5 JOTAS de Paco Gómez Escribano por Manu López Marañón

5 JOTAS. Paco Gómez Escribano. Alrevés (2020)

 

El autor de 5 Jotas, el madrileño Paco Gómez Escribano, ha escrito también Manguis, una de las grandes novelas de este siglo en España. Su interesantísima incursión en el noir patrio, de momento, no sufre altibajos: cada nuevo libro suyo garantiza, además de unos argumentos sólidos y vertiginosos, calidad literaria. En 2018 publicó Cuando gritan los muertos, y en 2019 el autor hizo doblete: en Editorial Milenio salió Prohibido fijar cárteles, quinta entrega de la saga ambientada en su barrio de Canillejas, y en Grupo Tierra Trivium Versografía maldita, poemario de una mayor negrura, si cabe, que la encontrada en sus obras de ficción. En otoño de este 2021 Editorial Milenio reeditará una de sus primeras obras: Lumpen (2015).

 

Una de Atracos. Hasta el capítulo 29 cabe definir a 5 jotas como una novela de atracos, canónica, pero con unas particularidades que la diferencian –y de forma radical– de cuanto se haya escrito anteriormente. Una primera es que el local a saquear, esta vez, no es una joyería ni un hipódromo, menos aún un banco… De lo que aquí se trata es de vaciar un almacén en Tres Cantos con 2.000 jamones; pero no unos jamones cualesquiera, sino los de la prestigiosa marca «Sánchez Romero Carvajal», cuyo precio en el mercado ronda los 700 euros/pieza. El total del robo, por lo tanto, andaría por el millón y medio de euros. Al principio puede parecer estrafalario, gracioso, pero cuando se descubre que, en realidad, el almacén alberga más de 6.000 de estos jamones (triplicándose el botín) el asunto tiene ya poco de humorístico…

En la adaptación al cine de La jungla de asfalto, de William Riley Burnett (John Huston, 1950), el cerebro del robo a la joyería Pelletier & Co. es un ladrón que goza de fama legendaria como planificador. Erwin «Doc» Riedenschneider (interpretado por Sam Jaffe) además ha contactado con un abogado dispuesto a comprar en efectivo el total de las joyas. Para llevar a la pantalla la novela Clean break de Lionel White, Stanley Kubrick –en la que fue su tercera película, y para algunos la mejor– contó con el actor Sterling Hayden para dar vida a Johnny Clay, principal protagonista de Atraco perfecto (1956), el organizador del meticuloso golpe a un hipódromo gracias al cual puede obtenerse hasta dos millones de dólares.

Tanto Erwin como Johnny son ladrones recién salidos de la cárcel. Varios años a la sombra les han regalado tiempo de sobra para perfilar sus atracos. En la calle, las obsesivas mentes de ambos no dejan lugar para otra cosa que no sea realizar –al milímetro– lo largamente programado. Quieren hacerse ricos como sea. Rodeándose de un grupo de gente corriente (nada de delincuentes habituales) los dos cerebros logran su entera confianza: saben de sus empleos mal pagados, que están no menos ansiosos que ellos por cambiar esas vidas que arrastran.

   

Erwin «Doc» Riedenschneider y Johnny Clay

 

En la novela de Paco Gómez Escribano 5 jotas, Carlos Escarlati Herrera, el «Charlie», cuarentón barrigón y calvo, ex yonqui y ex presidiario del barrio de Canillejas (a quien un chatarrero conocido como «Ñapas» propone el robo del almacén), necesita a su viejo amigo Carlos Arrieta, el «Banderines», también cuarentón pero mejor conservado, como planificador de este golpe. El Charlie lo conoce desde niño, ha trabajado con él anteriores veces y de sobra sabe que es el mejor.

A pesar de su alto cociente intelectual y tras haber pasado por todo tipo de empleos (vendedor de enciclopedias, repartidor de propaganda, camello de los que catan la mercancía, camarero, etcétera), en la actualidad el Banderines vende –a domicilio y disfrazado de mujer– artilugios sexuales. Con unas prótesis de cadera y pechos –físico de 1,80, rubia de ojos azules–, Nora, así se ha rebautizado para su nueva ocupación, logra éxitos de venta entre las damas, a muchas de las cuales, como postre de esas reuniones Tuppersex, satisface sexualmente.

Comparado con las espartanas vidas de aquellos otros cerebros, exclusivamente centrados en llevar a buen puerto sus planes, este «empleo» del Banderines resulta chocante no solo para su amigo… Creo que Gómez Escribano, en la otra gran particularidad de esta su última novela, se la ha jugado con este personaje… Y lo cierto es que sale victorioso de su envite. Seco, cortante en sus respuestas, sabiendo qué desea y necesita, el creíble Banderines, siempre con razonables dudas sobre su viabilidad, da los primeros pasos para comprobar la viabilidad de este robo.

Aficionado al rhythm and blues (Muddy Waters, Jimmy Reed y John Lee Hoocker se alternan en su arcaico tocadiscos para vinilos) y al buen whisky, este travesti hedonista, llegado el momento de planificar el atraco al almacén de jamones, transforma su mente en un frío y afilado instrumento. A pesar de la necesidad de dinero (quiere ingresar a su anciana madre en una residencia privada –el familiar enfermo, otro must de cualquier narración de este tipo–) arrancar no ha sido fácil porque el Banderines no acepta cualquier asunto: «Veinte por ciento de golpes buenos, y el resto basura», se repite como un mantra mientras decide.

Paco relata sin titubeos esa parte tan fundamental en una historia de atracos como resulta ser el reclutamiento del equipo. Rechazando profesionales, el Banderines ficha en primer lugar a un informático, el «Pestañas», treintañero de inexpresiva cara y con piercings, compulsivo bebedor de Coca Cola, pero jáquer de un gran nivel que se encargará de entrar en los ordenadores del almacén para investigar sus sistemas de seguridad y tratar de desactivarlos, así como de intentar apagar la red de alarmas. Sigue después la contratación de los camioneros que conduzcan los dos tráileres, y la de los porteadores, que deben ser ocho –cada jamón pesa más de siete kilos–.

Fundamentales acaban siendo unas rampas de fibra de carbono para que los camiones accedan hasta donde están colgados los jamones y que deben resistir 24.000 kilos. Con la compra de armas (dos Beretta 92 FS) y cuatro cargadores; decidido el dinero que se llevará cada conductor y porteador; y una vez descontado el importe –con leoninos intereses– que les ha exigido el viscoso financiador de la operación, el «Mandrias» («cabeza de pera, mostacho de mosca y sonrisa de hiena»), al Charlie y al Banderines les quedaría, limpio, un millón de euros…

El Banderines ha demostrado que su fama no venía hinchada: es un líder concienzudo y su banda parece engrasada y mentalizada para lo que se le viene encima. Pero el lector que conoce las novelas de Paco de sobra sabe cómo suelen ser sus finales… En 5 jotas… ¿Prevalecerán las habilidades y el fino olfato del protagonista sobre el fatalismo de su creador? ¿Saldrá el atraco tal y como ha sido concebido?

 

 

Los 6006 jamones de 5 jotas

 

¿Novela de Canillejas? Si bien tanto el Banderines como el Charlie se criaron juntos en ese barrio, debe aclararse que el protagonista de 5 jotas salió hace tiempo de allí. Cuando el Charlie viene a buscarlo lleva años en un piso de Antón Martín, populosa zona del centro de Madrid. Para reuniones relacionadas con el atraco y para cerrar los fichajes, el Charlie y el Banderines tienen en el bar Sánchez de la cercana calle Ave María su cuartel general. Lo cierto es que no hay diferencias sustanciales entre el Sánchez y aquellos bares de Canillejas: la parroquia (empezando por su dueño, el «Piraña», calvo y cabezón) y la atronante música de Radiolé resultan igual de cutres que, por ejemplo, en el Candil, bar donde se juntaban el «Tije», el «Lejía» y el «Pipo» durante el transcurso Prohibido fijar cárteles.

No permite escapar Gómez Escribano la ocasión de retratar, con el color requerido, el triángulo que forman Lavapiés-Tirso de Molina-Antón Martín. Desde la ventana de la casa del Banderines se percibe nítidamente esa corriente interracial, habitual en estas calles madrileñas, con lo que trae de enriquecimiento e idiosincrasia, pero incorporando también los problemas propios que generan unos inmigrantes numerosos y procedentes de tan diversos países.

También por vez primera en la obra del autor de Canillejas, se describe entornos exclusivos como urbanizaciones de lujo (y la particular forma de vida de su fauna, adinerada y despreocupada). Así, esa urba de la zona norte de Madrid donde viven Josep Valls (el agente inmobiliario que ha invertido buena parte de su patrimonio en el almacén de jamones Sánchez Romero Carvajal) con su esposa Rosa (una de esas femme fatale de toda historia noir que se precie).

Pero el frecuentado barrio natal de Paco no va a quedar del todo fuera en las vibrantes páginas de 5 Jotas. En el Nemesio, un clásico de Canillejas convertido hoy en bareto de mala muerte –en su patio– tendrá lugar una de esas postreras reuniones en las que el Banderines repasa movimientos y recalca las labores de cada integrante.

Y me estremezco en el capítulo 15, con ese amargo paseo del cerebro por su barrio; así, al entrar al bar de Fredi (antaño ofrecía actuaciones en directo y ahora lo encuentra tan muerto como sus colegas por el jaco): «Tener un pasado de fantasmas que se regodean habitando la miseria, la desesperación de unos pensamientos no olvidados del todo, hace que los recuerdos vuelvan, hace que el infierno pueda convertirse en cualquier momento en el salón de tu casa», reflexiona un más cáustico que nostálgico Banderines… O cuando, en ese mismo inolvidable capítulo, toma algo en el bar de Félix, añejo y con toque roquero y futbolero, y los ex yonquis supervivientes se abrazan a él y lo invitan a una raya de coca… Esa peña tan depauperada le recuerda al Banderines a un psiquiátrico, lo lleva a pensar que esté en un «apeadero de mala muerte en donde todos esperan un tren hasta el infierno».

 

ENTREVISTA CON PACO GÓMEZ ESCRIBANO

 

En un streaming que organizaron los directores de la revista que publica este trabajo los ínclitos Daniel L. Hawk y J.A. Beckett el autor de 5 jotas aseguraba como «esta novela mía se parece bastante a los atracos disparatados que daba este personaje fantástico que se llama Dortmunder, de Donald Westlake… En esa línea, yo no he querido robar una joyería ni un banco, sino un almacén de jamones…». Donald Westlake (1933, Nueva York – 2008, Méjico) fue uno de esos escritores prolíficos, de gran éxito, que publicó en diferentes editoriales y bajo una decena de seudónimos. Es el creador de la extensa saga protagonizada por ese John Archibald Dortmunder al que se refiere Paco, ladrón profesional que opera en Nueva York y que debe ser bastante gafe porque sus planes nunca acaban bien. De los 15 títulos de esta saga tan solo tres se han traducido al castellano, The hot rock (Un diamante al rojo vivo, 1970, RBA 2017, llevada al cine con igual título por Peter Yates en 1972 y protagonizada por Robert Redford); Bank shot (Atraco al banco, 1972, Júcar); y Why me? (¿Por qué yo?, 1983, Júcar).

Donald Westlake (1933-2008)

 

¿Cómo llegas a Donald Westlake? ¿Es otra casualidad similar a la de David Goodis, otro autor esencial para ti, al que descubres en mercados de segunda mano?

 

Hasta Donald Westlake llego en los años ochenta, cuando la editorial Júcar, en su colección Etiqueta Negra dirigida por Taibo empiezan a traducir algunas de las novelas de Westlake, así como las de otros maestros del género. Lo de Etiqueta Negra fue una obra monumental de selección de autores del momento y traducción al castellano. Algunas novelas publicadas en esa colección no han vuelto a traducirse. Otras, como las tres de Westlake sí, a través de RBA. Ahora bien, es una vergüenza que el grueso de la obra de un autor tan colosal como Westlake esté sin traducir. Pasa también con George V. Higgins y tantos otros. En España tenemos una versión sesgada del género. Lo de Goodis es distinto, se tradujo antes, gracias a la labor de editoriales como Versal, Noguer, Tiempo contemporáneo, Plaza & Janés o Akal. Y también Júcar.

 

¿Qué grado de influencia de Donald Westlake y de su ladrón profesional Dortmunder existe en 5 jotas?

 

Bueno, todos tenemos influencias de muchos autores de muchas épocas, aunque he de reconocer que el esquema de 5 Jotas es parecido a las novelas de la saga de Dortmunder de Westlake, al menos en la primera mitad: golpe que en principio parece una locura, reclutamiento de una banda extravagante, etc. Y me he reído mucho escribiéndola. Ahora bien, luego la novela tiene otras claves que el lector debe ir descubriendo.

 

Creo que hasta la fecha Carlos/Nora Arrieta, el Banderines, es tu personaje más conseguido y, también, el más complejo psicológicamente. Supongo que crear a un gánster travesti que organiza reuniones de Tuppersex para malvivir te traería no pocos quebraderos de cabeza.

 

Sí, es un personaje muy muy complejo. Tuve que trabajar mucho en configurar su identidad y personalidad, añadiendo traumas infantiles y adolescentes, una compleja relación con sus padres, etc. Además, tuve que informarme un poco sobre identidades sexuales más allá de lo que sabemos todos. Quería que fuera el primer atracador travesti de novela negra, porque ha habido homosexuales y transexuales, pero que yo sepa travestis no, y quería eso.

 

¿Eras consciente del riesgo que corrías, sobre todo a un nivel de credibilidad narrativa, dando a este Banderines de doble vida el papel protagonista, nada menos que el responsable de planificar el robo al almacén de jamones?

 

Claro y, aunque veo que mayoritariamente a la gente le ha gustado mucho, también habrá detractores, seguro. Pero bueno, siempre los he tenido. Sobre todo, es gente que vive en burbujas, ajena a lo que yo cuento y no les culpo. Para ellos lo que yo hago es ciencia ficción. Para la gente de mi barrio es costumbrismo puro y duro.

 

Del resto de personajes de 5 jotas resalto al Charlie, el cuarentón al que dan el soplo, contrapunto vital de Banderines, y luego al informático, el Pestañas, ese treintañero hierático y compulsivo bebedor de Coca Colas que demuestra ser un experimentado jáquer.

 

Sí, son dos secundarios de lujo. Como dices, el Charli es el contrapunto del Banderines, como lo era el Sancho Panza de El Quijote o el Watson de Holmes. Las parejas complementarias siempre funcionaron muy bien en literatura. Y el Pestañas es el típico informático, despistado e informal, perteneciente a otra generación y por lo tanto desligado de los problemas con la heroína que tuvo la generación del Charli y del Banderines. Ni siquiera bebe alcohol, se infla a Coca Colas, con lo que el Banderines flipa. Era un personaje necesario porque, aunque el golpe parezca de broma o demasiado extravagante, el botín final es muy alto, por lo que hay un sistema de seguridad que hay que romper. Por primera vez he podido utilizar mis conocimientos de ingeniería en una novela. Particularmente me lo pasé estupendamente reventando el sistema.

 

El Charlie es voluntarismo en estado puro. Mientras que el Banderines no deja de dudar su amigo allana el camino buscando soluciones, algunas de ellas estrambóticas pero que acaban funcionando.

 

Suele pasar. Cuanto más listo es un tipo más duda, porque ve muchas posibilidades y analiza demasiadas cosas. El Charli es demasiado simple como para ver todas las posibilidades que ve el Banderines. Es pragmático, un tipo que va en línea recta. La verdad es que los dos se complementan muy bien.

 

¿Entonces, estás de acuerdo en que el Banderines y el Charlie son una pareja que se complementa?

 

Obviamente, el golpe no habría articulado la trama de la novela sin cualquiera de ellos dos.

 

Respecto al Pestañas llama mi atención sus amplísimos conocimientos de informática.

 

Bueno, se explica al principio de la novela. A él le gustaba jugar con los primeros ordenadores que salieron, con las primeras programaciones en lenguajes Basic, Cobol, Fortram, etc. A partir de ahí, mientras los críos del barrio jugaban a cosas típicas de críos, a él le molaba más estar solo en su habitación trasteando con ordenadores. Hasta que se convierte en un jáquer de mucho nivel.

 

¿Serán realmente posibles hoy virguerías técnicas tan complejas como estas, imprescindibles para intentar saquear almacenes muy protegidos?

 

Cada vez es más difícil porque los sistemas de seguridad evolucionan rápido. Los ricos están obsesionados con proteger sus patrimonios, y hacen bien. No obstante, hasta ahora, todo sistema de seguridad es susceptible de ser vulnerado sabiendo cómo.

 

Eres ingeniero técnico de electrónica y das clases sobre esa materia.

 

Sí, por eso te digo, que sé de qué hablo y me ha permitido meterme en la piel del Pestañas en la novela para desarbolar el sistema de seguridad.

¿Tu formación ha sido de ayuda en esta novela, precisa a la hora de explicar por ejemplo qué es una interfaz o de describir minuciosamente el conector que hay que poner en el cuadro eléctrico para cargarse las alarmas?

 

Claro. No tuve que documentarme nada. Utilicé un sistema del que actualmente imparto clases dentro de la asignatura de domótica. Así que lo tuve fácil.

 

En 5 jotas te alejas de Canillejas. Aunque hay inolvidables capítulos en los que aparece tu barrio (ejercen de tiempos muertos, en una trama que casi no da tregua al lector), tanto la preparación del golpe como lo que viene ocurren fuera de él. También describes una urbanización de alto standing como en la que viven Josep y Rosa.

 

Sí, quise que Canillejas estuviera de alguna forma menos presente, pero por necesidades de la trama. Quería explicar las motivaciones de los atracadores, pero también las consecuencias que el atraco trae a las víctimas, en este caso al matrimonio dueño del almacén y además quise poner al final un poco de investigación, no mucha, con guardias civiles y policías. Enseguida me di cuenta que necesitaba un narrador en tercera persona y elegir un tono narrativo, así como diferenciar los tipos de lenguaje cuando las escenas estaban en los atracadores, las víctimas o los policías.

 

¿Abres una nueva vía para tu narrativa o esta, tu última novela, será una excepción dentro de lo que ha venido siendo tu extraordinario ciclo dedicado a Canillejas?

 

No lo sé, no tengo ni idea. No creo que abandone nunca la novela negra, aunque siempre es un reto hacer experimentos, pero los haré dentro de mi ámbito, dentro de lo que algunos, muy generosamente, ya empiezan a llamar mi universo narrativo.

 

Has anunciado que, a finales de este año, Editorial Milenio reedita Lumpen, una de tus primeras novelas. ¿Puedes contarnos algo?

 

Sí, me lo propuso la editorial Milenio y la verdad es que me puse muy contento porque fue una novela fallida en el sentido de que nada más publicarse la editorial cerró. Es una novela que empecé a escribir cuando conocí a Luis Gutiérrez Maluenda y él se prestó a ir echando un vistazo a los capítulos porque se lo pedí. Finalmente terminamos escribiéndola a medias y así consta en la portada. Fue como hacer un curso intensivo de novela negra con Luis, porque sabe mucho.

 

En toda reedición se aprovecha para corregir erratas. Algunos autores incluso hacen cambios sustanciales… ¿Ha sido este tu caso o vamos a encontrar el mismo libro que publicaste en 2014?

 

Sí, claro he aprovechado para corregir erratas, algunas imprecisiones, y algunas expresiones, pocas, de Luis, que son más bien catalanas y al desarrollarse la novela en mi barrio no pegaban. Los escritores estaríamos corrigiendo nuestras novelas hasta después de publicarlas, así que creo que es lógico retocar un poco, pero sin perder la esencia de la trama. Básicamente es la misma novela.

 

Paco Gómez Escribano

 

©Reseña: Manu López Marañón, 2021.

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