de sus letras y se manifestará en la forma en que decida manipular ese crimen. Si fue una niña feliz, querida por toda su familia, o una huérfana que tuvo que huir al horror de un conflicto armado, eso se verá plasmado en sus tramas. El mismo crimen puede ser un simple enigma por resolver o una reflexión al colocar a un refugiado como el detective encargado de destruir una red de prostitución infantil. Cada libro que sus ojos devoraran, cada texto alimentando a su inquisitivo cerebro y, por ende, las vivencias de los autores de esas obras, son un elemento adicional que tallará su estilo. Nuestras obras son el fruto de nuestro entorno y de nuestro pasado, justo como un gen puede estar presente en dos seres vivos y, por múltiples variables, manifestarse en uno en la forma de una enfermedad mortal y en otro permanecer apagado, permitiéndole al afortunado seguir vivo hasta hacerle competencia a Matusalén.

¿Todo libro con un crimen es literatura negra? Por supuesto que no, de la misma forma que dos organismos por compartir los mismos nucleótidos no son de la misma especie (las ratas tienen una correspondencia genética con el ser humano cercana al 90%, lo que podría explicar muchas cosas, pero dejaré eso para otro día). Lo importante es si la historia se centra en la resolución o ejecución de un crimen.  En los libros de Juegos de Tronos hay decenas de asesinatos, pero son parte de un todo. La muerte de Ned Stark es solo uno de tantos, pero nadie tiene que resolverlo para que los eventos a leer se den. En la Dalia Negra y en Cosecha Roja hay un asesinato central. En el primero, el de Elizabeth Short. En el segundo, el de Donald Wilson. De ellos parte toda una serie de eventos que forman sus páginas. James Ellroy y Dashiell Hammett manipularon un acto violento según sus necesidades y crearon un ser único. Su fenotipo.

Si queremos profundizar en la analogía biológica, tenemos que considerar que ese genoma puede mutar. Cualquier cambio en la secuencia de nucleótidos o en la organización del genoma, producirá variaciones en el resultado final. Algunas veces pueden ser mutaciones de provecho y otras, tener resultados letales. Si usted tiene un crimen y lo manipula para crear su trama, su fenotipo, esperaría obtener una novela negra. Si decide ser un poco más creativo y decide que uno de sus personajes es un vampiro, ha mutado el resultado final. Seguirá siendo literatura negra, pero no igual a la convencional. Será algo nuevo, algo diferente. Algunos lectores lo disfrutarán. Otros, querrán atarlo a un poste y encender una pira ritual. Al final no importa. ¿Una persona con anemia falciforme deja de ser un ser humano? No. Tendrá problemas de salud y requerirá cuidaos contantes, pero no pierde la capacidad de hacer cosas maravillosas y, si vive en una región endémica para la malaria, esa pequeña mutación puede salvarle la vida. Si un libro trata de una serie de asesinatos (genotipo) y el autor decide que el responsable es un vampiro y vemos que el detective es ingresado en un hospital psiquiátrico acusado de los mismos crímenes que trata de resolver (fenotipo), no deja de ser literatura negra. Es una variante de lo habitual. Una mutación que unos saborearan y otros, no tanto. Todo dependerá del lector y de su entorno.

La novela negra y la gótica

Esta visión abre todo un espectro de opciones para el escritor osado. En el 2015 salió publicado un libro que lleva por título una palabra: Negrótico. Sus autores, el profesor Osvaldo Di Paolo y la profesora Nadina Olmedo, ambos de nacionalidad argentina y residencia actual en Estados Unidos, analizaron varias obras que fusionaban el conocido género negro con todas sus características y la literatura gótica, con sus seres sobrenaturales, laberintos y cementerios. Un crítico severo puede argüir que la combinación es imposible. La novela negra es, de fondo, realista y un vampiro o un zombi no entra en esa ecuación. Una visión más amplia, más orgánica, diría todo lo contrario. Claro que es posible. Es más, puede ser hasta de provecho para el género. Lo amplia, lo lanza hacia el futuro. Es parte de una evolución que enriquece.

Y si al final no funciona, desaparecerá solo. Una mutación letal destruirá al ser que la porta. Una más insidiosa, sobrevivirá varias generaciones, pero al final se irá auto limitando hasta reducirse al mínimo. Sin embargo, solo el tiempo dirá la dirección a la que esta mutación nos llevará.

Cerrando el ciclo de la vida, todos debemos morir. Es una realidad inevitable y en cuanto al género, algo que llevo escuchando desde que decidí escribir mi primer libro. Su eventual destrucción. Cómo su popularidad la haría crecer como una burbuja, hasta que al final estallaría. Nunca me convencieron los argumentos que aseguraban este fatídico desenlace y sigo pensando igual. Los libros de caballería pudieron volver loco al ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y perder su popularidad en el siglo XIX, pero nunca desaparecieron. En mi opinión, mutaron. Si se toman el tiempo, analicen El Señor de los Anillos bajo el lente del género caballeresco y verán a qué me refiero.

La muerte del género negro

Lo mismo pasará con la literatura negra. La apoptosis, la destrucción provocada o programada por el mismo organismo, es una forma de muerte celular. No tiene que ser algo malo. Muchas veces, la apoptosis es indispensable para el progreso de una especie (los fetos tienen los dedos unidos. La apoptosis de las células que los unen es lo que permite tener los dedos separados). Algunas variantes del género desaparecerán (por su mala calidad o poca popularidad), otras mutarán (mezclándose con las directrices más populares o siguiendo lineamientos insospechados hasta este momento) y otras prevalecerán. Se harán más fuertes y por un simple proceso de selección literaria, mejorarán el género. Independiente de lo que ocurra, el genoma será el mismo. Seguirá existiendo, transformándose según las circunstancias. Nunca desaparecerá, mientras la mente humana sea curiosa y mantenga esa capacidad inherente de ser sorprendida. De querer ser deslumbrada más allá de su propia comprensión.

La literatura negra ha tenido que lidiar por décadas con la crítica, con la mala publicidad asociada a su genoma. Raymond Chandler fue reprochado por ser violento y por tratar de ser poco violento (lección para recordar: NUNCA HARÁN FELICES A TODOS SUS LECTORES). A pesar de ser aplaudido por su lírica, Patrick Anderson del Washington Post describió las tramas de Chandler como “enmarañadas en el mejor de los casos, incoherentes en el peor”. Nuevas generaciones de escritores germinan de los laberintos de la literatura buscando explorar un género que admiran (o por lo menos eso espero. Si lo hacen por el dinero, no pretendo perder el tiempo con ustedes) y tendrán que lidiar con las miradas de desprecio de ciertos individuos. De unos pocos “expertos” que dirán que el género negro es una variante menor. El hijo bastardo que nadie quiere reconocer. Ya sabemos que ese es nuestro destino y lo aceptamos gustosos. Es la razón por la que desde este año decidí referirme al género por un término más acorde y rebelde.  El de literatura negra. Que alguien me demuestre lo contrario.

Siendo ese el caso, lo último que necesita la literatura negra es que nosotros nos saquemos los ojos en viscerales discusiones sobre si un libro merece ser llamado “negro” o no. Es el equivalente a tener una civilización alienígena sopesando si vale la pena dejarnos vivir, mientras en la Tierra se discute si un granjero de Tanzania es menos humano que un abogado de Noruega. Sus fenotipos serán diferentes gracias a su herencia ancestral, sus países de origen y sus profesiones. Cada uno de ellos puede ser portador de una mutación invisible o evidente. Uno puede morir a los 35 años y el otro, siendo anciano en la cama. ¿Eso hace que uno sea menos humano que el otro? Espero que su respuesta sea un rotundo no. ¿Deberíamos estar peleando entre nosotros, en lugar de mejorar la especie o hacerles frente a los invasores del espacio exterior? Creo que la pregunta no amerita una contestación.

La novela enigma y el hard boiled

¿Son iguales la novela tipo enigma y la dura o hard boiled? No en esencia. Hay diferencias evidentes, pero no son tan marcadas como puedan creer. Es cuestión de puntos de vista y pretendo justificarlo en un futuro artículo. Por ahora digamos que no son iguales. A mí, en lo particular, me gustan las historias de enigmas. Crecí leyendo a Agatha Christie y fue una influencia importante en mis lecturas y trabajos posteriores. De la misma manera, disfruté mucho leyendo la Dalia Negra, Cosecha Roja y 1280 almas. Al final, todos nuestros libros comparten un genoma en común. Un crimen salpica sus páginas. Todo lo demás es fenotipo y, como tal, no deberían hacer la diferencia. Usted, como lector, puede preferir a una persona blanca de ojos azules o una asiática de cabello negro. Es su decisión. Su gusto y su elección. Eso no disminuye la valía del libro que sostiene en sus manos o evita que pueda disfrutar uno por encima del otro.

Los libros deben unirnos, no separarnos. La literatura debe ser inclusiva, no excluyente. Si usted prefiere sus historias con peleas de callejón, golpizas a la luz de hogueras urbanas y un acabado ser humano luchando por mantener sus principios a pesar de la corrupción reinante a su alrededor, bienvenido al club. Sin embargo, si después le llama la atención una novela ambientada en la época victoriana, con castillos, un elenco de sospechosos de la nobleza británica y un cadáver con una daga ceremonial, bienvenido al club. Léala, disfrútela y critíquela en base a su contenido, musicalidad y desarrollo de la trama, y los personajes, no siguiendo una serie de reglas que la catalogan más como una novela de enigma y por tanto indigna de pertenecer a la misma especie.

Cuando hemos aplicado idénticos principios a la raza humana, los resultados no han sido alentadores. No empecemos con los libros.

Eso sería un crimen.

© Osvaldo Reyes 2017

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